Daniel Calivares
Una testigo reconoció a los policías que abusaron de ella en el D2. Dio nombres de otros uniformados y relató las torturas que sufrió durante su encierro.
Ellos lo sabían, se habían confundido al detenerla. Cuatro años más tarde, un juez la absolvió, pero ya era tarde. Rosa del Carmen Gómez llevaba cuatro años encerrada y en los primeros nueve meses, mientras estuvo en el D2, debió soportar todo tipo de torturas y humillaciones. Después de 34 años, Gómez relató a un tribunal su calvario e identificó a tres de sus violadores, dos de los cuales seguirían con vida.
Ella y él
Rosa del Carmen Gómez y Ricardo Sánchez Coronel eran pareja en 1976. Él trabajaba en el Banco de Mendoza y era sindicalista, además, militaba en la Juventud Peronista. Ella trabajaba en un café de la Galería Piazza y no tenía militancia alguna, “ni siquiera era peronista”, explicó durante su testimonio en el juicio de lesa humanidad que se lleva adelante en Mendoza. El 1 de junio de 1976, ambos fueros secuestrados. A Sánchez Coronel lo fueron a buscar al banco, a ella a su casa, aunque no la encontraron. “Había quedado en reunirme con Ricardo a las 21 en 9 de Julio y Gutiérrez, lo esperé una hora y me fui enojada porque pensé que se había olvidado”, afirmó la mujer.
Al llegar a su casa se encontró con que estaba toda su familia, incluidas las parejas de sus hermanos y hermanas. La policía no los dejaba salir desde la mañana. Cinco minutos después ingresaron cuatro personas y se la llevaron, vendada al D2. Uno de esos policías después le diría: “Te salvaste porque llegaste a tu casa”. La habían estado esperando en una esquina cercana pero ella había elegido otro camino esa noche y eso la salvó de ser una desaparecida, pero no del calvario que viviría a partir de esa noche. “Antes de llevarme al calabozo me meten a una pieza, me torturan, allí conozco la picana, me desvisten, me manosean mucho y me violan, me hicieron toda clase de torturas”, afirmó la mujer, que, a medida que avanzaba en su relato, se iba quebrando cada vez más. “Esa noche, después de que me torturan escucho su voz, lo habían detenido antes que a mí”, explicó Gómez, haciendo referencia a su pareja, y agrega que en el D2, “se sentía gente llorar, quejarse, hablar, golpeaban las puertas, daba la sensación de que eran 3 o 4 los que nos llevaban a la celda y siempre quedaba alguien para violarnos.
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