jueves, 19 de febrero de 2009

Bartolomé de las Casas: biógrafo del nuevo mundo

Bartolomé de las Casas

Mary Ruiz de Zárate

Bartolomé de las Casas era un joven de 18 años cuando el gran almirante de Castilla, Cristóbal Colón, zarpó a descubrir un Nuevo Mundo. Se sabe que su padre era mercader y que su hermana Isabel estaba casada con un ebanista de Sevilla. Ningún contemporáneo suyo lo describió físicamente, ningún pintor lo retrató y él mismo se ocupó bien poco de sí. Consideró como objetivo primordial de su vida al hombre americano. A este hombre despreciado, sojuzgado y maltratado en su época, dedicó con fervor su obra, su talento y todas sus energías creadoras.

Nacido en la ciudad de Sevilla en 1474, estudió en la Universidad de Salamanca y marchó en 152 a “Las Indias”, donde participó en la conquista y colonización de Cuba, obteniendo con su amigo Pedro de la Rentería una encomienda de indios en Las Auras, cerca del río Caunao, en la comarca del gran cacicato de jagua, el más poderoso del centro de la Isla.

En 1514 experimenta la profunda crisis espiritual que mueve sus sentimientos y decide su vida futura. Tal vez la compañía del bárbaro de Pánfilo de Narváez, sus atrocidades, y la contemplación del aniquilamiento de una sociedad – la aborigen – fuesen la causal y razón que cataliza su sentir, decantando lo mejor para llevarlo a ser el campeón indeclinable, invicto, de la defensa del hombre de la América.

Conoció y vivió los diez primeros años de la conquista, porque recoge de labios de su padre Pedro de la Casas, compañero de Colón en su segundo viaje y de su tío Francisco de Peñalosa, soldado al mando de las tropas del Almirante, los primeros relatos de la tierra nueva, de sus habitantes. Durante su estancia en Santo Domingo, trató a los familiares de Colón íntimamente, a Ovando y a casi todos los capitanes aventureros que vencieron a las viejas civilizaciones de cobre.

Fue Bartolomé de las Casas actor de primerísimo rasgo en el dramático escenario de la Conquista y Colonización. Fue el cantor de las agonías del indio, su abogado más tenaz y el primer historiador que ofreció una visión testimonial de nuestro continente.
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Regularmente, en la América actual, al estudiar por primera vez la historia patria, era costumbre que el maestro relatase la lección transmitida, en los siempre iguales libros de texto. Allí aparecía, en primer lugar, un retrato apócrifo de un fraile con una pluma de ganso en la mano, con unas cuartillas que reposaban en un escritorio pequeño. Nos decían de niña que había sido el primer defensor de los indios; y más adelante, los neodescubridores de supuestas verdades, para darse fuste de extravagantes, de conquistadores de la Atlántida, nos decían: “¿El padre de las casas? Ese lo que fue: un esclavista, sugirió la esclavitud del Negro. Para vestir a un santo encueró a otro.”

La polémica, la contradicción, han girado por más de 400 años en torno a este individuo y creemos con seguridad, que ha de proseguir hasta que su obra sea bien conocida. Los pueblos de la América han de conocer y estudiar, en su día, a su mejor y más objetivo biógrafo.

El historiador
Durante 50 años, luego de su alborada en Cuba, no cesó de escribir cartas, memoriales a los reyes, historias, opúsculos teológicos, disquisiciones políticas y extensos tratados de historia política.

Acaso en la médula de su obra, en su valentía como historiador encontremos la razón por la que su copiosa y documentada obra yaciera 300 años herméticamente guardada sin publicarse.

“Yo e ecripto muchos piesgos de papel y passan de dos mill en latín y en romance”, decía él en 1562.

Desde Baracoa en Cuba, hasta los llanos venezolanos o las selvas de Chiapas, su vehemencia denunció con implacable hostilidad a los conquistadores la explotación de los indios. Su obra jurídica, su historia de las ideas, imperantes en su medio y en su tiempo, y su sólida cultura en materia jurídica le permitieron legar al mundo el contenido de uno de los hechos más trascendentales en la historia de la humanidad: el descubrimiento y conquista de América.

Y él, solo él, es autoridad, por ser testigo imparcial y de excepción del notable acontecimiento. ¿Quiénes podrían parangonársele? ¿Pedro Martyr de Anglería? que escribió desde España? ¿Acaso Oviedo, farsante por naturaleza, encomendero y asesino, o Bernal Díaz del castillo, rústico soldadote de la cohorte de bárbaros de Hernán Cortés?

Y el hecho de que las historias de estos personajes que se dedicaron en sus “obras” a loar la gloria de la conquista y a apologetizar a sus hombres de pro para que fuesen autorizadas para su publicación por la Corona, sin trabas, da fiel imagen de la realidad.

De las casas coleccionó documentos, recogió testimonios, acopió datos, observó minuciosamente cuanto le rodeaba y en la quietud del monasterio español de San Gregorio, concluyó la obra comenzada en en 1527 en Santo Domingo, en un convento americano, su monumental Historia de las Indias.

El 17 de marzo de 1564 a los 90 años de edad hizo testamento; y para salvar su obra de la destrucción dispuso que se publicara cuarenta años después de su muerte.

Sus libros y su archivo personal se conservaron en el monasterio de San Gregorio a cuyos monjes encargó su custodia; luego los valiosos manuscritos fueron trasladados y utilizados “para consulta restringida del Consejo de Indias”. Solo en 1942 habría de aparecer la primera edición del manuscrito original y autógrafo del autor. Hasta entonces, la Academia de Historia de España se mantuvo negada a que viese la luz y sobre todo en la etapa de las campañas independentistas de América, porque podrían considerarse como una justificación contra la crueldad de España y como favorecedor de la famosa “leyenda negra” de la metrópoli.

De la obra de de las Casas, pese a los errores – de censo, de número – naturales en la época, nos unimos en juicio al criterio de ramón Iglesias: “La verdadera historia, la que tiene algo de jugo y palpitación de vida, se ha escrito siempre a impulsos de una presión del momento, es siempre historia polémica, parcial, apasionada, tendenciosa.”

Juventud rebelde, 13 – 09 – 73

La Quinta Pata

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