Sebastián Moro
Única premisa de la libre educación política que aprendí con mi viejo: nunca olvidar. Ni la derrota, el horror o la traición. La memoria como requisito para el presente y el futuro. Recuerdo entonces. Recuerdo por estos días en que Videla está finalmente en cana y se cumplen 20 años del indulto que Menem dio a los genocidas. Recuerdo el dolor y la bronca de mi viejo, sus lágrimas y puteadas, ante el peor agravio hecho contra tantos compañeros de esa generación diezmada que solamente Néstor Kirchner reivindicaría. La humillación fue contra los sobrevivientes y contra el pueblo. De la rabia paterna aprendí que no había perdón posible para los torturadores, violadores y desaparecedores más siniestros de nuestra historia, quienes siguen perpetrando sus crímenes al no informar sobre el paradero de los chicos apropiados ni el destino de sus padres. Porque jamás pedirán perdón y siguen glorificando la masacre.
Una plaza de Mayo con cien mil almas que eran un solo aullido, conjuraba ese domingo 30 de diciembre de 1990 contra la falsa paz. Menem avanzaba traicionando y entregando todo lo que estuviera a su alcance que, aún con la primavera democrática marchita, era mucho. Incluso las reivindicaciones por memoria y justicia frente al peor horror que nos haya desolado. El presidente que vaciaría al peronismo con mayor eficacia que los asesinos de la picana y la desaparición de miles de obreros y militantes populares, derramaba champagne festejando la impunidad. Con los decretos de indulto de ese fin de año, sumados a los de 1989, ningún represor responsable de terrorismo de Estado tendría ya castigo. La pacificación del país como excusa, dejaba libres y cubiertos por décadas a Videla, Massera, Viola, Camps, Galtieri, Martínez de Hoz y otros 300 milicos y chantajistas carapintadas.
También Menéndez, máximo responsable de la represión en nuestra provincia obtuvo el maldito beneficio. Y junto a él, los generales asesinos de Mendoza, Jorge Maradona, Mario Lépori y Juan Pablo Saa, mal muerto hace poco en pleno proceso judicial. Todos favorecidos en democracia por nuestros jueces de la dictadura. Otro menduco promotor del indulto fue Roberto Dromi, cerebro de la principal “verdad” menemista: “nada de lo que tenga que ser estatal puede quedar en manos del Estado”. La justicia abarcada también en ese concepto. Dromi es hoy, con Miguel Ángel Toma y el Cardenal Bergoglio, bonete mayor de la Iglesia Católica Argentina, uno de los principales buchones de Duhalde en materia de defensa y seguridad nacional. El fascista Duhalde, quien tempranamente en septiembre de 1988 exi-gía “indulto generalizado”.
Algunas cosas cambiaron pero mi viejo no las pudo vivir. Todo bien, a su nombre y al de tantos, Víctor Heredia seguirá susurrando “un día de gracia para ti”.
Río de Palabras, 30 – 12 – 10
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