sábado, 14 de marzo de 2009

La muerte del general Ivanowsky

“Taquitos” era el apodo de Avellaneda, usaba botas con tacos por su baja estatura.

Dr. Omar López Mato
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En el momento en que irrumpían en la habitación, un segundo disparo hirió la mano de Frías."¡Ríndase, General!" gritaron todos. "¡No me rindo, chanco!", exclamó Ivanowsky sin dejar de pelear. "Disparen, disparen", alcanzó a decir Frías.

Corría el año 1874, las elecciones presidenciales prometían ser reñidas, el general Mitre competía con el Dr. Avellaneda por la primera magistratura. Sarmiento y Alsina se habían alineado tras la figura del tucumano, eficiente ministro de Educación del sanjuanino.

El general Arredondo, uno de los oficiales orientales de Mitre que habían pacificado el interior a fuerza de sable y lanza no podía permanecer ajeno a la contienda electoral. Arredondo era lo que podría llamarse un animal político, discutidor, incisivo y susceptible, en un momento pensó en apoyar a ese doctorcito Avellaneda, que mal no había actuado, fundando tantas escuelas y sembrando el país de maestros como quería Sarmiento.

No se sabe si fue por algo que dijo o algo que dejó de decir, pero Arredondo truncó afecto por inquina y pronto estaba hablando pestes de ese enano con "taquitos" (así le decían a Avellaneda por su corta estatura que trataba de disimular con tacos excesivos).

Lo cierto es que cuando Avellaneda renuncia al Ministerio de Educación para hacer la campaña electoral por todo el país, Sarmiento lo mandó a llamar a Arredondo para que no anduviese por allí denostando al candidato. De paso, lo dejó unos días preso en los cuarteles del Retiro, con la excusa de una sanción disciplinaria menor. El tiempo le sirvió al oriental para masticar su venganza. No bien lo dejaron en libertad se volvió a Villa Mercedes.

Al general Teófilo Ivanowsky, jefe de tercero de línea en San Luis, le encomendaron cuidar de cerca al general oriental. Ivanowsky era un inmigrante de origen polaco, uno de esos raros casos en la historia de nuestro ejército en ascender a general desde soldado raso. Bien se conocían con Arredondo, hacía 10 años que andaban batallando juntos.

El polaco le mostró las órdenes a su compañero de tantas campañas."No te preocupes", le contestó Arredondo, mientras fumaba un cigarro. "Yo sé qué debo hacer".
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Y lo primero que hizo fue poner gente de su confianza atenta al traqueteo del telégrafo.

El general Arredondo se sentó a esperar para ver qué le contaba el viento.

El 23 de setiembre el presidente Sarmiento le envió un telegrama al General Ivanowsky, ordenándole vigilar a Arredondo porque le habían hecho saber que el 12 de octubre estallaría una revolución. El fraude electoral había sido tan flagrante que a Mitre no le quedó otra opción más que reclamar por las armas lo que creía haber ganado en las urnas. Arredondo, Rivas y Borges iban a secundar a sus amigo Mitre en esta campaña quijotesca.

Esa misma tarde Ivanowsky le mostró el nuevo telegrama a Arredondo. ''Deje usted hacer… '' contestó Arredondo, distante. Pero lo que no sabía Arredondo era que la revolución se iba a adelantar y el 24 de setiembre cuando ya se había declarado la revuelta, Sarmiento le ordena a Ivanowsky la captura de Arredondo.

"No fue el abrazo de Judas aquel con el que le había estrechado al retirarse de Buenos Aires, pero las actuales circunstancias exigen estas drásticas medidas" escribió el sanjuanino como excusa.

Estas líneas jamás llegaron a manos de su destinatario. Ívanowsky nunca se enteró de las órdenes del presidente. El telegrama fue llevado inmediatamente a manos de Arredondo por el joven Cevallos, telegrafista de Villa Mercedes, que estaba estrechamente vigilado por un oficial fiel al jefe rebelde. Más tarde, otro mensaje ordenaba a Ivanowsky "que procediera con todo como en la guerra, y depurara a jefes y oficiales que conviniese".

Arredondo, con la gravedad del caso, se dirigió a la oficina de telégrafos. Haciéndose pasar por el polaco, le envió un telegrama al presidente preguntando qué debía hacer si Arredondo se sublevaba y era apresado. "Fusílelo sobre el tambor, sin trámite, por traidor", fue la respuesta sumaria de Sarmiento.

"Pues váyase al diablo, viejo loco" contestó Arredondo en un morse enfurecido recuperando su identidad. No había más que hablar con el chiflado de Sarmiento. Había llegado el momento de actuar.

