lunes, 28 de septiembre de 2009

El buen ladrón

Sebastián Moro

Ladrón que corre es ladrón pobre. Condiciones suficientes para ser considerado enemigo público. Negro difícil, blanco fácil, presa de caza ciudadana. El que está a punto de ser derribado no imagina la felicidad que va a suscitar a sus verdugos. Cuando termine de caer y lluevan sobre él patadas e insultos, habrá servido para concretar el sueño de todo mendocino que se precie de tal: participar en un safari de justicia tras el primer delincuente sorprendido en arrebato; ser el que da los gritos de alerta y el que más fe pone en alcanzarlo; el que cruce la zancadilla fatal o el que lo filme por morbo y por celular para lograr que los pacíficos chicos de Mdz lo reproduzcan. Toda una correcta sociedad pensando igual: “lo mínimo es matarlos”.

Para ser héroe a la mendocina es necesario asumirse lata de conservas; captar que su histórico conservadurismo pasó a convertirse en violencia ciega frente a todo. Al pueblo de los suburbios y de las zonas rurales, si alcanza a ser visibilizado, solo se lo ve como portador de miseria y mal. Las deficiencias sociales son soslayadas o directamente negadas. El pensamiento político tampoco varía: de izquierda a derecha, amplifica únicamente lo peor de sus correspondencias nacionales. Su zurda es más prehistórica que ayer, del peronismo conserva nomás componentes fachos y corruptos, y de los radicales la virtud de inventar boludos. Los que intentan algún nexo social son degradados y la sociedad vive enclaustrada o se conforma con apalear al que parezca culpable, que no es otro que la primera víctima.

No se castiga ni se señala al ladrón real, el que todo saquea. Al contrario, es admirado como prohombre y consultado por cómplices gobiernos provinciales. Su ascenso va de la mano de acaparar medios y amigos mafiosos. Su clave es nunca pagar nada, ni siquiera lo que se tenga que untar: terrenos de la UNCuyo, yacimientos fiscales, licencias mediáticas, periodistas esclavos. Patrón de bienes y trabajo local, su nombre es Vila, tiene a su dios creador en la sombra, nadie quiere lincharlo, no sabe correr como el ratero, él va en alfa romeo.

El que cayó frente a la legislatura ahora es bulto. Polis y gendarmes, que dejaron a la horda hacer un buen rato, lo arrastran. Ya nadie sabrá de él. La ciudad plena de turistas vuelve a la calma, los grupos de intereses genocidas siguen llamándose “demócratas” y los supermercados “Libertad”. Nadie dice nada, solamente al robotín de racing de la plaza parece ahogársele un grito imposible.

Río de Palabras, 28 – 09 – 09

La Quinta Pata

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