lunes, 20 de abril de 2009

El “mortal” cruce de los Andes

El cruce de los Andes

Carlos Campana

Atravesar la cordillera fue una tarea titánica hace siglos. Las historias de los hombres que, intentando unir los pueblos, dejaron la vida entre los cerros.

Hoy, el corredor bioceánico vuelve a ser un nuevo desafío para nuestro país y el de Chile, al tratar de restablecer, con un proyecto, esta antigua vía de comunicación. Pero esta importante senda ya había sido estudiada por los españoles que, al poco tiempo de colonizar estas tierras, vieron las ventajas económicas que traería la conexión Valparaíso - Buenos Aires.

Durante el siglo XVI, los colonizadores españoles viajaban desde Europa hacia el Sur del continente americano en sus buques. Luego de un largo y penoso viaje llegaban hasta el estrecho de Magallanes y, si habían sobrevivido al susto, pasaban al Pacífico para después llegar al puerto de Valparaíso y con posterioridad al de Lima. La cantidad de kilómetros recorridos con este derrotero era de más de 17.000 kilómetros.

Con el correr del tiempo se asentaron, en nuestro actual territorio, las poblaciones de Buenos Aires y otras regiones como Córdoba del Tucumán y Cuyo, esta última perteneciente a la Capitanía General de Chile. Comenzó a formarse una línea de comunicación que unía los puertos de Buenos Aires y Valparaíso.

El gobierno español comenzó a utilizar esta ruta, la que fue provechosa al ahorrar más de 4.000 kilómetros de distancia y sin la necesidad de enviar sus barcos a las peligrosas aguas del Atlántico sur. Así quedó conformado el primer corredor bioceánico.

El camino de la cordillera
Antes de la llegada de los españoles existía una senda que, según la tradición, el imperio Inca había utilizado como camino.

A mediados del siglo XVII, la ruta entre Mendoza y Santiago de Chile comenzó a tener más actividad, a través del transporte de mercadería. El camino era una huella de no más de 1,60 metro de ancho con subidas y bajadas muy pronunciadas. Los transportistas y viajeros debían vadear arroyos caudalosos y subir alturas mayores a 3.800 metros.

En época de invierno, grandes temporales de nieve interrumpían esta importante vía de comunicación.
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Durante el siglo XVIII, el transporte creció en gran forma y cientos de mulas transitaban por este corredor, a lo que debemos agregar la gran cantidad de negros esclavos que eran trasladados en carreta para realizar la travesía desde Buenos Aires hasta Lima.

Un viaje con mucho riesgo
Los viajeros que se emprendían esta arriesgada travesía estaban expuestos a correr graves peligros e incluso la muerte.

Fray Reginaldo de Lizáñiga, quien pudo contar su experiencia, decía que para realizar el cruce de la cordillera tuvo que confesar a varios viajeros y no en vano, ya que sufrieron distintos accidentes.

Muchas personas perdieron la vida al viajar por aquel camino. Los derrumbes o aludes eran una de las tantas fatalidades que afrontaban los aventureros. Tal es el caso de tres peones que, a mediados de diciembre de 1748, fueron arrastrados por el desmoronamiento de un cerro, a varios kilómetros al Oeste de Punta de Vacas, matando a dos y arrojando a las mulas con sus cargas hacia el río Las Cuevas.

Casi veinte años después una comisión de funcionarios del gobierno chileno, encabezada por Ambrosio O'Higgins – padre del prócer chileno – partió en pleno invierno desde Santiago rumbo a Buenos Aires. Al cruzar el paso del Bermejo (muy cerca de donde actualmente se encuentra el Cristo Redentor) fueron atrapados por un recio temporal de viento y nieve, el cual diezmó al infortunado grupo que se dirigía hacia Mendoza.

Durante el temporal Ambrosio O'Higgins y uno de sus acompañantes quedaron a la deriva sin saber nada del resto de los hombres. Cansados y sin encontrar refugio, fueron víctimas del frío.

El camarada de O'Higgins falleció en sus brazos. Horas más tarde y esperando la irremediable muerte, el funcionario fue encontrado por tres sobrevivientes de la delegación, quienes lo reanimaron y pudieron salvarle la vida.

El desventurado viaje de O'Higgins, motivó al Capitán General de Chile, Antonio Guill y Gonzaga, la decisión de construir "casas de postas" en la Cordillera. Las mismas servirían para resguardar a los viajeros y al correo, de los crudos temporales invernales.

La construcción de estas casuchas mantenía las comunicaciones y el comercio permanente con los rioplatenses. Inmediatamente fueron designados para este proyecto el teniente coronel Juan Garland y Ambrosio O'Higgins, ambos de origen irlandés.

Las pequeñas postas fueron construidas en 1763 y estuvieron activas hasta finales del siglo XIX; algunas de ellas fueron destruidas por aludes y en la actualidad las podemos encontrar en pie.

A partir de la primera década del siglo XIX, el flujo de transporte siguió avanzando; después de la independencia con España, numerosos viajeros ingleses como Miers, Proctor, Head, Castelwright, cruzaron por estos caminos, a los que se sumaron el pintor alemán Mauricio Rugendas y el prestigioso científico Charles Darwin, quienes dejaron importantes descripciones de sus experiencias vividas tanto en relatos escritos como gráficos y que fueron difundidos por todo el mundo.

Los Andes, 20 – 04 – 09

La Quinta Pata

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