domingo, 19 de septiembre de 2010

Osceola: jefe de los seminolas

Mary Ruiz de Zárate

En 1835, el notorio exterminador de indios Andrew Jackson ocupaba la presidencia de la nación norteamericana y había decidido eliminarlos, confinándolos a ciertas áreas de terrenos estériles, en los que el destino final de las tribus sería perecer de inanición después de debilitarse en la guerra por la escasez de animales y productos alimenticios.

Obligados por los pactos firmados, tras su derrota en la guerra, los seminolas de la Florida fueron confinados a ciertos territorios al oeste del Mississippi.

Esta marcha hacia el sur la demoraron los indios mientras se preparaban para un nuevo levantamiento.

Guía de este nuevo movimiento rebelde era el joven jefe Osceola, un guerrero cuyo padre había sido un explorador inglés que había quedado ligado a los seminolas por su matrimonio con la hija de un jefe.

De manera que Osceola no era un indio puro, aunque se había criado como tal, en el seno de la tribu de su abuelo.

Ante la resistencia seminola a abandonar la Florida, Jackson envió al general Wiley Thomson con un fuerte contingente de soldados avezados y prácticos en las luchas contra los indios, a que “activasen” la partida de estos.

En el mes de diciembre de 1835, más de un centenar de soldados, bajo el mando del mayor Dade, cayeron en una emboscada y perecieron todos. Ese mismo día, Osceola cercaba el campamento de Thomson, lo tomaba, y personalmente, arrancaba el cuero cabelludo del general que era amigo personal de Jackson.

La furia del presidente no conoció límites, e inmediatamente envió al general Scott, el cual se dedicó a perseguir indios creeks sin atreverse a hacerlo contra los seminolas, por temor a Osceola.
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La guerra de los seminolas llegó a extenderse hasta los territorios de Giorgia y Alabama, donde atacaban los correos, las diligencias y hasta las ciudades.

El resultado fue el abandono de numerosos pueblos, ante el temor al “escalpelo” indio.

Fracasado Scott, fue relevado por el general Jessup, quien inició una ofensiva general en todo el territorio de la Florida, acompañada de la acostumbrada penetración, utilizando el soborno y la intriga con los jefes, a los cuales les molestaba que el caudillo de la rebelión fuese uno por cuyas venas no corriese limpia la sangre seminola. Así lograron los norteamericanos que algunos jefes acepatasen retirarse al sur.

Enterado Osceola, se presentó en una reunión de jefes y pisoteó “el tratado”, después de leerlo, pues él era el único de todos los jefes que leía el inglés. Indignado, rehusó hallarse atado por las solemnes promesas de los cobardes y se marchó seguido de sus más fieles guerreros.

Osceola se internó en las zonas pantanosas de la Florida para eludir el acoso y la persecución. Tras él perecieron centenares de soldados norteamericanos, hundidos en el fango de los Everglades y muchos otros por las mordeduras de serpientes.

El líder indio fue quedándose solo. En estas condiciones, convencidos los yanquis de que en los pantanos sería muy difícil capturarlo, contrataron a un conocido trampero de la zona para que, en compañía de algunos soldados, lo siguiese.

El jefe seminola se encontraba solo, en una choza, durmiendo, después de su prolongada huida por los pantanos, extenuado de fatiga. No obstante eso, despertó al ruido y saltó por una ventana, para caer en el fangoso río. Allí, el trampero, que era un cazador habituado a luchar hasta con osos salvajes, se le abalanzó cuchillo en mano. El combate fue largo. Ambos contendientes eran hábiles en el manejo de la filosa arma, y finalmente cayó Osceola.

Su matador le cortó las dos manos, como sangriento trofeo y las llevó al general Jessup.

Esta guerra de los seminolas costó a los Estados Unidos más de treinta millones de dólares, y la pérdida de numerosas vidas.

Después Jessup mentiría acerca del fin de Osceola. Informó que este había muerto de fiebre, en un fuerte, tras haberlo capturado. Sin embargo, el trampero, que no recibió toda la paga que esperaba relató el incidente que mostraba de cuerpo entero la barbarie de aquellos que censuraban a los indios su habilidad en obtener cueros cabelludos.

Juventud Rebelde, 19 – 02 – 70

La Quinta Pata

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