viernes, 1 de febrero de 2008

La Pata Semanal - El hombre que perdió al sol

Las lagunas de Llancanelo
por Alberto Atienza

Encontró una moneda de oro en la calle y desde ese momento perdió para siempre al sol. Caminó durante el resto de su vida con la cabeza baja, en la búsqueda de otra. Sus últimos días lo encontraron encorvado, con una naciente giba, de tanto andar cada vez con su vista más cerca del suelo.
Algo de eso les pasa a nuestros políticos, los de turno y los que se fueron. Tienen que cumplir con el precepto de propender al bien común pero, ven la moneda y se agachan.

Las licitaciones para la explotación petrolífera en Mendoza. Brillan las ofertas, desde el suelo, desde más abajo. Existen quienes ofrecieron invertir 300 millones de dólares por todas las concesiones. Hay una pugna de capitales primermundistas en estos pagos por los que aun deambulan niños mendigos por la peatonal y cuando llueve quedan muchas familias sin techo. Fantástico. El oro negro puede traer, si los administradores son probos, bienestar a la ciudadanía, mejores escuelas, hospitales que funcionen bien y la tan ansiada seguridad. Puede.
Leer todo el artículo - CerrarSe debe dar paso al progreso. Pero nuestros mandatarios están a punto de cometer un pecado gravísimo contra la naturaleza. Un ex gobernador, que se caracterizaba por sus berrinches de ira cuando gente pidiendo seguridad le pisaba los malvones del jardín de su carísima residencia instaló, en su afán de recaudación, un peligro total.
Me refiero a la posible explotación petrolífera en Llancanelo, Malargüe. El que lo siguió en el cargo, con sus ojos mirando a Buenos Aires más que al piso, siguió impulsando esa iniciativa. Qué irá a hacer Don Celso, no se sabe.

El humedal de Llancanelo es una de las pocas estaciones mundiales destinadas a que muchas especies de aves, de distintas partes del mundo, cumplan con su ciclo reproductivo. Es una posta donde convergen pájaros que cruzan océanos para cumplir con el sagrado mandato de la continuidad de la vida.
Sería muy bueno que quienes tienen que decidir sobre el permiso para esa área visitaran el lugar. Si alguien imagina el paraíso, ese es el sitio. Silencio, sólo interrumpido por los cantos de los seres alados que lo habitan. Uno puede asistir a la llegada de bandadas que vienen de otros continentes. Doscientos o poco más pequeños animalitos que llegan surcando por el aire mares y tierra. Lo hacían desde antes de los aviones y del advenimiento del petróleo. Tal vez partieron miles. Tormentas, agotamiento, hambre. Llegan algunos centenares. Los necesarios para que esa familia continúe en el mundo.
El horizonte de esos espejos de agua está formado por aves, algunas en movimiento, otras en reposo. De distintos colores. Bellísimas. Mansas.

Un testimonio. Me tocó, por mi profesión de periodista, trabajar un tiempo en el Ministerio de Obras y Servicios Públicos, que estaba a cargo del ahora vicepresidente Cobos. Llegaron a mis manos dos estudios de impacto ambiental elaborados por empresas petroleras interesadas en Llancanelo. Al mencionar los riesgos de la explotación coincidían en sostener que un accidente (muy comunes en esa tarea) contaminaría las napas freáticas interconectadas entre si y a la vez con el humedal y que eso no podía subsanarse. ¿Qué significa algo así? La muerte de todas las aves. Eso lo anotaron, no porque las empresas sean buenitas, veraces al extremo, de puro buenitas. No. Le salían al cruce, anticipadamente, a una catástrofe, a una demanda por daños y perjuicios que el Estado provincial entablaría en un caso así.

