Natalia Bori
Piensa, siente y suspira mirando el cielo diáfano, y el sentido de la esperanza le revuelve las vísceras, las golosinas de la conciencia siempre caen mal al estómago, porque se estancan en las tripas, en una dulce espera, que inmediatamente se pudre y te empacha. La esperanza, tanto como la espera, es la cobardía de no reivindicar el presente. Frunce el ceño expresando enojo, mientras cruza la calle sin mirar a sus costados. El colectivo pega una frenada y se escucha la voz de ira del chofer: “pelotuda! mirá el semáforo”. Imbuida en su desdén, sigue su rumbo divagando en sus pensamientos y se entrevera en la multitud de la calle Juan B. Justo.
Sé de ella, de que pasó por la crisis de la sensatez, porque el ser sensata, madura y normal, le costó algunos años de su vida, años de rutina y monotonía, dejando escapar la demencia enamorada del absurdo, negando el mariposeo que cosquillea el placer del sentir, desterrando a la imprudencia que empuja la sangre que corre por sus venas.
Se vino a dar cuenta de tal desazón, cuando observando los maniquíes de las vidrieras del Persa, esos muñecos beatos con cara de orto, siempre erguidos para la exhibición, despertaban en ella la euforia de atentar contra sí misma. Descubrió que comenzaba a introducirse en un círculo raro donde cada vez era más exigente y le gustaba menos lo que veía, pero tampoco hacía mucho por cambiarlo, por eso la situación se empeoraba más. Pensó, si era por temerle tanto al abismo de los márgenes, si es por ello que dejaba de estar viva para ser normal y de esa manera no perder el engañoso sosiego. Sabía que su espíritu temeroso huía siempre al refugio de la razón y se postraba en la conciencia mirando el futuro con tal de no arriesgarlo todo en un instante.
Suspiró, bufó, y siguió tras sus pasos largos y solitarios, entregada a una metamorfosis inevitable, porque nunca dejó de estar enamorada del desvarío, porque su espíritu baila y vive con él.
Y mientras, en la esquina unos pibes venden cds truchos y un parlante chillón a todo volumen invoca a Santa Gilda,(ay… corazón herido no llores más, hay corazón herido vuelve a empezar… para ti cholo para que aprendas) como una visión, sin haberlo planificado, hace que ella ingrese a un desconocido local de peluquería, y un coiffeur calvo se coloca atrás de ella y mirando los dos al espejo, él con voz temerosa le pregunta: ¿qué te vas a hacer? Y ella contesta: no sé, lo que quieras, en vos confío, pero que se note bien, y señala con un movimiento de mentón el cartel con la imagen de la modelo con extraño corte de cabello. Entonces el muchacho afirma con la cabeza y comienza a aflojar el rodete apretado que ella lleva en su nuca.
Desvío Cósmico, 14 – 12 – 09
No hay comentarios :
Publicar un comentario