lunes, 20 de octubre de 2008

Perón solo, en las vísperas del 17

Eva Perón y Juan Domingo Perón

Felipe Pigna

En la madrugada del 14 de octubre de 1945, el régimen militar confinó en la isla a uno de sus máximos referentes. Pocos imaginaban lo que se estaba gestando en esas jornadas, ni siquiera el "coronel de los trabajadores".

La isla Martín García tiene algo especial que inspira a sus voluntarios e involuntarios ocupantes a escribir. Allí el poeta nicaragüense Rubén Darío escribió su "Marcha Triunfal" y don Hipólito Yrigoyen, confinado a pesar de su edad y su estado de salud por la miserable dictadura de Uriburu, escribirá gran parte de su defensa ante la Corte Suprema de Justicia. Don Hipólito fue confinado dos veces en la Isla. La primera, el 29 de noviembre de 1930. Permaneció detenido en el polvorín conocido como la "cartuchería", un lugar húmedo, lleno de ratas, completamente insalubre. Allí estuvo hasta el 19 de febrero de 1932. En diciembre de aquel año sería trasladado a Martín García por segunda vez por orden del gobierno del general Agustín P. Justo. En esa ocasión, fue alojado en la comandancia, un lugar más digno. Una junta médica militar confirmó su cáncer de laringe y aconsejó su traslado a Buenos Aires, donde moriría poco después, el 3 de julio de 1933. La familia del caudillo rechazó el hipócrita duelo nacional decretado por el régimen fraudulento de Justo.

En octubre de 1945, otro habitante involuntario tomaba la pluma en su lugar de reclusión, la actual escuela Cacique Pincén, en aquella isla tan cargada de historia. El hombre había nacido a la historia hacía poco más de dos años tras ocupar una oscura y hasta entonces inactiva Secretaría de Estado de un gobierno militar que había derrocado al último exponente de la década infame, el presidente conservador Castillo. Desde su nuevo cargo, lanzó una verdadera ofensiva política en el terreno sindical y laboral. Pronto fue conocido como el coronel de los trabajadores y comenzó a ser acusado, según sus interpeladores, de comunista o de fascista.
Leer todo el artículo
Las presiones más fuertes venían del mundo empresario, de la Sociedad Rural, de la embajada de los Estados Unidos y de los partidos políticos tradicionales que veían horrorizados, cómo un coronel, surgido de las filas del ejército, la reserva histórica junto a la Iglesia católica del orden establecido, había promovido y transformado en disposiciones legales anhelados y conculcados derechos sociales como el estatuto del peón de campo, la ley de salario mínimo y la de aguinaldo.

Cómo era posible que aquel coronel, tan intolerable para la izquierda como para la derecha clásicas ocupara de tal manera el centro de la escena política sin contar con el apoyo de ninguna estructura partidaria existente y ostentara simultáneamente los cargos de vice-presidente, Ministro de Guerra y Secretario de Trabajo y Previsión.

La presión político-empresarial caló finalmente en el frente militar y un golpe interno encabezado por el general Ávalos, que se soñaba presidente, detuvo al coronel y lo envió a Martín García en la madrugada del 14 de octubre de 1945. Al día siguiente, su médico personal, el capitán Miguel Ángel Mazza, obtuvo permiso de la Marina para visitarlo en la isla. Mazza se había entrevistado previamente con los coroneles Domingo Mercante, su operador en Buenos Aires, y Franklin Lucero.

Juntos habían elaborado un plan para traer a Perón de regreso a Buenos Aires. El médico presentaría unas viejas placas radiográficas de Perón que daban un diagnóstico de "elevación cupuliforme del hemidiafragma derecho, cuyo probable origen tumoral debe ser imprescindible e impostergablemente dilucidado por el examen clínico y de laboratorio en un ambiente hospitalario". Mazza agregaba que "efectivamente, el clima húmedo de su actual alojamiento le puede resultar sumamente desfavorable", por lo cual se hacía urgente el traslado a la Capital.

El médico había recurrido a la historia clínica e hizo constar el antecedente de una congestión pulmonar contraída en La Quiaca en el otoño de 1931, cuando Perón cumplía funciones en la Comisión de Límites. A poco de llegar, Mazza le dio un efusivo abrazo al coronel y le advirtió al oído que no se dejara tocar por ningún médico. El doctor era portador de informaciones clave para el coronel: el frente militar estaba francamente dividido, ninguna guarnición del interior apoyaba a Ávalos y el movimiento obrero preparaba un paro y una gran movilización para pedir por su libertad.