De un salto Arredondo montó su alazán y al galope se dirigió al cuartel del 3 de Infantería de línea. La siesta imponía una quietud que sólo el general ofuscado estaba dispuesto a romper.

En la comandancia del 3° de línea lo recibió el mayor Terry, abrochándose la guerrera. "¿Y Montaña?", rugió Arredondo, buscando al comandante del cuerpo. "Ya mismo lo busco, mi general" respondió el mayor.

Al rato hacía su aparición Joaquín Montaña, todavía con ojos de sueño "¿Qué pasa Andrés?".
-Estalló la revolución, formame la tropa – respondió Arredondo.
- Enseguida, mi general – contestó Montaña, recuperando la compostura que el caso requería.

En diez minutos los soldados formados esperaban las palabras de Arredondo, jefe con el que habían corrido infinidad de peligros, jefe que sabían que no se escudaba tras sus galones para esquivar las balas. Todos recordaban la vez en La Rioja en que un disparo montonero le despedazó el brazo.

Llevado a la improvisada comandancia, Arredondo hizo atrincherar a sus hombres a sabiendas de que esos renegados salvajes volverían por más. Así fue. Con tanto ímpetu y en tal cantidad se apersonaron que los veteranos de la guerra del Paraguay vacilaron.

Fue entonces cuando Arredondo, pálido y con el brazo en cabestrillo, salió a la puerta, pistola en mano y miró a sus hombres con el mayor desprecio. Bastó esa mirada para que los viejos guerreros recuperasen su aplomo. Poco después huía la montonera, dejando la plaza llena de cadáveres.

Era el mismo Arredondo el que ahora arengaba a la tropa, mirándoles la cara. Una vez más la patria los necesitaba, no para pelear contra indios, forajidos o infieles, sino para enfrentar a señores de levita y galera, que venían a robarle lo único que jamás debían dejar que les robaran, el derecho a ser gobernados por aquellos que ellos solos debían elegir.

Ahora tenían que usar el mismo fusil con el que enfrentaron al salvaje y al soldado guaraní para defender su derecho y el de sus hijos a la libertad de voto.

Al terminar estas palabras llenas de emoción, la tarde puntana se pobló de vivas de entusiasmo.

Vuelto a la comandancia, todos los jefes esperaron sus órdenes. Arredondo se detuvo frente al comandante José Lafuente y le dijo: "Usted, me lo pone preso a Ivanowsky". Sin más, Lafuente llamó al Teniente Crisólogo Frías – joven puntano, oficial del 4° regimiento. "Ya escuchó lo que dijo el general, tome seis hombres y comuníquele a Ivanowsky que está bajo arresto".

Llegada la patrulla a la puerta de la casa de Ivanowsky, Frías sacó su arma y entró solo a la habitación. El general en su catre era ajeno a los acontecimientos, para él nada había cambiado, el mundo seguía su curso mientras se echaba una siestita. Sorprendido escuchó al joven oficial: "General", dijo Frías, "Vengo a comunicarle que queda usted bajo arresto. Ha estallado la revolución".

El polaco se incorporó, no entendía de qué le estaban hablando. "¿Qué ha dicho usted?"
"El General Arredondo ha tomado el control del regimiento. Todas las fuerzas acaban de pronunciarse por la revolución. Queda usted arrestado".

Fue sólo una fracción de segundo que transcurrió entre el brillo sanguinario de sus ojos y el salto de puma con el que sorprendió a Frías. Pelearon por el arma que sostenía el teniente en su mano. Un primer disparo llamó la atención de la guardia. En el momento en que irrumpían en la habitación, un segundo disparo hirió la mano de Frías."¡Ríndase, General!" gritaron todos.

"¡No me rindo, chanco!", exclamó Ivanowsky sin dejar de pelear.
"Disparen, disparen", alcanzó a decir Frías.

Cuando el humo de los fusiles se deshizo en mil jirones de grises, el general yacía sobre el piso de su rancho, con el gesto crispado, la mano sobre el hombro. "No me rindo, no me rindo…" se le escuchó murmurar ya sin aliento.

El general Ivanowsky murió tal como había vivido, peleando. Arredondo dispuso que fuese enterrado con los honores correspondientes a su grado.

Ahora solo quedan de su vida las anécdotas de guerra, las locas hazañas, sus muchas batallas y un monolito olvidado en el cementerio de Villa Mercedes, donde descansa este guerrero que todo lo dio por un país que recién nacía.

*Médico y escritor
Los Andes, 14 – 03 – 09

La Quinta Pata

1 comentario :

Anónimo dijo...

Hola soy Luciano Ivanowsky, Teofilio es el 1er antesesor en Argentina, yo ya sere como 5ta generacion, si alguien tiene mas datos de el me los puede pasar. gracias. lussenjof@uol.com.ar

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