domingo, 8 de febrero de 2009

Cuando Rivadavia se fue con el sillón

Bernardino Rivadavia

Felipe Pigna

El 6 de febrero de 1826 se creó el cargo de Presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata. El rechazo de los caudillos del interior y el manejo de la guerra con Brasil lo llevaron al fracaso.

Se usa su nombre asociado a un mueble, "el sillón de Rivadavia", una frase que pretende una continuidad que nunca existió, que habla de un hipotético país que conservó celosamente desde el mobiliario hasta lo institucional de un Poder Ejecutivo supuestamente republicano y democrático.

Lo primero y pedestre a decir es que tras su renuncia, Bernardino Rivadavia se llevó a su casa junto a su frustración todos los muebles y enseres que había aportado para decorar la austera casa de gobierno, incluyendo el mítico sillón. Lo segundo, lo más importante, es que desde 1827 hasta 1853 con Urquiza, y eso en una parte de aquella Argentina dividida, no habrá presidentes ni constitucionales ni de los otros. La Argentina tiene cinco primeros presidentes: el primero cronológicamente, Rivadavia; el primer presidente constitucional, Urquiza; el primer presidente del país unificado, Mitre; el primer presidente electo sin fraude y por el voto popular, Yrigoyen, y el primer presidente surgido de un golpe de Estado, Uriburu.

Volviendo a Rivadavia, conviene recordar que tras el tumultuoso año 1820 y la caída de las autoridades nacionales, en abril de 1821 el estanciero Martín Rodríguez fue nombrado por sus pares gobernador titular de Buenos Aires. Así eran las elecciones por entonces. Fue Rodríguez quien designó al ex secretario del Triunvirato Bernardino Rivadavia como ministro de Gobierno, un cargo muy importante equivalente al de un jefe de gabinete actual. Rivadavia había regresado de Inglaterra encandilado por las luces de las doctrinas económicas y políticas de moda en la capital de la Revolución Industrial. Pero aquí no había industrias, ni una burguesía con ganas de aplicar las nuevas técnicas del progreso y mucho menos de arriesgar sus seguras ganancias ganaderas en "aventuras industriales". Las ideas de Rivadavia, que eran las del liberalismo de principios de siglo, no tenían por estas tierras base de sustentación en una clase dirigente muy conservadora y desconfiada de las novedades.

En 1822 se fundó el Banco de la Provincia de Buenos Aires. Tres de sus ocho directores eran ingleses, al igual que el tenedor de libros de la entidad bancaria. Todos los billetes del Banco y sus monedas se hacían en Londres. La mitad de las importaciones de Buenos Aires provenía de Gran Bretaña. En la provincia vivían 1.300 británicos, la mayoría dedicados al comercio de importación y exportación que recibieron notables concesiones del gobierno de Buenos Aries a través del ministro de Finanzas, Manuel José García, todo un caballero inglés, como lo llamaban los agentes de Su Majestad en su correspondencia. Haciendo gala de su liberalismo, Rivadavia lanzó una reforma eclesiástica por la que suprimió los fueros eclesiásticos; confiscó las propiedades de las órdenes religiosas y creó instituciones que competían en áreas de poder e influencia que habían sido patrimonio de la Iglesia: fundó la Universidad de Buenos Aires, la Sociedad de Beneficencia y el Colegio de Ciencias Morales.
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Rivadavia estableció una novedosa ley electoral que incluía el sufragio universal, con un universo limitado. La norma establecía que tenían derecho al voto todos los hombres libres nativos del país o avecindados en él mayores de 20 años, pero sólo podían ser elegidos para los cargos públicos los ciudadanos mayores de 25 "que poseyeran alguna propiedad inmueble o industrial".

