domingo, 11 de octubre de 2009

La Negra y Mendoza: un amor para siempre

Rodolfo Braceli

No es casual que Mercedes Sosa decidiera que las cenizas de su cuerpo cremado fueran también sembradas en los aires de Mendoza.

Me lo dijo antes y después de pisar el escenario en la gloriosa noche del recital en el Colón, en el año 1972. Me lo dijo antes de partir a su exilio, cuando aquí la dictadura militar era dueña de las vidas y de las muertes. Me lo dijo el día que volvió al país para cantar en la apoteosis del Opera. Me lo dijo, muy lejos, desgarrada por la distancia obligatoria, en Madrid.

Decenas de veces me lo dijo mientras yo escribía su biografía: Mendoza para La Negra fue el sitio donde se hizo mujer, se hizo madre y se desató como artista. Apenas pronunciaba las tres sílabas su rostro se alumbraba, cerraba los ojos para mirarse muy adentro. Allí, en el laguito interior, encontraba los días más dichosos de su prodigiosa y ardua y sufrida vida.

Quiero compartir unos fragmentos de la biografía “Mercedes Sosa, La Negra” que publiqué en el 2003. Ahí se verá hasta qué punto “Mendoza” para Mercedes Sosa era sinónimo de “felicidad”. Su más guardado y entrañable talismán. Por eso ahora vuelve con el presente de sus cenizas. ¿Vuelve para qué? Vuelve para estar con sus amigos del alma, como diría Miguel Hernández. Vuelve para estar con sus compadres del horizonte, como diría Tejada Gómez.

Mendoza, la felicidad
No tengo que insistirle para que Mercedes recuerde sus años de Mendoza. Escuchémosla:
“En Tucumán están mis raíces, en Mendoza está mi felicidad, en Montevideo está mi primer reconocimiento como artista. Quiero volver a 1958, uno de los años inolvidables de mi vida.
"Llegamos con Matus a Mendoza unos meses después de casados. Ya conté que vivimos en un par de pensiones y después nos fuimos a la vuelta de la Bodega Giol, en Luzuriaga. Allí tenía su casa, y nos prestaba una pieza Armando Tejada Gómez. Pronto entré a un mundo desconocido por mí, el mundo de los escritores, de los escultores, de los pintores, los intelectuales. Yo estaba deslumbrada por tanta gente creativa, cultísima y buena. Todo era aprendizaje para mí.

Allí estaba Luis Quesada y su familia, Carlitos Alonso, Antonio Di Benedetto, Alberto Rodríguez, el Negro Ramón Ábalo, políticos que eran poetas, como Benito Marianetti y Angel Bustelo, el Nino Sajonia, Sergio Sergi... Todo era pensamiento y creatividad y alegría de vivir. Se hacía y se soñaba.

“En aquellos años fue creciendo la idea del Nuevo Cancionero, un movimiento que tuvo gran influencia en todo el país y con el tiempo en el resto de América. En los comienzos del año 60, ya estábamos con Matus tratando de abrirnos camino en Buenos Aires, yo ya había grabado La voz de la zafra para la RCA. Hasta donde recuerdo Matus fue el primero que dijo: ‘A esto del Nuevo Cancionero hay que darle forma. Es hora de que lo lancemos de una vez’.
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"Matus era muuuy inteligente, tenía intuiciones muy fuertes, pero casi no sabía escribir; si por ahí intentaba una carta demoraba muchísimo, era un desastre, tenía horrores de ortografía. Por eso un día me hizo escribirle una carta a Armando Tejada Gómez, diciéndole que ya era hora de que nos hiciéramos cargo de la nueva canción y de que nos soltáramos, no de las raíces pero sí del folklore barato y adormecido de tantos años.

"Armando indudablemente de los dos era el que estaba preparado intelectualmente para desarrollar eso. Recuerdo un día en la casita de Tejada en Luzuriaga. Entrando, a la izquierda, empezaba el patio y había un duraznero sin muchos duraznos pero con buena sombra. Debajo de ese duraznero, con su maquinita de escribir, empezó a desarrollar los fundamentos del Nuevo Cancionero. Con qué entusiasmo escribía.

