José Pablo Feinmann
Nunca voy a olvidar al doctor Smart. Ni al general Saint Jean. Creo que la Justicia tiene que ocuparse de ellos y lo está haciendo. Los dos tienen una sombría característica en común: ampliaron, expandieron el concepto de subversión. Mucha gente que estaba en el país en 1976 tenía cierta esperanza: se hablaba tanto de la lucha contra la guerrilla, contra el terrorismo, que conjeturaron que no serían atacados. No habían estado dentro de una organización armada, no habían participado de ningún operativo, no habían empuñado un arma. Sin embargo, tenían miedo. Muchos les decían que se fueran. Que la cosa era también con ellos. ¿Qué habían hecho ellos? Ser profesores. Ser psiquiatras. Haber publicado un par de libros o notas en algunas revistas. Tener amigos que ya se habían ido. De los que no se sabían los motivos de ese raje, pero todo raje, en esa época, tenía que ver con el peligro, con el miedo a morir. Además, los que aún residían en el país se veían secretamente de tanto en tanto y evaluaban la cuestión de la seguridad. No había un solo dato racional. La represión no lo era. Siempre se concluía lo mismo: “A cualquiera por cualquier cosa”. Ahí, apareció un día Saint Jean y dijo una frase hoy célebre: “Primero mataremos a los subversivos, después a sus cómplices, después a sus amigos, después a sus familiares, después a los indiferentes y por último a los tímidos”. Saint Jean era el gobernador de la provincia de Buenos Aires. Jaime Smart, el ministro de Justicia y, Ramón Camps estaba al frente de la policía. Era un terceto temible.
Vamos a usar una palabra de la French Theory: diseminación. Saint Jean había diseminado el terror. Lo había propagado. Lo había desbandado. Este desbande coincidía con la descripción que Walsh (en sus informes críticos a los Montoneros) hacía de los sectores profesionales e intelectuales: situación de desbande. Muchos de estos sectores no se desbandaban. Paralizados, esperaban la suerte que habría de tocarles. Buena o mala. No es cierto que el perseguido siempre huye. A menudo ni fuerzas para eso tiene. La situación de desánimo, terror y depresión era tan grande que muchos, demasiados, no podían dar ni un paso. Además, no tenían nada concreto. No los habían amenazado. Suponían que no habían hecho lo suficiente, pero ignoraban qué era “lo suficiente”.
Leer todo el artículoEl doctor Jaime Smart hizo –entonces– unas declaraciones explosivas y sinceras. Pareciera formar parte de los represores que hablan en el film de Marie-Monique Robin, Escuadrones de la muerte, la escuela francesa. Ahí se despachan sin pudor Alcides López Aufranc, Díaz Bessone y Albano Harguindeguy. Robin había logrado convencerlos de ser una de ellos. Se confiaron y abrieron una canilla de la que sólo salía sangre. Lo mismo con Smart. Tan impune se sentía en 1976 que no se privó de nada. Las declaraciones son las siguientes: La Nación, 12 de diciembre de 1976. Desenmascarar a quienes armaron la subversión. La Plata (NA). “Tenemos el deber de desenmascarar a quienes armaron a los delincuentes subversivos, porque si no corremos el riesgo de que dentro de unos años vuelvan de las sombras.” El ministro de Gobierno había hablado por LS11 Radio Provincia de Buenos Aires. Con entusiasmo, se había referido al reequipamiento de la policía bonaerense, “manifestó que en los últimos ocho meses se invirtieron más de 1500 millones de pesos, y que se aumentó el plantel de la dependencia en 30.000 hombres”. “En el Ministerio de Gobierno (seguía el doctor Smart) hemos tenido siempre presente la necesidad de volcar todos los recursos en la lucha contra la subversión. Lo cierto es que esa subversión no es la subversión meramente armada. Muchas veces se equivocan los términos cuando se limita exclusivamente el de subversión al combatiente que es abatido por las fuerzas del orden. En la subversión debemos incluir a quienes armaron a esos combatientes, pues si nos ponemos a analizar creo que son más responsables que los mismos combatientes.” Esos responsables son los “profesores de todos los niveles de la enseñanza”. En una escuela de Coronel Pringles se secuestró un libro que llevaba por título Educación y liberación. “El gobierno de la provincia conoce perfectamente que la subversión es ideológica y se desenmascaran estos casos (...) Ahora, ellos, que en su momento los armaron, han dado un paso atrás tratando de pasar desapercibidos. Una de las mayores preocupaciones es cuidar que en el ámbito de la cultura no se infiltren nuevamente, o por lo menos que no tengan como en otra época la posibilidad de accionar fácilmente y llevar a la subversión armada a tantos jóvenes universitarios y secundarios que, día a día, caen en distintos enfrentamientos.” Smart define como “subversivo” al combatiente “que es abatido por las fuerzas del orden”. Y a las víctimas de la subversión ideológica como “jóvenes universitarios y secundarios que, día a día, caen en distintos enfrentamientos”. El desparpajo para referirse a la matanza es total: los jóvenes universitarios y secundarios caen “día a día”. Y el subversivo no es –pudo haber dicho– el que se levanta en armas contra el orden establecido, contra el honor de la república, contra nuestras tradiciones occidentales, contra nuestro estilo de vida. No, es el que es “abatido por las fuerzas del orden”. Sabía lo que decía. Entre 1976 y 1977, en la provincia de Buenos Aires se mataron miles y miles de personas por motivos erráticos, caprichosos, paranoicos. O por motivos tan precisos como los que el general López Aufranc le dijo al empresario Klein en presencia de Emilio Fermín Mignone, que fue quien contó el acontecimiento. Klein (padre) se le quejó de una huelga de 23 delegados en Acindar. López Aufranc, que se veía eufórico, le dijo: “No se preocupe. Están todos bajo tierra”.
