Hermann Bellinghausen
Lydia Lunch (nacida Lydia Koch en 1959) es originaria de Rochester, su infierno inicial, en el llamado "estado de arriba", al norte de la ciudad de Nueva York. Infancia y adolescencia de mierda la catapultaron a los 14 años lejos de su asqueroso padre. No está claro a dónde. A los 16 renace en coladeras y antros de Manhattan, ya completamente pervertida, según confiesa.
En el recuento ficcional de esa nueva edad de su vida en la novela Paradoxia: el diario de una predadora (1997), la cantante punk alcanza maestría en la prosa. No sólo es un aullido que encuentra boca, sino también lo que, bajo cualquier estándar, puede clasificarse como pornografía. Montones de "sexo explícito" y lenguaje ídem. De eso se trata. Un recuento de trofeos, frondosos episodios de sexo con desconocidos o con novios locos, Paradoxia es el (re)cuento de su cacería, con el entusiasmo y el fervor de Huckleberry Finn o En el camino.
Qué antiguos parecen los tiempos en que D. H. Lawrence, James Joyce y Henry Miller fueron llevados a tribunales y censurados por "hacer pornografía" en sus hoy clásicos El amante de Lady Chatterley, Ulises y Trópico de Cáncer, respectivamente. Vivimos mediáticamente inmersos en una permisividad sexual, al menos virtual, tan vasta que llega a un snuff criminal accesible en el mercado. ¿Ya qué es "pornografía"?
Lo que hace notable Paradoxia (traducción en Editorial Melusina, Barcelona) no es el "sexo explícito", ni que esté sugerentemente "basada en hechos reales" (dos expresiones favoritas de los publicistas). Son la actitud y la voz, la brillantez narrativa para una temporada en el infierno vencida por el gozo, donde sólo debía doler. Abrázate al verdugo: ahórcalo. La venganza sobreviviente de una libertad conquista en un mundo fuera de control para muchachitas como ella, saltando a las vidas de otros para huir de la suya.
Su idealización del infierno resulta verosímil al no ser las drogas un problema mayor para ella, sólo para los otros, frecuentemente sus parejas o presas sexuales. No cae en la ingenuidad de Trainspotting. Con las drogas duras no se juega. (Con las demás, todo el tiempo.)
Llama la atención que Lydia invoque a George Orwell sobre el valor revolucionario de decir la verdad. ¿Qué hubiera pensado de ella el adusto Orwell? En su ineludible ensayo Dentro de la ballena (1940), el escritor analiza la literatura moderna a partir del "fenómeno" Henry Miller, un paradigma del nuevo egoísmo que él mismo había descubierto desde el momento de su aparición en 1935, como una suerte de Jonás metido en el vientre de una ballena, tibio y confortable, viendo trasitar el mundo. Después de pasar sumaria revista a los "politizados" Eliot, Auden, Isherwood, Lawrence y Spender, Orwell prevé que por el nihilismo milleriano avanzará la literatura del siglo XX. Y lo lamenta. Si los autores "políticos" le molestan (él mismo uno de ellos), más le molestan los "apolíticos".
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