martes, 21 de abril de 2009

El Cóndor de América

Ernesto Antonio Contreras

Matías Soria

Así se lo bautizó a Ernesto Antonio Contreras por sus heroicas y fascinantes trepadas en bicicleta en los Cruces de Los Andes, recordadas victorias que lo erigieron en un verdadero ídolo nacional y como uno de los más grandes pedalistas de todos los tiempos.

A 50 años de su primer triunfo como ciclista federado (fue el 22 de abril de 1956 en una carrera ganada en San Martín cuando tenía 18 años), el Negro, el que pedaleaba en alpargatas, el tipo bonachón que ganó decenas de títulos provinciales, argentinos, mundiales y hasta la participación en tres Juegos Olímpicos, hace un repaso de su brillante trayectoria deportiva en su bicicletería de Godoy Cruz.

La imagen de la foto colgada de la pared lo muestra con los brazos abiertos, subido al techo de un auto y rodeado por una multitud que lo aclama. También están los cuadros de cuando fue tapa de El Gráfico, la revista deportiva más famosa del país, y una vitrina con enormes trofeos que se convierten en un inevitable punto de atracción.

No es un museo deportivo ni mucho menos. Se trata del taller de bicicletas de Ernesto Contreras, ubicado en Pellegrini y O¨Higgins de Villa Hipódromo en Godoy Cruz, en donde el Cóndor de América, a sus 65 años, continúa ligado junto a las compañeras de toda su vida: las bicicletas.

Cuando uno ingresa a la bicicletería es común encontrarlo a Contreras con la espalda inclinada arreglando un piñón fijo, cambiando un gomín o emparchando una rueda. Pero por un momento deja la pinza de destornillar y se presta al diálogo, para rememorar historias y anécdotas de su exitosa carrera deportiva, siempre con la sencillez y hombría de bien que lo caracteriza.

“Todo esto que hago en el negocio lo hago con amor. Tranquilamente yo ya podría estar jubilado descansando en casa, pero le tengo mucho cariño a este trabajo, no lo hago solo por dinero, me da gusto hacerlo”, comienza diciendo el Negro Contreras.

-¿Cómo es eso de que usted recién agarró una bicicleta a los 14 años?
-Es así, muchos piensan que yo anduve en bicicleta desde bien chiquito, pero la verdad es que la primera vez que empecé a pedalear tenía 14 años y lo hice para llevar a mi hermana al colegio, que quedaba a 4 kilómetros. Después cuando cumplí los 18, fue mi hermano quien me prestó su bicicleta para que compitiera en una carrera.

-¿Cómo fueron sus inicios en el deporte?
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-Como todo pibe a mí me gustaba jugar al fútbol. En la escuela yo era arquero y jugábamos con pelotas de trapo, hasta que llegaron las de cuero que eran muy duras y al patearlas o cabecearlas, a uno le dolía hasta el alma. Pero un día, jugando con otros chicos, se armó una discusión, y ahí mi padre nos prohibió volver a jugar a la pelota.
Entonces mi hermano comenzó a correr en bicicleta. Yo también quería correr, pero no me dejaban porque era muy alto y parecía más grande que los otros chicos. Hasta que una vez mi hermano se fue al servicio militar y me prestó la bici. Así fue que en la primera competencia como federado que corrí en San Martín la gané con una vuelta de ventaja, y seis meses después gané un campeonato argentino.

-¿Cómo surgió el apodo de Cóndor de América?
-Siempre me dijeron el Negro Contreras, pero el Cóndor me lo apodó el periodista Marcelo Orué allá por el año 68, por las trepadas en bicicleta a la cordillera de Los Andes.

-¿Cuál fue su secreto para imponerse siempre en las carreras de montaña?
-Eso es una cuestión natural, uno nace con esas condiciones. Me acuerdo que yo gané una Villavicencio cuando nunca antes la había corrido, después una Doble Potrerillos y tampoco nunca había corrido por esa ruta. Cada competencia era una experiencia nueva que yo superaba.

-¿Pero cómo hacía para seguir corriendo cuando otros ciclistas quedaban vencidos por el cansancio?
-Al verles la cara a mis competidores yo me daba cuenta que podía superarlos. Pero ojo, yo también me cansaba y mucho, pero sacaba fuerzas de donde no tenía para seguir. Los Cruces de Los Andes eran terribles, arrancábamos en Mendoza, pasábamos por Villavicencio, Cruz de Paramillo, la Cuesta del Portillo en Chile y de ahí hasta Santiago, con muchas pendientes y caminos de ripio y tierra. Siempre me acuerdo de una vez en que sentía que me desmayaba por el agotamiento, pero al ver el aliento de toda la gente sentí que me suspendía en el aire y me empujaba a la meta. Era el cariño de la gente lo que me hacía triunfar.

-Como todo deportista, seguramente habrá vivido también momentos malos, ¿no?
-He pasado por momentos difíciles. Me acuerdo de los viajes, en donde iba a correr a países hermosos como Holanda, Dinamarca, Italia, Suiza. Pero la verdad es que yo era muy jovencito por entonces y viajaba solo, sin saber el idioma ni nada. Me bajaba del aeropuerto y no sabía para dónde agarrar. La pasé muy mal, pero gracias a Dios todo me salió bien.
También sucedía muchas veces que, cuando tenía que ir a otras provincias tenía que pedirle a un camionero que me llevara. Los ciclistas de hoy no tienen idea lo que costaba ser deportista en aquella época.
De hecho, en mis primera carreras yo me levantaba bien temprano e iba pedaleando desde Medrano, en donde vivía, hasta la ciudad, participaba en la competencia y después me volvía otra vez en la bicicleta hasta mi casa. Los comienzos fueron duros y más en aquellos años en que Mendoza quedaba tan lejos.

-A 50 años de sus inicios en el ciclismo, ¿qué le dejó este deporte después de tanto tiempo y momentos vividos?
-Si me tocara volver a nacer abrazaría nuevamente esta hermosa actividad como el ciclismo que no me dio dinero, pero si aquello que no se puede comprar, el cariño y el afecto de la gente, además de la posibilidad de conocer el mundo y de cosechar un montón de amigos. Y lo más importante ha sido mi familia, con mis tres hijos, mis nueras y mis nietos.

La Quinta Pata, 21 – 04 – 09

La Quinta Pata

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