A cada tanto me decía: “Mirá, Negra, mirá qué maravilla es esto”. Él tecleaba y nosotros lo mirábamos. Quiero decir que la amistad de Armando con Matus no era una amistad, era una hermandad. Por eso yo a él le decía cuñado. Y al otro hermano de Armando también. Ellos por su lado a mí también me decían cuñada. Éramos una familia (...).

“Y llegó el día de lanzar el Nuevo Cancionero. Entre los pocos recortes que guardo, aquí tengo el de la crónica que salió en el diario Los Andes. Y me ayuda a recordar. La presentación fue el lunes 11 de febrero de 1963, en el salón del Círculo de Periodistas, en la calle Godoy Cruz 166. El día anterior fuimos de visita al diario Los Andes, nos recibió Antonio Di Benedetto, que era el jefe de Artes y Espectáculos. Nos entrevistaron y nos hicieron la foto en una sala con sillón.

"El fotógrafo era un tal Pedro Suzarte, un tipo que contaba chistes todo el tiempo y nos hacía retorcer de la risa. No sé cómo, pero salí muy seria en esa foto. Todos los varones sonreían.

"Única mujer del grupo, a mi alrededor, sentados y parados estaban Matus, Tejada Gómez, Juan Carlos Sedero, Tito Francia, Horacio Tusoli y Víctor Nieto. Leo algunos párrafos de aquella crónica porque me parece algo de valor histórico. Como siempre sucedía, quien habló por todos fue Tejada, que tenía una voz hermosa: “(...)La búsqueda de una música nacional de contenido popular ha sido y es uno de los más caros objetivos del pueblo argentino. Desgraciadamente se ha perpetrado una canción artificial y asfixiante entre el cancionero popular ciudadano y el cancionero popular nativo de raíz folclórica”.

“El recital en el Círculo de Periodistas empezó con el salón colmado. No sé por qué razón la gente de entrada creyó totalmente en nosotros. Yo ya estaba siendo reconocida como una mujer que cantaba muy bien. Entre los invitados al recital estaba Pepete Bértiz un gran guitarrista. Pepete fue mi guitarrista desde los años 70, viajamos por medio mundo... se murió muy joven luego de una cruel enfermedad. Yo no me acuerdo qué canción canté esa noche, pero es seguro que fue una de Matus y de Tejada... Sí recuerdo que fui con un vestido rojo, muy exótico, que me regaló la señora de un amigo, Natalio Faingold. Cuando me transformé en Mercedes Sosa al vestido no lo usé más.

“De aquella noche me queda el recuerdo del fervor general, de la actuación de ese gran músico y virtuoso guitarrista Tito Francia con todos los guitarristas de radio de Cuyo, de Mamadera Eduardo Aragón, de Víctor Nieto, de Martín Ochoa, del Chango Leal. El lugar estaba colmado por intelectuales, artistas, gente de la farándula, pero había ciertas ausencias notorias de algunos que tomaron lo nuestro como una cosa política. Y se equivocaban, porque lo nuestro pasaba totalmente por lo artístico. Pero los pelotudos envidiosos de siempre dijeron “Estos son comunistas”.

"Yo para entonces todavía no sabía muy bien qué era el comunismo. Ya afuera de Mendoza uno de los primeros que creyó en el Nuevo Cancionero fue César Isella, pero los otros integrantes de Los Fronterizos no quisieron creer esto. De todas formas grabaron ‘La pancha Alfaro’ y nos dieron una gran mano para nuestra entrada en Buenos Aires. Con el tiempo, detrás del Nuevo Cancionero se encolumnaron Víctor Heredia, Ramón Ayala, Marian Farías Gómez, Los trovadores, el Cuarteto Zupay, Luis Ordóñez, el Dúo Salteño, Buenos Aires 8, Ginamaría Hidalgo, Horacio Guaraní, Ariel Petrocelli, Contracanto, Chito Cevallos, Ángela Irene, Los Andariegos, José Ángel Trellez, Rosa Rodríguez Gerling, Hamlet Lima Quintana y tantos otros.

"Entre todos tratamos de realizar canciones que, como querían y hacían Matus y Tejada, contuvieran y expresaran al hombre argentino de nuestro tiempo, siempre exigiéndonos y sin sacrificar por nada la dignidad estética. Nada de andar haciendo cosas fáciles con el interés de que le gusten ya mismo a la gente.

