domingo, 25 de enero de 2009

El hampa de principios del siglo XX en versión mendocina

Carlos Campana

Juego, prostitución y la cosa nostra. Así operaba a principios del siglo XX la mafia en la provincia. Un detalle: no era de origen italiano (como en Estados Unidos), sino francés.

La palabra mafia nos remite de inmediato a ciudades como New York o Sicilia. Pero en la Mendoza de principios del siglo XX, se instaló -sin la violencia y riqueza de los gangsters norteamericanos- un grupo de mafiosos de nacionalidad francesa que junto con algunos mendocinos, dominaron por mucho tiempo “el negocio” de la prostitución y del juego clandestino, sin que las autoridades pudieran hacer algo para erradicar ese flagelo.

Cuando la mafia decía “oui”
En una mañana del mes de febrero de 1900, el tren del Gran Oeste, llegó a la estación de Mendoza y un joven bien vestido descendió con su equipaje del vagón de segunda clase. En el andén lo esperaban dos personas que hablaban en francés, al localizarlos el dúo fue al encuentro y le preguntaron si era monsieur Blexmon, y el forastero contestó con afirmativo oui.

Los tres estrecharon sus manos y se presentaron. Uno era Adolfo Mercier y el otro Enrique Chevrieux. Luego de los saludos, los tres caballeros partieron en un mateo rumbo al hotel Bauer ubicado en la calle 9 de Julio 1353 de la ciudad.

Allí, Blexmon pidió una habitación y días después sus amigos y compatriotas lo interiorizaron del “negocio” que ellos estaban haciendo en esta provincia. Monsieur Blexmon era uno de los capos de esta “organización”. Así se instalaría por mucho tiempo la mafia de origen galo.

Franceses con código italiano
Además de Mercier y Chevrieux se encontraban en Mendoza varios dueños de bares franceses en donde se ejercía el juego clandestino y la prostitución.
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En aquellos años, existían en la ciudad dos casas de lenocinio -como se los llamaban a los burdeles- en donde las mujeres o “pupilas” facilitaban sus servicios sexuales por dinero; uno de estos, se encontraba en calle Las Heras al 995 y su dueña era Elisa Rossi, mientras el otro funcionaba en la calle Ituzaingó al 1600. Con la llegada de los galos, éstas comenzaron a proliferar inclusive en otros departamentos como Las Heras y Godoy Cruz.

A diferencia de los mafiosos italianos que conocemos, éstos “franchutes” no se disputaban el territorio, pero sí practicaban los códigos de la mafia, llamados de “Omertá” en la que nunca se reconoce la existencia de la hermandad ni ante la tortura o la muerte. También el de discutir una fase de sus actividades o revelar la identidad de un hermano.

Otro de los artículos de esta norma, dice que se debe acudir en ayuda de otro con todos los medios a su alcance, incluso arriesgando su vida y su fortuna. Esto era lo que los antecesores de Al Capone, hacían.

La cosa nostra
A pesar de que los mafiosos franceses estaban asentados en Mendoza, también los nuestros no se quedaban atrás. Sus casas de juegos y prostíbulos se ubicaban en la zona de la cuarta sección. Allí, a toda hora, muchos hombres visitaban aquellos antros de perdición.

Entre los truhanes mendocinos se encontraban Epifanio Delgado, Erminio García, Agustín Varela y Enrique Sánchez. También algunas mujeres regenteaban varios prostíbulos, pero se destacaba una en particular, llamada Amelia Gutiérrez, quien poseía una casa en las calles Alberdi y entre Bolivia - actual Federico Moreno- y Montecaseros.

Con el tiempo estos grupos mafiosos comenzaron a hacerse sentir en la sociedad, sobornando a policías y gente del gobierno. En varias ocasiones, se produjeron en estas casas, la muerte por asesinato de algunos huéspedes que acudían periódicamente, sin el esclarecimiento del hecho.

Un dato que alarmó a la población fue la gran cantidad de secuestros que se produjeron a mujeres menores (de 12 a 16 años) que eran introducidas al negocio de la “carne humana”.

También, eran traídas, por los mafiosos franceses, jovencitas de diferentes países de Europa.

¡Se acabó la fiesta!
Con el cambio de las nuevas autoridades, la policía de investigaciones comenzó su tarea de desmantelar aquella red mafiosa en las que se encontraban uno de los principales capos franceses llamado Broxmon y sus secuaces Mercier, Chevrieux; también fueron aprendidos otros caftens (proxenetas) en la ciudad y Las Heras, en donde tenían sus “boliches”.

Después de detenidos, fueron a la cárcel y tuvieron que pagar multas por valor de cien pesos (mucho dinero para la época).

Los prostíbulos fueron reducidos a unos pocos, y se prohibió el juego clandestino. Pero en la década del ’20 las casas y el juego volvieron a florecer.

Los Andes, 25 – 01 – 09

La Quinta Pata

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