jueves, 20 de agosto de 2009

“Haciéndonos visibles desde el arte popular”

Con esas palabras una militante popular describe el trabajo de Florencia Vespignani. Gráfica Política se suma a la Colección Ideas Visuales, por medio de la cual la Editorial El Colectivo publica libros de imágenes cuidadosamente elaborados, que al igual que el resto de su producción apunten a despertar la reflexión y la acción. El libro se presentará el viernes 21 de agosto, a las 19 hs. en MU, punto de encuentro, Hipólito Yrigoyen 1440, a dos cuadras de Plaza Congreso, Capital.
En este caso, las 108 páginas color de calidad ilustración dan cabida a 74 obras y diversas reproducciones, acompañadas por textos que reflexionan sobre la obra de Florencia a cargo de diferentes referentes de la política y la cultura.

Los trabajos de Flor


Vicente Zito Lema
Ante mis ojos los trabajos de Flor. Me emocionan. Me interrogan. Otra vez el enigma: ¿cómo pueden la belleza y la tragedia dormir en la misma cama? ¿Pueden volar las aves hechas de luz en los bosques sombríos...?

La cuestión social y la cuestión estética no pueden superar el dilema, la naturaleza de su vínculo ya es un dilema. Así se dirá, con mayor o menos inocencia y escaso optimismo, con más clara o más oscura entonación en la voz que desgarra primero el aire y después el papel, y más tarde las sábanas, allí, ante nuestro humano cielo, donde una criatura nace y donde un hombre y una mujer que se han amado mueren, sin memoria de la lluvia, de mala manera, con los ojos para siempre abiertos, igual que el horizonte…

Así lo sentimos ayer y así volvemos a sentirlo hoy, aún con pies más fríos, frente a los trabajos de Flor: hay cuerpos tristes que se ahogan en el río; hay cuerpos felices que jamás dejarán de ser el río…

O sea: hay artistas que se alejan temerosos de la vida, y se ahogan –ellos y su arte– buscando su rostro en el fondo de las aguas. También hay artistas, del temple de Flor, que se dejan llevar junto a Dionisius por las correntadas de la vida, y besan y abrazan la vida, toda la vida, por ejemplo la más humilde y despreciada hojita de vida, hojita en el tembladeral de la vida, aunque de pronto la vida tenga los labios de la muerte. (Todo lo que digo nace de la obra de Flor, vean bien sus trabajos…).

Es que la muerte en nuestros tiempos –en la estructura material de nuestros tiempos, donde el mercadeo atrapa en las almas su mayor pasión–, no se disfraza con túnicas negras ni dialoga con una calavera escénica sobre el ser o no ser de la existencia. Se muestra aguda y diurna la muy canalla, impía y procaz en los cuerpos del hambre y del dolor, en todas las violencias con que el Poder convierte a la criatura humana en un territorio desvastado por el canibalismo y el afán depredatorio de una clase social. ¡He ahí la vera crueldad!
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Los trabajos de Flor no humillan la realidad de la pobreza y la marginación, tampoco la adornan con rosas de plástico. Ellos traen luz esperanzada a nuestros ojos e iluminan el interrogante en cuestión: ¿pueden la belleza y aún la inocencia como soporte del mundo –hablo de la inocencia en tanto potencia del ser originaria, que se consuma en el ardor del amor, en la obstinación obstinada del amor, en la seguridad histórica del amor–, traer consuelo al desconsuelo, justicia a la injusticia, dignidad en la abundancia de lo indigno? ¿Pueden los artistas con su arte, que hoy vemos en los trabajos de Flor como ayer mismo vimos en los poemas de Urondo, Bustos, Santoro o Dordonzolo, seguir siendo portadores del destino, cuando nos dicen y nos muestran –los cuerpos muestran– que quien sufre y toma conciencia planta en la tierra la belleza, que el oprimido que se resiste planta en la tierra la belleza, que quien vive la muerte diaria con entereza, y se rebela, y está lleno de fuego por los cuatro costados, planta en la tierra la belleza…?

(Flor, y mis amados poetas dicen que sí. Que a pesar de las lluvias, las balas y los palos, la belleza brilla en la noche de las barricadas, despierta al día con el humo de las fogatas… Un hombre y una mujer que se aman, amasan el pan y traen la música por las ásperas calles del suburbano…)

Post Scriptum
¿No era acaso de Flor, del arte de Flor, la mano con que Darío Santillán paró la muerte…? La mano gigante de Darío, la mano sin tiempo y sin fronteras de Darío se alzó en los paredones, en las pancartas y afiches, en los fondos y en los frentes, sobre cualquier género o papel, en todo espacio, en lo material que nos cubre y en el espíritu que nos desnuda, aún en el agua y en los sueños, esa mano, allí donde fuera posible reproducirla por millares, con la humilde, poderosa y optimista capacidad del sténcil, esa mano, más alta que las montañas del oriente, más aullante que el aullido que estremece la luna, más eterna que la misma eternidad, esa mano para proteger a Maximiliano Kosteki, el joven piquetero, el joven artista que moría junto a él, el joven y viejo Darío Santillán, que a los 20 años se hizo dueño del dolor del mundo, de la rebeldía del mundo, acaso para que el mundo y nuestras vidas no murieran del todo, o mejor dicho: para resucitarnos. Hablo de una resurrección que hizo que la mano de Flor dibujara la mano de Darío, más grande, más desafiante, más bella que nunca, porque ahora esa mano era de todos, como un inviolable, feroz y dulce deseo.

Consultas, pedidos: editorialelcolectivo@gmail.com - (011) 155-121-2806

Prensa de Frente, 20 – 08 – 09

La Quinta Pata

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