Ariel Búmbalo
Con una larga trayectoria y varios libros de poemas en su haber, el entrevistado es un referente de las letras locales. En esta charla recuerda sus inicios como poeta, habla de la bohemia local y de las nuevas generaciones.
Con varios años de bares y bohemia y una larga trayectoria como poeta y escritor, con varios libros en su haber, Carlos Levy es una de las figuras más reconocidas de la literatura local. Nacido en Tunuyán (“pueblo al que amo, mi Paraíso Perdido”, declara al evocar), se formó con figuras como Tudela y Calí.
Luego fue parte del staff de la revista El Aleph, que dirigía Ana Villalba. Actualmente forma parte del grupo poético “La sociedad de los poetas vivos” que integran, entre otros, Mandrini, Silber, Carbone, Espel y el propio Levy. Hizo cine con Alberto Cirigliano. Fue director de la Biblioteca San Martín y de Radio Nacional.
Ha publicado los libros “Inmensamente ciudadano”, “Café de náufragos”, “Té con hielo”, “Doloratas” (en coautoría con Marcos Silber), Anverso-Reverso (con Fernando Lorenzo) y Viejo Hotel, entre otros. Es suya una traducción del Martín Fierro al judeo español, que fue distinguida por la Cámara de Senadores de Mendoza.
-¿Podrías contar algo sobre tus comienzos literarios? -Era muy chico cuando empecé con eso de jugar con las palabras, hacer historias con la historia: San Martín, los granaderos y la cordillera, a veces se conjugaban en una aventura con algún personaje de aquellas viejas películas de episodios. Qué si no era el Llanero Solitario, era Roy Rogers o hasta el mismísimo Capitán Marvel.
Después ya adolescente vino el rock y me dejé atrapar. Hay una vieja pieza musical de los cincuenta que decía "si el boogie boogie hubiera estado en la Edad Media, hay que lindo hubiera sido…".
Cambié la letra: boogie boogie por rocanrol. Varias vecinitas del barrio cayeron en la trampa, y con aquella travesura literaria por no llamarlo plagio comenzaron mis amoríos, no tan furtivos como de zaguán.
En el ’64 se recibe de fantasma mi viejo. Los 7 días judaicos de duelo y el encierro fueron un momento propicio para que comenzara a pensar y escribir con los dolores. La poesía dejó de ser un juego. De la mano de aquel maestro entrañable, Ricardo Tudela, publiqué mi primer libro en 1967: Inmensamente Ciudadano
-¿Cuáles son tus influencias y autores de cabecera? Leer todo el artículo-Cesar Vallejo, Borges, Humberto Costantini, Whitman, Edgar Lee Masters, y claro, también Gelman. Guardo de todos ellos, si no la estética o las maneras, bien claras las emociones de esa poesía, esa literatura tan llena de seres vivos. Ortega y Gasset manifestaba que el hombre es él y sus circunstancias.
Parafraseo y digo: El escritor es él y sus maestros. Me gusta también mucho la literatura negra y la ciencia ficción. Chandler, Ross Màc Donald, Hammett, Lovecraft, Stapledon…
-Has sido testigo y partícipe de varias generaciones literarias mendocinas. ¿Qué podés decir del antes y del ahora? ¿Ha habido cambios? ¿Cómo han sido esos cambios?
-Comencé a crecer, como te decía, con Tudela, y con él otros maestros como Cali, Nacarato, Draghi, con los que compartía la mesa de los sábados. Di Benedetto alguna que otra vez. Era un hombre serio, casi callado como el personaje de El silenciero. Bebí algunos vinos con Abelardo Vázquez y muchos más con Armando Tejada Gómez.
Mis compañeros de generación con los que comulgaba en la fiebre creadora, el amor por los libros y la palabra escrita, son Julio González, Alejandro Bazán - que vive en España pero de vez en cuando se deja caer por Mendoza - Mercedes Fernández y Alberto Atienza, periodista dramaturgo y cuentista. Después hicimos migas con el gran e inefable Fernando Lorenzo, el flaco de poética flacura y el melancólico Padín.
Eran buenas mesas de café aquellas con Ricardo Embrioni. El cholulismo como tal todavía no existía. Las cosas han cambiado, claro que han cambiado. La noche del Proceso trajo el miedo, y la violencia de la actualidad lo agrandó. Ya no se sale tanto de noche, cuesta juntarse. Los jóvenes de hoy están más solos, y en esa soledad y la ausencia de maestros, hace que su palabra sea heroica y su poesía una epopeya de esa misma soledad. Tengo un profundo respeto por esa nueva generación de las Malas Lenguas. Aun sin saberlo, hereda los desvelos de Fernando Lorenzo y la desolación bonzo de Víctor Hugo Cúneo.
-¿Qué tiene y qué le falta a la "literatura mendocina"?
-A la literatura mendocina de los verdaderos creadores no le falta nada. Los poetas de laboratorio, que hay muchos, pecan de ser demasiado regionalistas. El mundo se les acaba en abril después de la vendimia. Mucha acequia, mucho camino del vino, mientras toman coca cola y se suicidan como escritores porque no leen. Temen ellos contaminarse. Siempre hay una buena excusa para una mala acción.
-Siempre anduviste entre libros y ahora tenés una librería de incunables ¿Cómo es tu relación con los libros?
-Bueno, sí, siempre tuve amor por los libros viejos, aunque no son precisamente incunables, tengo algunas primeras ediciones, libros raros, difíciles de conseguir. He tenido durante toda mi vida tres librerías, aprendí mucho para esto, del amador de libros Américo Calí, y de un librero maravilloso que se llamó Vladimiro Cosenza.
Tengo que vender, de eso vivo, y del taller de escritura que damos con Fernández Cordón, que dicho sea de paso, y no porque sea mi socio, es un cuentista formidable. Cuando vendo uno de esos libros lo agradece mi panza y entristece mi corazón.
-¿Qué lugar ocupa la poesía en tu vida? ¿Y cómo te definirías como escritor?
-Bueno, vendo libros para vivir y escribo poesía para no morir. Creo que con eso te respondo la primera parte. Me defino como un escritor urbano-melancólico que se nutre de memoria y situaciones límites, teniendo en cuenta que la situación límite no sólo es el dolor o pena. El goce y la alegría también lo son.
-¿Qué pensás de la literatura argentina?
-Tiene de todo, grandes como Borges, Abelardo Castillo, Arlt, Costantini, Silber, Gelman, Urondo. Una lista interminable. También escritorhombres (todo seguido) mediocres, y pido perdón si ofendo alguna sensibilidad, como Sabato. Hay una literatura argentina que no se gestó en Buenos Aires: Tizón, Daniel Moyano, el mismo Di Benedetto, Antonio Esteban Agüero, el gran Chiquito Escudero, Mempo Giardinelli, que viven o vivieron en provincia.
Rescato a Gálvez, Mariani, y recuerdo a Pizarnik, Olga Orozco, González Tuñón, Discépolo. Son muchos los que olvido y que jerarquizan nuestra literatura. Y muchos, a los que la impiedad del tiempo encerró en los anaqueles de una biblioteca y esperan que alguien los libere.
Los Andes, 17 – 10 – 09
La Quinta Pata
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