domingo, 20 de junio de 2010

Que se callen todas

María Luz Gómez

Un poquito más allá de la cuestión ideológica o política ¿se ha preguntado usted qué es lo que verdaderamente le molesta a tanta gente de los discursos de la presidenta Cristina Fernández, de la ministra de Defensa Nilda Garré, de la titular del Banco Central Marcó del Pont, de Estela de Carlotto y todas las Abuelas de Plaza de Mayo, y de tantas otras mujeres que por el solo hecho de escucharlas le producen rechazo?¿por qué molesta tanto que una mujer participe en política, comente de fútbol, de derechos humanos, de trabajo, de reivindicación? Pareciera que muchos/as más de lo que usted imagina piensan que estas irrespetuosas, resentidas, atrevidas, ridículas, pobrecitas mujeres no entendieron que el hablar, el expresarse, el enunciarse, para ellas tiene un límite y espacio determinado, bien circunscrito.

Pero piense: esta cuestión de represión y dominación debe analizarse teniendo en cuenta el eje de discurso-poder. No jode lo que una mujer pueda decir sino el poder que ese ´decir´ le otorga y por esto, cosa no menor, es que se intenta reprimir, censurar, inhibir, el “discurso de la mujer”. Foucault lo explicó bien: “en toda sociedad la producción del discurso está a la vez controlada, seleccionada y redistribuida por un cierto número de procedimientos que tienen por función conjurar poderes, dominar el acontecimiento y esquivar su pesada y temible materialidad”. Y para esto nuestra sociedad se jacta de utilizar algunos procedimientos de exclusión que ya se podrían catalogar de vicios. Por un lado, la prohibición, que nos niega el habla haciendo creer que las mujeres no debemos pronunciarnos entorno a ciertas temáticas, como lo es la política, economía, problemática social, etc., no solo porque desconocemos e ignoramos sino también porque no “podemos”; idea terrible que acalla miles de voces por medio de la inhibición y la censura en su versión más violenta. Por otro lado, bien conocida es esa forma que, basada en la subestimación, se presenta como separación y rechazo, es decir, como el discurso de la mujer es absurdo, insostenible, ignorante, se hace innecesario tenerlo en cuenta.

Ahora bien, intentando responder las preguntas iniciales, ¿sabe por qué molesta tanto que una mujer se exprese, se enuncie, hable? Por una simple y muy fuerte razón: su discurso se opone al dominante, lo confronta y cuestiona con la intención de reformular aquellas bases que histórica e injustamente lo legitiman. Hay que entender “el discurso es aquello por lo que, y por medio de lo cual, se lucha aquel poder del que quiere adueñarse”.


Río de Palabras, 17 – 06 – 10

La Quinta Pata

2 comentarios :

raquel dijo...

cada vez me atrevo más a opinar y a comprometerme en mis propios juicios, sin esperar la aprobación.
el sólo hecho de poder expresarme me da el derecho a equivocarme o no.
eso si, siempre estoy atenta a los que yo llamo "depredadores", atentos ellos y ellas a castigar mis pensamientos.
estoy logrando ser escuchada y no vivir martirizada por no expresarme.
mujeres, el respeto se va imponiendo cuando no permitimos que nos silencien.

Anónimo dijo...

Rescatar el tiempo en palabras y a partir de ahí darle sentido, valor y poder. Las voces nunca serán acalladas mientras las mujeres, dueñas de su lucha sean conscientes del lugar que deben ocupar en esta sociedad marcada por el estigma misógino.

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