domingo, 12 de octubre de 2008

¿De qué raza?

Raza

Miguel Bonasso

El primer jodido por el colonialismo europeo fue, curiosamente, un español; pocas horas después les tocaría el turno a los mal llamados “indios”. Ocurrió en la madrugada del 12 de octubre de 1492 y el historiador norteamericano Howard Zinn narra la truchada con maestría poética en su libro La otra historia de los Estados Unidos.

“Entonces, el día 12 de octubre, un marinero llamado Rodrigo vio la luna de la madrugada brillando en unas arenas blancas y dio la señal de alarma. Eran las islas Antillas, en el Caribe. Se suponía que el primer hombre que viera tierra tenía que obtener una pensión vitalicia de 10.000 maravedís, pero Rodrigo nunca la recibió. Colón dijo que él había visto una luz la noche anterior y fue él quien recibió la recompensa”.

Rápido el mercader genovés, Cristoforo Colombo. Es una lástima que el Billiken y las láminas escolares que nos lo muestran bajándose del bote con la cruz y la espada no nos contasen la otra historia. Es una lástima que la página web del Ministerio de Educación de la República Argentina siga evocando el Día de la Raza con la vera efigie del Almirante del Mar Océano, a quien los muy católicos reyes de España le habían prometido un “diego” de todo el oro que pudiera encontrar en Asia, o más precisamente en la India.

Salvo que el codicioso navegante –lo suficientemente culto como para saber que la Tierra era redonda– no podía imaginar que se había tropezado en el viaje con un continente desconocido para los europeos. Aunque no para sus habitantes, que sumaban en aquellas fechas unos 65 millones de seres humanos.
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Pronto, muy pronto, el genocidio más grande de la historia reduciría drásticamente esa cifra. Quinientos años más tarde, España celebró con toda pompa lo que llamó “el encuentro de dos mundos”. Algunos intelectuales latinoamericanos prefirieron denominarlo “encontronazo”. Colón contó de esta manera sus impresiones de aquel 12 de octubre:
“Nos trajeron loros y bolas de algodón y lanzas y muchas otras cosas más que cambiaron por cuentas (vidrios de colores) y cascabeles de halcón. No tuvieron ningún inconveniente en darnos todo lo que poseían. Eran de fuerte constitución, con cuerpos bien hechos y hermosos rasgos. No llevan armas, ni las conocen. Al enseñarles una espada, la cogieron por la hoja y se cortaron al no saber lo que era. Serían unos criados magníficos. Con cincuenta hombres los subyugaríamos a todos y con ellos haríamos lo que quisiéramos”.

Y lo hicieron, nomás, empezando por esos gentiles arahuacos de las Antillas. Como bien lo recuerda Howard Zinn en el libro citado, Cristóbal Colón les vendió a los Reyes Católicos que las Indias serían una fuente inagotable de oro y esclavos. Y de este modo obtuvo el apoyo real para su segunda expedición, compuesta por diecisiete navíos y tripulada por mil doscientos hombres. “El objetivo era claro: obtener esclavos y oro. Fueron por el Caribe, de isla en isla, apresando indígenas.(…) En el año 1495 realizaron una gran incursión en busca de esclavos, capturaron a mil quinientos hombres, mujeres y niños arahuacos, los retuvieron en corrales vigilados por españoles y perros, para luego elegir a los mejores quinientos especímenes y cargarlos en naves. De esos quinientos, doscientos murieron durante el viaje”.

Establecido en Haití, afiebrado por el oro que no aparecía más que en pequeñas cantidades, Colón ordenó que les cortaran las manos a los “indios” que las traían vacías. Comenzaron las fugas y las persecuciones con perros. También los suicidios en masa con veneno de yuca. Los arahuacos mataban a los niños para librarlos de los españoles. En dos años la mitad de los 250 mil indígenas de Haití habían muerto por asesinato, mutilación o suicidio.

Hubo un conquistador, de los que llegaron a Cuba en una de las primeras expediciones, que adquirió conciencia y se convirtió en el gran cronista de la masacre: fray Bartolomé de las Casas. “Mientras estuve en Cuba –escribe el fraile humanista– murieron 7.000 niños en tres meses. Algunas madres incluso llegaron a ahogar a sus bebés de pura desesperación. De esta forma, los hombres morían en las minas, las mujeres en el trabajo, y los niños de falta de leche. En un breve espacio de tiempo esta tierra, que era tan magnífica, poderosa y fértil quedó despoblada. Mis ojos han visto estos actos tan extraños a la naturaleza humana, y ahora tiemblo mientras escribo.”

Era en verdad para temblar lo que vio el buen fraile cuando llegó a la Hispaniola en 1508: “Entre 1494 y 1508 habían perecido más de tres millones de personas entre la guerra, la esclavitud y las minas. ¿Quién se va a creer esto en futuras generaciones?”.

“El Almirante –dice también– fue tan ciego como los que le vinieron detrás, y tenía tantas ansias de complacer al rey que cometió crímenes irreparables contra los indígenas.” Y lo ejemplifica: “Dos de estos supuestos cristianos se encontraron un día con dos chicos indígenas, cada uno con un loro, les quitaron los loros y para su mayor disfrute, cortaron las cabezas a los chicos”.

La España que “descubrió” América acababa de unificarse como otros estados-nación europeos. La inmensa mayoría de sus pobladores eran campesinos que trabajaban para la nobleza, que constituía el dos por ciento de la población pero era dueña del noventa y cinco por ciento de la tierra.

El llamado “descubrimiento de América” no sólo completó la cartografía occidental de la época, estableció un Reich de quinientos años que aún perdura, con distintos turnos imperialistas. La colonización del nuevo continente y la consecuente exacción de sus riquezas fue un componente esencial para el tránsito de la sociedad feudal a la sociedad capitalista.

Se generó lo que Immanuel Wallerstein llama la economía-mundo, que se iría articulando cada vez más –al compás del desarrollo científico y tecnológico– hasta llegar al vértigo de la actual “globalización”.

Es muy significativo, por cierto, que este nuevo aniversario de la llegada de Colón coincida con una de las crisis más profundas y devastadoras del sistema capitalista. Una crisis que está lejos de concluir y que se traslada, cada vez con mayor claridad, desde el ámbito financiero hasta el conjunto de lo que llamamos la economía real.

Seguramente no será la última. No es necesario ser alarmista para avizorar en algunas pocas décadas una catástrofe ambiental y guerras aún más extendidas y crueles que las actuales por la posesión de los recursos naturales. En 1926, Fritz Sternberg, un socialdemócrata austríaco que proponía un sistema alternativo al capitalismo occidental y el “socialismo real” de los soviéticos, predijo en su libro El imperialismo, que los pobres de la Tierra (pueblos y naciones) se verían enfrentados al sistema capitalista mundial, no ya por razones ideológicas o éticas, sino por una cuestión de simple supervivencia.

Crítica digital, 12 – 10 08

La Quinta Pata

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