Ramón Ábalo
La mirada europeísta del establishment nativo no le hacía asco a los millones de inmigrantes de aquellos lares que llegaban con el afán de dignificar su existencia en este suelo de la abundancia. Bienvenidos porque eran mano de obra a bien explotar y, además, blancos, rubios y ojos claros, aunque a controlar lo que bajo la piel podía ser como un boomerang: socialismo, anarquismo, comunismo. Algo de esto dijo Perón en la década del '30: "Es probable que en las corrientes inmigratorias no haya predominado criterio selectivo. Ese aspecto no me preocupa demasiado. No pocas veces lo elemental y lo primario es lo único incontaminado".
Aquello de Alberdi "poblar es civilizar" para la oligarquía del centenario lo sería así si se emparentaba con el "civilización y barbarie" sarmientino. Rapiñar las tierras al indígena conllevaba aniquilar física y masivamente al "indigno, al salvaje", al que, según el catecismo civilizatorio del conquistador, era una cosa sin alma ni espíritu. No era de piel oscura-oscura, pero tampoco blanca.
A los dictadores la piel escura les daba histeria y pensaron, en plena hegemonía del "apartheid" sudafricano, un "intercambio humano" mediante el cual los racistas africanos nos posibilitarían, mediante colonos de piel blanca, que nuestra epidermis argentina se equiparara al color de la civilización pirata.
Discriminación y racismo
En las mazmorras se solía escuchar de boca de los represores "que el único judío bueno es el judío muerto". Algunos periodistas de entonces, como Pedro Tránsito Lucero, jefe de noticias en el Diario Los Andes fue detenido porque "las FFAA no podían permitir que un hijo de un general estuviera casado con una comunista y, para colmo judía". En efecto, el periodista era hijo del general retirado Pedro T. Lucero (ambos con el mismo nombre), y su compañera era Dora Goldfar, también detenida. En noviembre del '75 ya había sido secuestrado Jorge Bonardel, también redactor de Los Andes e igualmente casado con una judía. No hubo una expresión concreta, pero seguramente que un costado de ese momento represivo contuviera también el desvarío racista.
Leer todo el artículoEl sucio bebedero ideológico - fascismo, nazismo, franquismo, cuya síntesis fue la doctrina de la seguridad nacional - en el que habían bebido los genocidas tuvo continuidad en la década del 90, durante la epifanía del más crudo neoliberalismo. Sus lacras - desocupación, pobreza, exclusión - laceraron la conciencia colectiva popular con el veneno ofídico de la discriminación y el racismo contra las nacionalidades bolivianas, paraguayas, chilenas, peruanas. El supuesto de esa deformación, promovida, obviamene, por los sectores del poder, era la usurpación de derechos propios y excluyentes como la salud, la educación, la vivienda, el trabajo. El internacionalismo proletario que había motorizado las rebeldías de entonces naufragaba en el lodo del nacionalismo oscurantista, ahora universal y globalizado.
Aquellas lacras son patentes al momento de escuchar los testimonios de las víctimas - ex presas y ex presos políticos - y familiares de las víctimas desaparecidas, en los juicios que se realizan aquí. Para los genocidas, las víctimas eran "negros de mierda, putas, putitas, zurdos, zurditos, marxistas apátridas" y, claro, "delincuentes subversivos/vas", esta no solamente una figura o un juicio de valor cargado de subjetividad delictiva sino también discriminatoria. Porque automáticamente ese "delito" también era sinónimo de "exclusión", dejar de ser lo que se es, es decir un no humano. Y por eso, la pena es capital, es la muerte, en algunos casos: y en los demás, los que no están, según definición del asesino Videla: "no están ni vivos ni muertos...son desaparecidos".
Hace pocas horas, apenas un par de días atrás, los pobres de toda pobreza, los excluidos y maltratados día a día y hora a hora en la ciudad de Buenos Aires, la ciudad macrista, protagonizaron un acto de rebeldía y se instalaron en un amplio predio denominado parque para llamar la atención de tanta miseria padecida. Encontronazos, represión, tumultos, y bronca con altos decibeles. A un discurso discriminatorio del mismo Macri, le siguieron los dichos de los habitantes de unas torres colindantes y de los que partieron iracundias y a balazos enfrentando a la "turba maloliente". Pobres contra pobres. Un muerto, después dos y después otro y la iracundia convertida en un racismo a ultranza: "…son bolivianos y peruanos, que nos quitan trabajo, usan gratis los hospitales y las escuelas, y nos roban, ¡son traficantes del paco!...y les tenemos que dar de comer...quieren todo y gratis".
Nuestros antepasados recientes decían aquello de "la plata atrae a la plata", una forma de justificar la pobreza propia, porque entonces ser pobre era culpa de uno. Nosotros tengamos en cuenta, muy a fondo, que el veneno ofídico corroe el cuerpo social por las corrientes sanguíneas de la discriminación y el racismo. El genocidio en la Argentina fue consecuencia, entre otras, de esas purulencias.
La Quinta Pata, 12 – 12 – 10
La Quinta Pata
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