Guillermo Almeyra
La deuda actual estadunidense es la mayor del mundo y en septiembre debería llegar a 15 billones 476 mil millones de dólares, o sea, a superar el producto interno bruto del país. Eso, si un salvataje in extremis le permitiese a Washington –como es probable– seguir endeudándose sin llegar el 2 de agosto a la cesación de pagos por haber superado el límite legal para la deuda…
Las calificadoras –como la policía noruega frente a los terroristas xenófobos– miran para otra parte y, mientras degradan los bonos de Grecia, Irlanda, Portugal y todos los países endeudados que se les pongan por delante, siguen considerando que los bonos del tesoro de Estados Unidos son el patrón de calidad, el 0 de su tabla y les atribuyen una calificación de AAA. Pero ni Standard & Poor’s ni sus congéneres determinan los movimientos de la tierra y ni siquiera los cambios climáticos.
La primera potencia militar mundial tiene pies de barro y en ella se libra una aguda lucha entre los dos principales grupos capitalistas para ver de qué manera siguen descargando la crisis económica sobre la población. Mientras los republicanos proponen cortar puestos de trabajo, eliminar subsidios y planes sociales, reducir ulteriormente la educación y la sanidad, expulsar a los trabajadores indocumentados y reducir aún más los impuestos a los ricos, los demócratas piden que estos paguen tasas impositivas, como todos, y quieren preservar algunos salarios indirectos para tratar de mantener el poder adquisitivo –duramente afectado ya–, la paz social y la competitividad y credibilidad de la economía de Estados Unidos.
Mientras tanto, el dólar se debilita, las reservas de otros países (como China, los europeos, Japón o Brasil) pierden valor, y las monedas de los llamados países emergentes se valorizan, por consiguiente, frente al dólar, lo cual promueve la compra de mercancías estadunidenses afectando la producción nacional de esos mismos productos y reduce la competitividad de sus bienes de exportación, desequilibrando su balanza de pagos e introduciendo tensiones en sus sociedades.
China posee bonos del Tesoro estadounidense por valor de un billón 160 mil millones de dólares; Japón, por 900 mil millones; el Reino Unido, por 345 mil millones, y Brasil, por 210 mil millones. Todas esas reservas y las de los demás países, como los latinoamericanos, se están devaluando y dependen de lo que le pase al billete verde, que Estados Unidos imprime a todo vapor para estafar a sus ciudadanos y al resto del mundo. Si China, u otro acreedor, decidiera deshacerse de parte de sus papeles de deuda en dólares, la moneda estadounidense sufriría un terrible golpe y, con ella, la economía mundial. Eso no es probable, porque China es ahora el sostén principal de la economía estadounidense y juega todas sus cartas a la recuperación del capitalismo; ni es probable tampoco que, por irresponsabilidad de los republicanos, o por la voluntad de los mismos de dar un golpe de Estado monetario, Washington no pudiese aumentar su capacidad legal de seguir endeudándose.
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