El doctor Smart fue procesado en mayo del año pasado. Recibió la adhesión de la Asociación de Abogados Penalistas de Buenos Aires y de la Corporación de Abogados Católicos, entidades que ahora, una vez más, probablemente le acerquen consuelo y le digan que esto “ya va a pasar”. “Esto”, es decir, lo que ahora le ocurre: le han quitado las comodidades del arresto domiciliario y lo destinan a una prisión común. El que demanda al doctor Smart es Héctor Timerman. Porque el doctor Smart, junto con el coronel Camps, secuestró al periodista Jacobo Timerman, que de guerrillero no tenía nada. Lo torturaron, lo humillaron. Y cientos de veces le dijeron “judío de mierda”. Pero la justicia que se cierne sobre el doctor Smart deberá ser en nombre de los innumerables seres que llevó a la muerte. Él, un abogado, un hombre que estudió leyes, que habrá sabido que las leyes existen para que la Justicia se aplique por su medio, para que una sociedad tenga un orden jurídico y origine un espacio en el que se pueda vivir civilizadamente.
Uno no puede olvidar las caras de tantos que seguramente fueron asesinados. Acaso sea increíble, pero siempre que recuerdo a alguien de esos años me pregunto: “¿Estará vivo?”. Y si no lo volví a ver, sospecho que no. Recuerdo a una chica muy vital, muy linda, que hablaba en un acto de la Jotapé: no la vi más. Se había peleado conmigo porque yo no compartía la política fierrera de Montoneros y ella tal vez tampoco, pero no se animaba a la ruptura. Seguramente la mataron. Y si buscó algún refugio en la provincia de Buenos Aires, pobrecita. Esos tres leones justicieros (Saint Jean, Smart y Camps) la habrán castigado debidamente. A veces pienso que estaba entre los masacrados de Pilar. Lo pienso, sólo eso. A veces, todavía, veo su cara. Y creo que el hecho de no haberla visto nunca más algo tiene que ver con gente como el doctor Smart.
Por último, pido disculpas por ser un “intelectual progre” y ocuparme todavía de estos temas. Sabemos que los “derechos humanos” son un caramelo que este gobierno nos da a los tontos de los “progres” para comprar nuestras conciencias. Así de idiota somos. Vamos a callarnos y a no criticar nada de lo que haga Cristina Fernández ni alguno de sus funcionarios. De lo de Calafate, nada. Del señor De Vido, menos. Porque, ¿es eso lo que hay que criticar, no? Vean, nosotros además criticamos que hay hambre, analfabetismo, que falta distribuir, etc. Pero sabemos que esto pasará. ¡Hay tantos que pelean por el peronismo no-setentista de Duhalde! ¡Peronistas somos todos!, decía Perón. Aquí también. Gorilas furibundos se matan por lograr reemplazar a este peronismo por el de Macri-Reutemann digitado por el habilidoso Duhalde. Ese día todo estará bien. Hasta ese señor Buzzi –el combativo y clasista y genuino representante del agro pobre– dejará de salir en Gente, en sus fiestas opulentas, retratado con la estrella soft-porno Lucy Love, que hunde su pierna izquierda entre las del inclaudicable luchador popular, cuyo flequillito, según vemos, mata. Como mataba el doctor Smart, a quien, el próximo peronismo, el de los intelectuales que dejaron atrás esa imbecilidad de lo progre, lo dejará en libertad, lo sacará de donde lo metieron “esos montoneros vengativos de Cristina Fernández”, para que festeje con sus amigos de la Corporación de Abogados Católicos la verdadera Justicia de una República agradecida.
Página 12, 15 -02 – 09
La Quinta Pata
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