En aquellos días de octubre, Juan Domingo Perón escribió varias cartas y comenzó a redactar lo que se convertiría en un folleto al que llamó "Dónde estuvo", firmado bajo el seudónimo Bill de Caledonia, en memoria de uno de sus perritos. Perón le entregó cinco de aquellas cartas a Mazza. Una, para Ávalos, donde le pedía el traslado a Buenos Aires por razones médicas. Otra, para Domingo Mercante, que contenía una advertencia a quienes pudiesen leer el texto "de contrabando": Mi querido Mercante: Desde que me "encanaron" no hago sino pensar en lo que puede producirse si los obreros se proponen parar, en contra de lo que les pedí. [...] Con todo, estoy contento de no haber hecho matar un solo hombre por mí, de haber evitado toda violencia. Ahora he perdido toda posibilidad de seguir evitándolo y tengo mis grandes temores que se produzca allí algo grave. De cualquier modo, mi conciencia no cargará con culpa alguna, mientras pude actuar lo evité, hoy anulado no puedo hacer nada.

Una tercera carta era para Evita y se convertiría en la más famosa al cabo de los años. En ella decía: Mi tesoro adorado: Sólo cuando nos alejamos de las personas queridas podemos medir el cariño. (..) Hoy he escrito a Farrell pidiéndole que me acelere el retiro. En cuanto salga nos casamos y nos iremos a cualquier parte a vivir tranquilos. Que no te vaya a pasar nada porque entonces habrá terminado mi vida. Cuídate mucho y no te preocupes por mí; pero quiéreme mucho que hoy lo necesito más que nunca. Tesoro mío, tené calma y aprendé a esperar. Esto terminará y la vida será nuestra. Con lo que yo he hecho estoy justificado ante la historia y sé que el tiempo me dará la razón. Empezaré a escribir un libro sobre esto y lo publicaré cuanto antes; veremos quién tiene razón. Muchos, pero muchos besos y recuerdos para mi chinita querida. Perón. La otra carta era para el presidente Farrell. En ella insistía sobre su situación jurídica y la ausencia de acusaciones concretas contra su persona y deslizaba, como quien no quiere la cosa: No sé si represento algo para los trabajadores, para el ejército y la aviación; los años lo dirán.

Como suponía Perón, varias de las cartas, entre ellas la dirigida a su mujer, fueron interceptadas. De acuerdo a lo prometido a Perón, al llegar a Buenos Aires Mazza se entrevistó con Farrell y le planteó la necesidad de sacar al coronel de Martín García por problemas de salud. El médico se sorprendió al ver la buena disposición de Farrell para con Perón.

Pudo advertir que el presidente estaba rodeado, que tenía ganas de decirle muchas más cosas pero temía ser escuchado por la gente de Ávalos y el ministro de Marina Vernengo Lima. El doctor también cumplió con la misión encomendada por Perón de transmitir directivas precisas a sus hombres en Buenos Aires, que venían concretando febriles reuniones en contacto permanente con los gremios. Los sindicalistas les transmitían el clima de efervescencia que se vivía en todo el ámbito laboral por la detención de Perón.

El 15 de octubre, Farrell le comunicó a Vernengo Lima que era necesario traer a Perón porque se encontraba enfermo. El marino desconfió y sugirió que se enviara una junta de médicos para guardar las formas. Farrell aceptó, pero pidió que, de todos modos, trajesen a Perón a Buenos Aires. Vernengo Lima envió a los doctores José Tobías y Nicolás Romano y al capitán Andrés Tropea. Perón siguió los consejos de Mazza para evitar que se descubriera su verdadero estado de salud. Como él mismo lo cuenta: Me habían mandado una junta médica a la isla para ver si era indispensable mi traslado. ¡Eso sí que hubiera estado bueno! No me dejé tocar. ¡Si se avivaban, me dejaban de por vida en la isla! En la madrugada del 17 de octubre se había recibido la orden que permitía a Perón embarcarse hacia Buenos Aires donde lo estaba esperando la historia.

Clarín, 20 – 10 – 08

La Quinta Pata

No hay comentarios :

Publicar un comentario