Interrogantes que la comunidad se plantea ¿Por qué nunca se difunden los estudios de impacto ambiental? ¿Cuál es la razón por la que reclamos de ambientalistas como Oikos tienen que dirimirse en el plano judicial y no en el del sentido común?
La moneda. El refulgir de la moneda en el piso. No hay otra explicación.
Otro dato importante y del cual doy plena fe. Inauguran el observatorio Pierre Augier en Malargüe. Una hermosa fiesta con un pasacalle encabezado por un premio Nóbel de física, seguido por otros notables científicos de diversas partes del mundo y muchos niños a caballo, de clubles de fútbol, de escuelas de oficios.

En charla con el entonces intendente, nuestro actual gobernador, excelente anfitrión de los periodistas invitados, le manifesté mi profunda admiración por lo visto en Llancanelo, ese milagro de la Naturaleza, en su eterno canto a la eternidad. Coincidía conmigo y otros colegas con su apreciación. Jaque sabe muy bien que es Llancanelo, que significa en el planeta. Y largó una idea, llámesele proyecto.
--Yo quiero hacer en la meseta del ingreso principal a la laguna un mirador. Un lugar, que hasta puede tener las características de un hotel, para que turistas de todo el mundo concurran a observar a las aves-- dijo.
Ya habíamos hablado de algo que muchos saben: los ornitólogos aficionados del primer mundo son muchos. Además, el paisaje desde esa elevación, es imponente y hermoso aun para quien le interesen los pájaros en un segundo plano. Si a eso le agregamos los demás atractivos turísticos de Malargüe esa idea de Jaque sería de un éxito rotundo.
Económicamente hasta produciría tantos dividendos como el petróleo, eso si, sin el riesgo de un desastre ecológico.

Pero, la moneda sigue con su esplendor sobre el asfalto de la ciudad de Mendoza. Refulge en despachos de jerarcas, instalados por el pueblo, donde el llamado de la Naturaleza se diluye contra la dureza del cemento y el cristal.
Sirvan estas líneas, ambición desmedida tal vez, para que el gobernador Jaque que si conoce Llancanelo y su significación, retome su pensamiento anterior. Que deje de lado al canto de sirenas, las voces de los leguleyos que demuestran (códigos en mano) que el petróleo y sus tóxicos pueden ser hasta alimenticios para los pájaros. Que les mejora el brillo del plumaje (cuando están muertos, obviamente) Que el agua, potenciada con fenoles mata a las plantas y a otras formas de vida, es cierto, pero que un puñado de dólares es más que una moneda. Y más que un trino. O un nido. O la alegría de ver recortados contra el cielo a majestuosos cisnes de cuello negro.

Jaque sabe. De eso no hay ninguna duda. Pero por si quiere más información, bueno, que recabe esos estudios de impacto ambiental que deben estar durmiendo en algún archivo del ministerio de Obras (o como se llame ahora) Más información, muy fidedigna, la encuentra en la experiencia de prácticos estudiosos que conocen a la laguna, que la han observado durante años. Saben de sus afluentes. Cuentan cosas que no figuran en los estudios de los especialistas de las petroleras. Por ejemplo: el ruido que genera cualquier tipo de maquinaria en ese ambiente altera profundamente el ciclo reproductivo de las aves. Directamente, lo anula.

En compañía de uno de esos hombres, en el humedal, levanté mi vista y pasó por sobre nuestras cabezas una gran bandada de pequeños pájaros. Avecillas del tamaño de un gorrión. Volaban muy curiosamente, como si les costara. Se mantenían unos segundos en el aire, parecía que se precipitaban, unos centímetros y recuperaban el avance.

--¡Pero que mal vuelan!-- le comenté a mi guía.
--Si-- dijo --Pero les alcanza para venir desde Europa. En este momento llegan.

Don Jaque, en nombre de Dios (que algunos dicen es la Naturaleza) usted tiene la última palabra. La vida o la muerte para esos miles de seres. Siga los dictados de su conciencia. Vaya una vez más a Llancanelo. Vaya solo. Déjese invadir por esa belleza de un mundo previo a nosotros, a las argucias legales, a los intereses económicos. Comulgue en ese santuario dentro de un credo anterior a todas las religiones.
La ciudadanía deposita en usted toda su confianza.

La Quinta Pata

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