lunes, 30 de noviembre de 2009

¿Primer? muerto en Santa Rosa, luego de que Susana, Mirtha y Tinelli comenzaran la campaña contra pobres y trabajadores

Federico Fernández
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Como militante del Partido de Trabajadores Socialistas, una sensación de rabia mezclada con cordura, recorre mi cuerpo en este momento. Muy cerca de mi barrio, un comerciante asesinó a sangre fría a un pibe, supuestamente porque estaba en el techo de su casa. El solo hecho de ser pobre, de familia trabajadora y de un barrio plebeyo de la capital pampeana, es el motivo fundamental por el que Cristian tuvo su “pena de muerte”, esa que Mirtha, Susana o Tinelli tanto ansían que se establezca. En La Pampa es la primera víctima luego del llamado unitario, de estos referentes de la ultra derecha, a enfrentar la inseguridad.

Ahora con desazón, veremos cientos de argumentos que tratarán de justificar al comerciante asesino. Uno de esos argumentos me los encontré hoy en El Diario. Como no podía ser de otra manera, el argumento esgrimido viene de parte de un comisario. ¡Si! La “mano dura” del Estado intenta justificar lo injustificable. Piris, que es comisario de la sexta dice que, “se trata de menores en conflicto con la ley”, por eso es justificable semejante odio de clase como para matar a Cristian. Y digo odio de clase porque el padre de Cristian es albañil y seguramente día a día tendrá que lidiar con la inseguridad de la que nadie habla, la inseguridad laboral.

Esta operación ideológica de indefensión es martillada una y otra vez por los grandes medios de comunicación de forma premeditada, distorsionando así la realidad en una secuela de homicidios en serie interminable. Los sectores más reaccionarios de la burguesía promueven esta ideología como un sentido común en defensa de la propiedad privada y la reproducción de sus condiciones materiales de vida, haciendo pie particularmente sobre las clases medias, y señalando como chivo expiatorio a los sectores más pauperizados de la sociedad, sobre los cuales habría que descargar la pena de muerte, la baja de la edad de imputabilidad y el control social estricto a manos de las fuerzas represivas. De este modo, las clases medias atemorizadas se convierten en el soporte de la defensa de la gran propiedad de los capitalistas. Así los medios construyen la imagen de esas clases medias que demandan seguridad para los ricos como ciudadanos honestos e impolutos frente a los “piqueteros”, los “vagos” y los “violentos” que afectan el “orden público”. Evidentemente, los pobres acaban indefectiblemente asociados al crimen.
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La naturalización de los delitos esconde que tras la supuesta igualdad formal ante la ley (obviamente una ficción, pues un joven roba $15 y es condenado a 8 años de prisión, mientras que los patronales agrarias evaden impuestos y aportes sociales y encima reciben subsidios), la desigualdad social y económica determina que los sectores más pauperizados de las clases desposeídas, es decir aquellas privadas de propiedad, se vean empujadas hacia el delito y la marginalidad.

Precisamente, la predominancia de los delitos contra la propiedad es la demostración más cabal de las consecuencias generadas por la descomposición social inherente al capitalismo, lo cual inhabilita a su Estado y sus instituciones como portadores de una solución efectiva. Es en este sentido que la revolucionaria polaca Rosa Luxemburgo sostenía que “tanto el crimen como el castigo hunden sus raíces profundamente en la organización social” (Contra la pena capital, noviembre de 1918).

Las organizaciones obreras combativas, los organismos de DD.HH., el movimiento estudiantil y los movimientos sociales no pueden permanecer indiferentes ante la virulencia de semejante ofensiva, que tiende a fortalecer el poder represivo del Estado ante la crisis en ciernes. Es necesario levantar una gran campaña democrática, multiplicando todos los esfuerzos unitarios, para desterrar de una vez la cruzada reaccionaria de Scioli, De Narváez, los famosos y la clase media reaccionaria.

* DNI: 27.852.164

Cortesía de Nora Brucoleri, 30 – 11 – 09

Los familiares del menor quieren justicia


A Cristian (13 años) un balazo le impactó en el centro del pecho, en la madrugada del sábado, cuando –aparentemente - intentaban bajar del techo de chapa de la casa de Oscar y Marisa Ichoust, en la esquina de Telén y Unanue. Se supone que robaban una jaula pajarera.

Esa casa -baja, austera, totalmente enrejada- amaneció con una pintada en el frente, que instala el fantasma de la venganza: “Asecino hijo de puta. La concha de tu...”, dice textualmente el escrito, que a lo mejor se interrumpió cuando la custodia policial que hay en la esquina recuperó la atención. Ahí hay asfalto y los dueños de casa tenían en sus flancos dos comercios: la fiambrería “Marisa” y la casa de repuestos “Don Pedro”.

La casa donde vivía Cristian está a menos de 200 metros, sobre una calle de tierra: General Acha. Un perro ladra en el fondo. Las ventanas están cerradas y su madre duerme. La pareja de su madre, el padre en el afecto de Cristian, luce golpeado por la tragedia.

No termina de entender cómo es posible que haya ocurrido lo que ocurrió. Y tiene su propia hipótesis: no cree en la teoría de que Ichoust les tiró a los chicos cuando estaban en el techo, mucho menos que fue un disparo al aire.

La bala de calibre 22 ingresó por el centro del pecho, él mismo se topó con el cuerpito de Cristian tendido sobre una vereda de tierra en la calle Telén. Se le hicieron eternos los largos minutos que demoró la ambulancia. Y no olvidará jamás el gesto del camillero ni bien revisaron al nene: lo miró a los ojos y movió su mano de izquierda a derecha, con la palma hacia abajo. Ya no había más nada que hacer. A Cristian lo llevaron hasta el Hospital Lucio Molas, directamente a la morgue.

Cristian vivía en la vivienda de la calle Acha con su madre, María Elena Lucero. También residía su hermano mayor de 19 años, Walter, que ahora trabaja en la Villa Casa de Piedra. Su padre y su pareja viven en la Zona Norte, con la otra hermanita de Cristina, Kimei. A una cuadra, en la esquina de Acha y Cané, está la unidad básica del PJ. Y del otro lado brilla una pintada en la pared: “Tierno pa’ arriba, palos pa’ abajo”. En la misma zona viven los otros chicos que acompañaron a Cristian en la noche dramática: tienen 14 y 15 años. La Policía ya los tiene anotados para perseguirlos: Víctor Piris, jefe de la Seccional Sexta que tiene jurisdicción en la zona, cuenta que se trata de “menores en conflicto con la ley”.

La familia tiene la versión de que Ichoust gatilló un par de veces, aunque no hay constancias de eso. También cuentan que no es anormal que en alguna casa del barrio haya ruidos en los techos, “pero a nadie se le ocurre tirar con un arma de fuego, nadie es dueño de la vida de nadie”. Y reconocen que el chico ha tenido sus “problemas con la Policía, pero por pelotudeces, como cualquiera”, dice el “padre en el afecto” de Cristian, albañil.

En la familia de Cristian juran que ahora no buscan venganza, que eso no se les pasa por la cabeza: “Lo que queremos es que se haga justicia, que le den lo que corresponda”. (El Diario)

La Quinta Pata

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