lunes, 29 de diciembre de 2008

Niños mendigos, pizza y pelucas empolvadas

Niños mendigos

Alberto Atienza

Pizza. A la antigua, alta, con muzarella que desborda por su circunferencia que pronto se abre en porciones celebradas con fría cerveza. En algunos negocios de calle Las Heras se puede comer esa pizza con reminiscencias de los años 50, bocado que aún mantiene cultores, no obstante la invasión de las variedades “a la piedra” a la que los puristas consideran poco menos que tartas.

Cuando está por llegar el manjar a la boca, la birra en espera, empañando la copa, aparece frente a uno, con sus manitas tímidamente apoyadas en la mesa, situada bajo los árboles de la vereda, una nena de seis o siete años a lo sumo. Bonita. No muy aseada. Un tanto opaca su ropita. Pide una moneda, pero los ojitos se le vuelan en torno a la redonda que posa sobre una circunferencia de madera. Alguien pasa unas monedas. Otro prepara una porción con servilletas de papel y se la ofrece a la pequeña que la disfruta. Es muy hermoso ver comer a un niño. Es la continuidad de la vida. La alegría de ingerir algo rico. Energía que ingresa de a poco en un cuerpo pequeño. Lástima que esa chiquita coma algo en la calle, a las 11 de la noche, cuando debería estar durmiendo. Arranca la mocosita hacia otra mesa, se va al negocio situado metros más allá y aparece en rol de patrullera, de capataza, una gorda adulta que es quien regentea o mejor dicho explota a un grupo de niños. Se reúnen todos en una parte sombría de la acera y ahí los chicos le entregan sus níqueles que van sumando y sumando, que se transforman en panchos, hamburguesas que la obesa gerente ingiere al paso. Para ellas no hay pretextos, como que no come nada y es víctima de un metabolismo traidor, como confiesan, sin excepción, las dos o tres gordas amigas que uno tiene. No. Engulle. Mastica de todo la casi redonda mujer. Acaso algunos pocos pesitos queden para los niños, si es que no deben pasar antes por el filtro de otro intermediario.

Minutos después aparece otra nena, bien vestida, de unos 11 años, una mujercita diminuta. Porta una caja de cartón con baratijas que oferta por un billete. Alguno compra esas porqueriitas de goma eva y plástico de un micrón, para luego tirarlas. Detrás de esa pequeña ya hay algo más que una adiposa poseída por la gula. Existe un capitalista que provee a los que regentean a la menor del stock de artículos con que se enmascara la mendicidad.
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Al rato, nunca se superponen, aparece un adolescente que parece venir del fondo del infierno, cara de fracaso, ropa estragada, con el hambre reflejada en su cara. Más temprano, han hecho el periplo niños con la bolsita de adhesivo de la que inhalan sin ninguna vergüenza. Esos no aceptan alimentos. Flaquísimos, piden únicamente monedas para comprar más de esa basura que algunos comerciantes venden a los pequeños en conocimiento de que es un veneno que les causa pérdida de audición, neuropatías periféricas, daño en el sistema nervioso central, daño al hígado y riñones (Fuente: NIDA, National Institute on Drug Abuse) Jóvenes madres con sus bebés dormidos en brazos, deambulan de mesa en mesa de los negocios que atienden en veredas. Piden leche para sus hijos. Como nadie anda con una caja de leche en polvo a cuestas se conforman con algunas monedas.

La pregunta que todos se formulan: ¿Cuál es la política del gobierno de Jaque acerca de la niñez desprotegida? ¿Existe esa política? ¿Sabe el gobernador el espectáculo de miseria que se representa en las calles mendocinas? ¿Puede garantizar el destino de esas niñas cuando ya la infancia no sea un capital para pedir? ¿Qué será de ellas? ¿Pasarán a formar parte de las huestes de la prostitución?

Por regla general nuestros gobernantes ascienden al poder, comienzan a percibir importantes sueldos, más adicionales, viáticos. Auto con chofer. Casa custodiada o se cambian a un barrio privado con vigilancia propia. Almuerzan en lugares exclusivos a los que no acceden los asaltantes que les amargan la cena a todos los demás que no son políticos. Y comienzan, cual globos rellenos de helio, a despegarse del suelo y de la realidad. Les ocurre lo mismo que a los nobles y chupamedias cortesanos que la Revolución Francesa abolió vía guillotina. Iban con sus pelucas empolvadas y tapados sus malos olores con perfumes varios. Veían a las turbas famélicas y se preguntaban entre sí: ¿Y estos quiénes son? ¿Qué quieren? ¿Qué les pasa? Nuestro bienamado gobernador con seguridad debe ignorar lo que ocurre en las calles, de noche y de día. El asedio que sufren turistas y lugareños por parte de los niños que piden. La lástima que inspiran, especialmente de noche donde están fuera de lugar. Las ganas de comer que demuestran. La indignante presencia de quienes administran a esos niños sacados del contexto de la infancia y de alguna forma sacrificados (el tiempo perdido no vuelve. Los días de educación, sueño en horas normales, alegría y juegos son preceptos sagrados y nadie debe vulnerarlos)

Claro. La agenda de Jaque está llena de proyectos mineros. De cómo frenar a tal o cual gremio que pide mejoras de sueldos. De la llegada de su nieto, que con seguridad, apenas camine, no deambulará por la Peatonal o calle Las Heras buscando comida o monedas.

El sentido de lo que se escribe periodísticamente es el mismo de tanta gente que se preocupa por estas cosas pero que no tienen cómo expresarlo, cómo hacerlo saber a quienes manejan el timón del poder. Es de esperar que nuestro gobernador tome conciencia de lo que está sucediendo. Él, en persona, no los funcionarios que llenan las dependencias de Minoridad porque, hasta ahora, hacen poco más que nada, debe enterarse de lo que está pasando.

Si no acusa recibo es hora de que vaya eligiendo una peluca empolvada.

La Quinta Pata, 29 – 12 – 08

La Quinta Pata

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