“Por ahí parecerá frívolo que yo, al recordar un hecho indudablemente histórico para la música argentina, mencione el detalle del vestido rojo y exótico que me regalaron y que me puse aquella noche del 63. Pero lo hago porque con esas cosas aparentemente pequeñas puedo expresar cuánto le debo a Mendoza. Cuánto le debo y cuánto le debemos, porque nuestro movimiento que nació allí, después causó locura en América Latina. Nosotros con toda naturalidad hablábamos de Joan Báez y Bob Dylan, porque ellos iban desde lo más exquisito del jazz hacia la profundidad del folklore norteamericano.

"Estábamos en lo mismo. Diez años después del lanzamiento del Nuevo Cancionero yo terminé cantando y haciéndome amiga de Joan Báez. En ese entonces y ahora cuando elijo una canción primero me importa su calidad musical. Jamás cantaré algo sólo por lo que dice. Yo entro por la música. A los pelotudos que nos acusaban por ser comunistas, les digo que ser comunista no significa ser estéticamente pelotudo. El Nuevo Cancionero fue, antes que nada, un hecho artístico.

“Me da tanto gusto, me emociona hasta las lágrimas nombrar a Mendoza, y no encuentro palabras para decir lo que siento cada vez que llego a esa tierra. Qué alegría me da que yo y Matus hayamos encargado a Fabián mientras vivíamos en Mendoza... Es cierto, algunos amigos de hace años, como Ángel Bustelo, ya no están. Pero en cuanto llego a Mendoza yo los siento en el olor de las cosas, en el ese sabor que tienen las noches con amigos.

Es increíble, en cuanto llego ya empiezan a juntarse, a abrir sus casas, a hacer sus sopaipillas, sus empanadas con mucha cebolla, a descorchar sus mejores vinos. Y si ahora me faltan algunos de aquellos amigos llegan otros más jóvenes con su poesía y con su humor, como Jorge Sosa. Dios mío, ¡cómo me hace reír ese muchacho!

En esos encuentros es seguro que el otro Sosa, el Pocho Sosa, cierra los ojos y acariciando la guitarra se pone a cantar. Todos cantan y se la pasan brindando y en esos casos yo me encuentro también cantando con ellos, sin darme cuenta y porque nadie me lo pide. Y ahí sí que me gusta cantar, canto sin sufrimiento, como diría mi compadre Armando, canto porque sí, ‘porque se me canta’.

“Armando... mi compadre. Me decía dos por tres: ‘Sabe, cuñada, su marido y yo somos de aquí. Y somos de aquí porque somos huarpes.’ Conozco locutores muy buenos, pero con la voz y el decir de Armando ¡ninguno! A la distancia lo veo todo el tiempo, a veces en pata, escribiendo en su maquinita bajo aquel duraznero... En cuanto terminaba algo ya nos llamaba para que lo escucháramos.

“Es un borradorcito nomás”, nos decía y lo recitaba con su voz tan colorida, actuando como el mejor de los actores. Cuando me veía extrañando -porque él era muy adivino, adivinó mi embarazo- me recitaba un poema que parecía escrito pensando en mi madre... “Qué decoro, doña Clara: / el ser pobre pero honrada. / Siempre empinada en su orgullo, / la buena de doña Clara, / se desloma trabajando / de la noche a la mañana, / de la mañana a la noche, / de la noche a la mañana. / Pero, pobre, a veces miente / para no mostrar la hilacha. / Suele mentir cuando dice: / En casa no falta nada. / Piensa que tiene la culpa / de ser pobre, doña Clara, / aunque deje hasta el resuello / mientras lava que te lava; / repitiendo a cuatro vientos: / En casa no falta nada...”

“Vuelvo y vuelvo a Mendoza. A veces, en avión, a veces en auto, a veces con el recuerdo. Allí me hice mujer, allí quedé embarazada y allí me alimenté de lo necesario para poder ser reconocida en Uruguay. En Mendoza cada reunión, era una fiesta; cada fiesta era un manantial donde brotaba humor, inteligencia, ideas. Me acuerdo de los Quesada, me acuerdo del Nino Salonia, me acuerdo tanto de las fiestas en esa hermosa casa que tenía Iverna Codina, la novelista chilena que se casó con un mendocino muy querido, Mario Giannoni. Yo estaba allí maravillada, asombrada por gente muy inteligente... Yo sentía que todos me amaban.”

Los Andes, 11 – 10 – 09

La Quinta Pata

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