Alberto Atienza
Un trato no muy acorde con la importancia de los temas se brinda en el sector específico de la Justicia Federal adonde concurren las víctimas o testigos del accionar delictivo de los sicarios del Proceso.
Se recibe a las personas en oficinas con puertas abiertas, en las que entran y salen empleados. Otros trabajan al lado de quien declara. Es molesto. Lo que hay que decir a veces es duro, duele y exponerlo ante extraños no es algo grato. Al escribiente designado para recibir los dichos, bueno, se lo acepta, uno le brinda confianza por necesidad. Esas declaraciones deberían receptarse en lugares aislados, dentro del mismo tribunal, pero no ante terceros.
Y esto va para el juez a cargo y para el secretario Palermo, hombre de intachable conducta. Hay que impedir que empleados ociosos entren a hacer bromas, a zaherir a quienes están en un delicado trámite, a interrumpir recuerdos que cuesta animar. Ocurrió el martes 21, alrededor de las 10.30. Yo declaraba ante una oficinista llamada Carla, al lado de ella, en otro tema, ante una computadora, un empleado muy serio sobre una silla de ruedas. De pronto a mis espaldas aparece un sujeto, alcancé a verlo de soslayo, vestido con traje claro. Hacía gestos burlones dirigidos hacia mi persona. Carla se reía. Obviamente, me sentí muy mal. Me pregunté ¿En qué burdel me he metido? Se fue el payaso a quien el pueblo le paga para mofarse de la gente que no la pasó bien, para nada bien, en los 70 y 80. La escribiente no reveló datos de ese individuo que en lugar de estar en su sitio de labores ronda oficinas para reírse de las personas. Por ende no sé su apellido, pero es factible conseguirlo. Se reinicia la actividad de los tribunales en febrero. Habrá que normalizar lo expuesto. O serán los mismos declarantes quienes lo hagan.
La Quinta Pata, 16 – 01 – 11
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