Sandra Russo
Uno se cansa. Imagina que hay muchos otros cansados de estar todo el día con la guardia alta, discutiendo, indignándose. La crispación de estos últimos días llegó a ser insoportable. Los adjetivos que se tiraron sobre la mesa fueron pesados y, sin embargo, muchas veces no llegan a designar ni todo el desprecio ni todo el enojo. En unos, en otros. Algo está salido del lenguaje en este proceso político que vivimos, y que tendrá su balance mañana.
Quizá se trate de eso. Incluso el cansancio. Quizá lo que cansa tanto es no comunicarse. Como sociedad, como conjunto, no hemos llegado a la instancia fundamental de la comunicación. La polarización es una de las cosas que más rápido y mejor nos salen. Y una característica de los polos es que se contrapesan y se corresponden. El relato argentino está plagado de dicotomías, de moneditas con las caras de la tragedia y la comedia, de opciones falsas y paradojas. Como fue civilización o barbarie, como fue libros o alpargatas.
Sin embargo, en esas presentaciones del mundo que parten la pantalla de la realidad de un modo tan grosero como el que ahora adopta la televisión, hay algo no resuelto y de lo que no se llega a hablar. Cuando se pide o se anhela diálogo, deberíamos pensar qué se pide exactamente. Cuando se reclama o se sueña consenso, deberíamos pensar con respecto a qué. Buenos Aires, casualmente o no, ahora está llena de carteles callejeros que instan a los buenos modales. Buenas tardes, mucho gusto. Hace más agradable la vida que a uno le pidan las cosas por favor, y más gustosas las plazas si está permitido pisar el césped. Pero más importantes que los buenos modales son las buenas políticas. Las buenas políticas son las que conducen a un estado general más propicio para que la gente sea educada: el contrasentido es proponer cortesía sin defender la escuela pública. La campaña que termina mañana ha sido una de las más sorprendentes de la historia, como es la propia historia que narran. Este período argentino no es uno más, sino uno de esos pocos que marcan décadas. Hay una pelea entre dos proyectos de país, o lo que es lo mismo: una pelea entre dos diseños de vidas públicas y privadas. Lo público y lo personal se anudan ahí donde aparecen los límites del dibujo colectivo. Pertenezco a la generación que fue muy joven durante la dictadura. Nuestras vidas fueron completa y brutalmente politizadas. Quizá por eso sospechamos de lo ligero, de lo anecdótico, de lo light. Quedó la marca.
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