Rivadavia fue también el principal impulsor del nacimiento de nuestra deuda externa, el empréstito con la Casa Baring de Londres – del que nos hemos ocupado en estas páginas – que se contrató por un millón de libras de las que sólo llegaron un poco más de la mitad aunque la deuda, que se terminó de pagar en 1904, fue obviamente por el total nominal. En garantía del crédito, la provincia de Buenos Aires hipotecó toda la tierra pública, lo que dio lugar a una Ley de Enfiteusis que permitía alquilar los terrenos, a los propietarios de otros campos que los solicitaran, el monto del canon lo fijaban los mismos terratenientes vecinos, de manera que hoy por ti, mañana por mí, los montos resultaban irrisorios.

La Ley terminó consolidando el latifundio en la provincia ya que la mayoría de los enfiteutas se convirtieron en no mucho tiempo en propietarios. Ya a partir de 1823 la provincia había comenzado a tender los hilos para reunir un nuevo Congreso Constituyente. Se buscaba además apoyo para solucionar el problema de la Banda Oriental, incorporada al Brasil con el nombre de Provincia Cisplatina. Lentamente, la iniciativa fue prendiendo, y en diciembre de 1824 representantes de todas las provincias de la época comenzaron a sesionar en Buenos Aires bajo el gobierno de Las Heras y la notable influencia de Rivadavia. El Congreso tomó diversas medidas; entre ellas la Ley de Presidencia y la Ley de Capital del Estado. La Ley Fundamental, promulgada en 1825, daba a las provincias la posibilidad de regirse interinamente por sus propias instituciones hasta la promulgación de la Constitución, que se ofrecería a su consideración y no sería promulgada ni establecida hasta que la hubiesen aceptado.

Este promisorio comienzo sufrió sus primeras grietas el 6 de febrero de 1826, con la creación del cargo de Presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Los defensores del proyecto pretendieron utilizar la situación de guerra con el Brasil para transformar en permanente el cargo provisorio que había sido delegado en el gobierno de Buenos Aires. El candidato elegido fue Bernardino Rivadavia, lo que molestó aún más a las provincias. El presidente presentó el proyecto de Ley de Capital del Estado, que fue aprobado de inmediato. La Ley le hizo perder al presidente también el apoyo de los porteños porque Buenos Aires quedaba bajo la autoridad nacional, hasta que esta organizara una provincia. Los porteños entendieron que era un atropello a la autonomía y que la Ley se oponía a lo expresado por la Ley Fundamental. En diciembre de 1826 se aprobó una Constitución que coincidía en cuanto a su tendencia centralizadora con la de 1819 y, como aquella, provocó el rechazo de los caudillos y su negativa a prestar ayuda para continuar la guerra, lo que llevó al gobierno a concluir desafortunadas tratativas de paz con el Brasil, al que se le reconocía la posesión definitiva de la Banda Oriental. Si bien el Congreso Nacional, a propuesta de Rivadavia, rechazó la gestión realizada por Manuel García, su ministro de relaciones exteriores, Rivadavia, considerado responsable de las negociaciones, presentó su renuncia al cargo de presidente en junio de 1827.

Antes de renunciar, probablemente sentado en su sillón, Rivadavia alcanzó a escribir: "Fatal es la ilusión en que cae un legislador cuando pretende que sus talentos y voluntades pueden mudar la naturaleza de las cosas". Sarmiento definirá años más tarde las características políticas de Rivadavia y su grupo: "Es imposible imaginar una generación más razonadora, más deductiva, más emprendedora, y que haya carecido en más alto grado de sentido práctico" (1).

Nos cuenta Vicente Fidel López que: "hasta la casa de gobierno había quedado desmantelada y sin menaje: sus piezas estaban reducidas a paredes desnudas y deterioradas; pues resultaba que todo el mueblaje, hasta el del despacho presidencial traído de Europa, era de propiedad del señor Rivadavia; y que, antes de dejar el poder, conociendo la insolvencia del nuevo gabinete para abonarle su valor, habíalo trasladado todo a su nueva habitación".

Pocos días después el poder nacional quedaba disuelto y cobraba nuevo impulso la guerra civil.

(1) Domingo F. Sarmiento, Obras Completas, Bs As., Universidad de La Matanza, 2000, t. VII.

Clarín, 08 – 02 – 09

La Quinta Pata

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