Marcelo Padilla
Un cuadro complejo emerge desde hace unos años en la sociedad: sujetos que no pueden conciliar el sueño a pesar de tragarse psicofármacos o depresores. ¿Vamos a una sociedad de ojos abiertos?
El mundo, que también implica una lucha por las clasificaciones sobre quienes integran el mundo, podría dividirse (entre otras innumerables clasificaciones) entre los que duermen y los que no duermen. Los que duermen pueden ser de dos tipos: quienes duermen mucho o demasiado, por depresión o desocupación; y los que duermen lo normal, por adaptación y satisfacción. Más allá de la significativa división entre ambos sectores de durmientes, una cosa es clara: duermen.
El tema está en reflexionar sobre los que no duermen, toda vez que pensemos que ello constituye un problema. Los insomnes también podrían subdividirse entre los que no duermen por stress y ansiedad, producto de híper-ocupación; y quienes no lo hacen por las mismas causas porque están desocupados y no solo que no buscan ocuparse sino que por caso, no tienen ganas de nada y se tiran a muertos. Y aquí, las dos figuras, también tienen un denominador común: no duermen.
Así, simplificadamente, dividido el mundo entre los que duermen y los que no lo hacen, nos encontramos con un cuadro bien complejo. Porque al menos los que duermen mucho o suficiente, en algún aspecto, están más alejados de la cotididianeidad, la puedan abordar luego de otra manera, en fin, mas descansados; y tal vez aquella se amortigüe al ser desplazada al terreno de los sueños, que, como sabemos, es un terreno ilusorio, un espacio residual de la realidad, donde la sangre que brota no es sangre real, ni a quien estamos amando no siempre será la misma persona posible de ser amada. Vamos a un ejemplo: uno puede soñar con determinada señorita, y despertar solo, o acompañado de su novia/o o mujer. Es decir, en el sueño vivimos “otra realidad”, imaginaria, que se codea pero no restringe a la realidad “real” de los ojos abiertos.
Ahora bien, desde cierto punto de vista, no dormir, tendría una serie de ventajas productivas invalorables en el capitalismo. Pero no es así. Nuestros cuerpos, prediseñados para la jornada laboral, bioproductivos, necesitan del descanso para la recuperación de la fuerza de trabajo manual e intelectual. Y allí, la contradicción. La puesta en práctica de dispositivos de productividad en el mundo competitivo ha llevado a que, lisa y llanamente, los sujetos que están “en el juego”, se pasen de vuelta, de rosca, y muchos, no consigan cerrar los ojos ni siquiera con 2 miligramos de algún psicofármaco.
En tal caso, no habría que alarmarse si dispusieran muchos de aquellos de una siesta reparadora, de al menos, 3 horitas. Pero no, tampoco, no bien se traguen el último trozo de milanesa en el almuerzo, fumen un pucho al palo y se laven los dientes, deberán partir al laburo o a buscar uno nuevo para el complemento salarial. No escuché a nadie que proponga una “marcha por la defensa de la siesta en Mendoza”. Deberíamos. Yo, que la duermo como un gato, podría sumarme. No vaya a ser que se les ocurra penarnos a los que le hacemos gala. Sin embargo, a no confundirse, “no todo es vigilia la de los ojos abiertos” (es palabra de Macedonio Fernández).
MDZ Online, 11 – 12 – 09
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