lunes, 26 de mayo de 2008

Doña Pancha Alfaro y la inseguridad

Alberto Atienza

Más policías, ataviados para el combate, cual rambos azules paseando por el centro (sólo hasta las 22, hora mágica que al parecer disuelve, volatiliza, a taxis y uniformados en las calles mendocinas).
Remoción de funcionarios de la gestión anterior del ministerio de Seguridad por el solo pecado de haber llegado al puesto con la gestión anterior, como el caso del abogado Alberto Montbrun, uno de los pocos ciudadanos verdaderamente especializado en seguridad en la provincia, pecador irredento, lapidado únicamente por lo mismo. No interesa si alguien sabe o no sabe. Si sus conocimientos serán útiles a la comunidad. Cada vez que asume un nuevo ministro o secretario lo primero que hace es cambiar el logo de la institución, dejando inútiles muchos kilos de papel y sellos. Luego, la purga y el inexorable aterrizaje de bellas secretarias, algunas no tan bellas pero sí sobrinas o entenadas. “Qué se va a hacer...” como decía doña Pancha Alfaro.

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Un sexagenario sospechado de haber manoseado a una nena, su propia nieta, de 10 años en un barrio de Maipú, a pocos kilómetros del centro de Mendoza. La madre de la chiquita consignó el hecho en una seccional. No quiso hacer la denuncia. Los vecinos de la señora, enfurecidos, decidieron linchar al supuesto abusador sexual (la justicia hasta ese momento no intervenía) Batalla campal. Cuarenta policías llegaron en diez autos y enfrentaron, gases lacrimógenos, balas de goma, en el aire a unas cien indignadas personas. Y sacaron al jubilado de su casa trasladándolo a lugar seguro. Continuó la pelea. Llamaron a la fiscal correccional Anabel Orozco. La funcionaria ordenó que los policías se retiraran ya que no había denuncia y por ende no había delito. Se fueron. La turba saqueó entonces la casa de Ramón Barloza y luego la incendió. No quedó nada. ¿De dónde sale la inseguridad? ¿Se resuelve con más policías y discursos o anida en lo profundo de algunas personas, que cada vez son más? Sucedió el martes último y la destruida vivienda aun humea. El escenario: Barrio “Buenos Vecinos”. “No tan buenos” razonó doña Pancha mate en mano.
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Si a usted mañana le roban el DVD que le regaló a su hija, el equipo de audio, el televisor y la plancha, obligándolo a ir a trabajar limpito pero arrugado. Si usted vio a uno de los chorros y luego lo reconoce en rueda de presos y lo portan en galera, usted se hace acreedor a uno de los premios instituidos por el hampa mendocina (la de trocha angosta) Casi con seguridad será amenazado de muerte. Hay reglas generales en Mendoza: a los policías les gusta dormir de noche, una de ellas y a los ladrones les desagrada profundamente que los denuncien. “Son leyes no escritas, pero que las hay, las hay” comenta doña Pancha Alfaro mientras corta con la mano una tortita raspada. Una suerte de ley del Talión afecta la boca de nuestra consultora: en lugar de ojo por ojo ella tiene diente por medio.

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Daniel Brusadín, hombre trabajador, fue asaltado por dos delincuentes que actuaron a cara descubierta. Los persiguió en su Ford Falcon. Les dio alcance y uno de los ladrones lo encaró y le pegó un tiro. Brusadín murió luego de doce horas de agonía. De haber sobrevivido sería un inválido. Sucedió en Villa del Parque, en un bello día de la semana que finaliza. Los vecinos, presas del dolor, organizaron una Marcha del Silencio, como para poner en evidencia una vez más la inseguridad que afecta a la gente honrada de Mendoza, flagelo que casi todos los días destruye una existencia, arruina a un hogar. “Los chorros se florean por todas partes y nadie va a buscarlos” meditó doña Pancha Alfaro mientras pensaba, sin saberlo, en la inexistencia real (figura en sellos y cargos) de una división Inteligencia que le salga al cruce al delito, antes del estallido del daño, a veces irreversible.

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Y así como los malvivientes imponen sus torvas leyes (si me reconocés y voy en cana sos boleta, si estoy choreando a otro y avisás a la policía te reviento la casa) sus ires y venires merecen grandes titulares en la prensa local. Conforman una suerte de jet set del lumpenaje. A seis columnas se detalla, bajo un título casi cuerpo catástrofe “Hiper custodiado Casca Tello partió para Santiago del Estero” el “Casca”, ex convicto mendocino acusado del homicidio de un narcotraficante colombiano, hecho ocurrido en la localidad santiagueña de Añatuya el 19 de marzo último. “Viste que el Casca salió en los diarios” comentan orgullosos en sus aguantaderos colegas del preso. Y así como los delincuentes imponen a los demás una forma de vida (rejas en puertas, ventanas y hasta rodeando el inodoro, miedo, silencio, complicidad obligada) gozan de muy buena y desmesurada prensa. Doña Pancha trató de leer sin los lentes. No pudo: “¿Quién es Casca que se va de viaje? Mire cuánto espacio le dedican --le decía a doña Gloria, su vecina que asentía con movimientos de cabeza (es más chicata que doña Pancha)-- debe ser un buen hombre para que lo tengan tan en cuenta” Se caló las gafas. Desentrañó la noticia. Se molestó: “¿A quién carajo le importa el traslado de este Casca?”

La Quinta Pata

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