domingo, 7 de febrero de 2010

Asilados en el infierno

Marcelo Padilla

¡Vaya si no existe! Quién hubiera dicho… ahora entiendo a los curas y a los católicos furiosos. Claro que sí. El infierno existe y por eso el miedo, el espanto que los une. Me sumo a ellos entonces. Es que siempre dudé del cielo, y, por lógica, del mismo infierno.

Pero repito, me sumo a ellos. Solo que con una diferencia: mientras que para ellos el infierno es una amenaza constante, una condena post-purgatorio por acumulación de causas, para los mortales, es una evidencia material y palpable. Los 200 mil muertos por el terremoto en Haití no sé donde irán a parar. Sus cuerpos, imagino, a un quemadero público. Pero sus almas negras y tercermundistas… ¿quién sabe? Son muchos para la alfombra y el paraíso.

Los niños ahogados en los canales de riego, que alimentan la crónica policial y la sensiblería de este escribiente, irán con sus alitas mojadas a golpear alguna institución celestial para que alguien se apiade de sus almas anónimas. “Qué lástima dan los desastres naturales”. Nos han enseñado a tener lástima y a creer que las injusticias (como la pobreza) son desastres naturales, como si la evidencia de la muerte y el dolor prohibieran pensar en lo evitable. La muerte, sabemos, es inevitable, pero no lo son sus causas, en muchísimas ocasiones. Y así estamos en el infierno, aquí mismo, mirando, corriendo la cortina de la ventana cada cinco minutos a ver qué pasa allí afuera.

Después prohíben el resentimiento y te ofrecen la resignación. Resígnate en la Iglesia o en la terapia, dos confesionarios que conviven para lograr la implosión social en el capitalismo barato. Uno tomó la posta del otro. A uno van los creyentes que no toman pastillas; al otro, los desesperados por el desencanto. A uno van los domingos; al otro van los lunes por la mañana. Mientras, los resentidos, se ponen a cavar fosas comunes; la vía más rápido para sentir el fuego o llegar a China.

Para la gran mayoría la vida es un golpe, un puñetazo en pleno mentón. Y no hay tiempo para el shock ni el letargo somnoliento. Habrán de pararse en sus dos patas para seguir la huella. El que pegó, nunca les dio la cara.

MDZ Online, 07 – 02 – 10

La Quinta Pata

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