Marcos Meloni
Fecha que cada vez más representa la escisión de un país en dos visiones prácticamente irreconciliables. Porque, admitiendo los esfuerzos de cierto sector de la sociedad por mantener en vilo la memoria, se sigue remitiendo a esta fecha como un momento más en la historia negra de nuestro país.
Pero no es de memoria de lo que queremos hablar. Se trata de acciones que tienen que ver con el sacrificio mismo, con la entrega a un ideal irreversible en la vida de nuestra política violenta. Se trata del compromiso antiguo, rebelde, revolucionario de lo que era ser periodista en la clandestinidad. Tema que hoy parece nunca acabado pero sí transformado.
En épocas previas al último golpe gorila de nuestro país, la censura era algo que se esgrimía de manera institucional desde los poderes políticos hacia los medios de comunicación. Evidente es que frente al temor muchos actuaban con obediencia, pero otros naturalmente resistían, y su razón de ser era comunicar su mensaje, su palabra fuente de toda liberación social. Walsh y su “Carta Abierta a la Junta militar”, quizás uno de los últimos momentos de una letra teñida de sangre y dolor; de un compromiso, de una acción política destinada a ser ejemplo de periodismo.
Marzo 2010. ¿Cuál es el panorama 34 años más tarde? ¿Cómo se vive el aura de censura en tiempos de democracias mediáticas? ¿Cómo se informa desde un punto de vista que no sea el de los monopolios multimedios? El miedo es otro pero sigue existiendo. El desplazamiento empieza por lo estereotipado de los discursos, pasando por las modas y por lo políticamente correcto. La publicidad y su manto inconformista. La necesidad antes que el contenido y un extenso aleccionamiento de qué y cómo debemos pensar.
La censura existe, pero ya no en términos de dictaduras o regímenes autoritarios. Hoy, los mayores responsables tienen nombre de empresa y manipulan el aparato social para sus dádivas innobles. No tienen escrúpulos y su compromiso se llama responsabilidad social empresarial o corporativa. Es un lindo cuento de hadas para ingenuidades políticas. La defensa de la letra indómita está en precarios soportes que no compiten por el rating ni tampoco poseen autopublicidad. Una de las cosas que nos quedan es tratar de no declinar frente a ese monstruo aglutinador y modelador de opinión.
Ante la uniformidad del discurso, un acto de conciencia. Frente a la mentira informacional, la diatriba desconfiada. Sospechemos. Critiquemos. Escribamos desde los márgenes del pensamiento domesticador. Reflexionemos desde otra vereda.
Río de Palabras, 12 – 03 – 10
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