lunes, 21 de septiembre de 2009

Los castrati de los multimedios

Marcelo Padilla

Aquí no se trata de radicales ni peronistas, ni de izquierdas ni de derechas. Se trata más bien de una Política de Estado respecto de la distribución de la torta mediática en el país. La coyuntura te pone, aunque no quieras, de un lado o del otro.

“Farinelli, el castrado, logró una celebridad tan extraordinaria por su asombroso talento, que fue literalmente idolatrado por cuantos le escucharon. Era simpático y distinguido, tuvo amistad y protección de reyes, emperadores y hasta del Papa. Llamado a la corte de Felipe V de España, permaneció en ella durante más de veinte años como cantante personal del monarca, logrando tal amistad e influencia sobre este, que, según se cuenta, contribuyó en varias ocasiones a decidir cuestiones de Estado”.

Hecha la ley, hecha la trampa. Pensada la ley, pensada la trampa. La difamatoria campaña pergeñada en las direcciones de los multimedios de comunicación (con la militancia explícita de sus propietarios) contra la propuesta de ley de Servicios Audiovisuales se torna peligrosa. Sí señores, peligrosísima. Porque instalar titulares del tono “ley de medios K” es por demás retorcido, malintencionado. Y aquí hay algo más flagrante. La direccionalidad ideológica e intimidatoria que imponen al plantel de periodistas de los medios. Todos deben pensar igual, homogéneo, unilateral, para demostrar fidelidad. En fin, “asumir el discurso empresario” dejando de lado la relativa independencia del periodismo. Una forma de castración clara, que sí atenta contra la libertad de pensamiento, reflexión y expresión, al interior de los grandes medios. De esto no se habla.

El anteproyecto de ley (así se dice) fue producto de discusiones de quienes estaban interesados en cambiar el reparto de la torta mediática, en debates realizados en foros abiertos en el país, a partir de los ya famosos “21 puntos por una comunicación democrática”. Se bajó la iniciativa hace un par de años (aunque la preocupación y las charlas arrastran más de una década) para quien quiera oír que oiga, y ahora resulta que es muy rápido aprobarla. ¿Quiénes dicen que es muy rápido aprobarla? Justamente aquellos a quienes no les interesó un carajo la idea de cambiar de Ley, hecho demostrado en la ausencia de ellos en los foros o en la no conformación de otros espacios de discusión sobre la cuestión. Más aún. Faltaron con aviso y los diputados del arco que defienden a los monopolios, no participaron del debate que, al fin, dio media sanción al anteproyecto de ley; que por cierto, sufrió modificaciones sustanciales a propuesta de opositores y de aliados (eliminación de las telefónicas, cambio en la fecha de autoridad de aplicación, aumento de miembros del consejo multisectorial, entre otras).
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Además, comulgar con las analogías que se hacen por estos días (Ley K= dictadura) para deslegitimarla, es cuanto menos perverso. Estamos en democracia, una democracia floja y débil, poco participativa, plagada de desigualdades. Sin embargo (esto no debe nunca olvidarse) diversas libertades públicas –imprescindibles – se han conquistado luego de la aquella nefasta dictadura que silenció a un pueblo entero entre el 76 y el 83. No podemos permitirlo. No podemos aceptar en silencio, cómplice, tamaña comparación. Instalar tal analogía significa desvirtuar la democracia y licuar en el mar de las confusiones lo que implicó el proyecto de la dictadura. Los castrati de los multimedios construyen hoy un discurso articulador del pasado como símbolo del horror (donde nació la ley de radiodifusión) en lógica equivalencia con el presente, en democracia con genuinos conflictos por el rumbo y nuestro destino social (bajo la cual se pretende cambiar la ley).

Puede uno coincidir en mayor o menor medida con la ley propuesta por el Ejecutivo (que no es ni será propiedad de un gobierno porque en todo caso el Ejecutivo se hace eco de lo que se viene planteando hace décadas desde cientos de ámbitos académicos, barriales y comunitarios), pero jamás titubear en la diferenciación entre aquel proceso claramente desindustrializador, que necesitó del cercenamiento de las libertades para llevarse a cabo. Es una falta de respeto a los miles de luchadores sociales que, jóvenes, dejaron su vida por un país más justo, a los que hoy siguen llorando miles y miles de familiares. Corrió demasiada sangre para “jugar” con la comparación. Castración de la historia en el discurso dominante de los multimedios y de la oposición.

Que cambien gobiernos, a través de elecciones (remarco la palabra “gobierno” y no sólo la composición legislativa) es una cosa. Otra, muy distinta, es manipular la nominación y la titulación de la noticia para la extorsión. Cuanto menos es una falta de ética periodística, puesta al servicio del empleador de turno. Las cosas por su nombre entonces. Es bueno debatir y, disentir, mejor todavía. Ahora, es lamentable que no se diga la verdad. Y la verdad surge de la diferencia, claro está, no de la imposición construida como verdad. Castración de la diversidad por el discurso único.

Yo quisiera saber si los medios alguna vez organizaron públicamente un foro junto a sus periodistas donde, con nombre y apellido, expresaran sus pareceres al respecto, desde el disenso constructivo. ¿Acaso no constituye una censura, solapada, tal dislate? Porque un anteproyecto abierto a la discusión permite también su corrección antes de ser tratado en las comisiones legislativas. ¿Por qué ahora no? ¿Cuándo es oportuno para quienes ni siquiera se sumaron al inicio de la discusión hace tiempo ya? ¿Será porque no hay que cambiar? O mejor, ¿será que hay que ver qué cambiar para que nada cambie?

Dudo mucho que en diciembre los nuevos legisladores que asuman se animen (o puedan) desmonopolizar y democratizar la comunicación. Y la sospecha no es caprichosa sino se basa en lo que hoy están diciendo contra la propuesta en cuestión. Son los mismos que, amparados en el supuesto “mensaje de la urnas del 28 del junio” (los mensajes son polisémicos y las interpretaciones arbitrarias y diversas, nunca únicas) se recuestan en los monopolios mediáticos para trascender en política y proyectarse. Entonces, que lo digan, así sabemos con qué bueyes uno ara. Cobos, De Narváez, Macri, Solá, Morales, Sanz y Carrió vendrían a ser “los castrati” de los multimedios. Un coro alfombrado para actuar gratis en televisión que cobra derechos de autor y, esta vez, “canta para La Corona”. El nuevo disco de Cobos se llama “Gran consenso nacional” y ya suena en las radios.

Hay que decirlo con todas las letras, la ley divide al país. Sí que lo divide. Y ello no resulta, por tanto, valorativamente negativo o malo, sino por el contrario, muestra a las claras donde está cada uno. O en criollo, de qué lado del mostrador se para cada uno. Yo, en la pulpería, me quedo con los gauchos.

MDZ Online, 20 – 09 – 09

La Quinta Pata

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