Ernesto Espeche
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Qué dirían Mariano Moreno, Rodolfo Walsh, Perón, Evita, el Che y otros referentes históricos del campo popular si pudieran reunirse a debatir sobre la situación actual de la libertad de expresión en la Argentina. Una historia con final abierto.
Esa noche decidí salir a caminar por el barrio; el calor y los asuntos pendientes no me permitieron conciliar el sueño. Llevaba pocos minutos de un recorrido improvisado cuando las nubes que cubrían el cielo mendocino cumplieron con su amenaza y desataron una de esas tormentas estivales cuya excepcionalidad conforma la regla del buen clima en las tierras del sol y el buen vino.
Atiné, sin meditarlo demasiado, a resguardarme en un zaguán apenas iluminado por el resplandor de una luz que penetraba los opacos vidrios de una vieja puerta. La casa era muy antigua, al estilo colonial, de las pocas que sobrevivieron al terremoto de 1985 en la histórica cuarta sección de la ciudad cordillerana.
Con esfuerzos pude ver algunas sombras en el interior de la vivienda, en lo que seguramente era una amplia sala-comedor. A medida que me acercaba a la puerta las voces de un grupo de personas reunidas en esa habitación se hacían más legibles. Me senté en el piso y me apresté a esperar en silencio que la lluvia cesara. Procuré que nadie notara mi presencia. El tono de la charla me hizo suponer que nada ni nadie debía interrumpirla y -después de todo- mi estadía en el zaguán iba a ser tan breve como una tormenta de verano.
Mi sorpresa empezó cuando pude distinguir a quien en ese momento hacía uso de la palabra. Ante la mirada atenta del resto, el mismísimo Mariano Moreno reclamaba: “Hay que terminar con las mentiras del monopolio de la información; ningún monopolio es compatible con la democracia y la libertad”. Y agregó: “Encima no dejan de atacar a Guillermo, uno de mis más valientes descendientes”.
Fue allí que intervino Don Facundo Quiroga, quien luego de acariciar su tupida barba y tomar un sorbo de Malbec sentenció: “Es como yo digo compañeros, el monopolio es la barbarie, la verdadera civilización siempre estuvo entre los más humildes”.
Leer todo el artículoEn un costado de la sala, Aníbal Fernández y Arturo Jauretche intercambiaban direcciones de twiter y datos sobre sitios de Internet para descargar la discografía completa de los Redonditos de Ricota. “Noticias de ayer, ¡extra, extra!…” tarareaba el ministro para graficar en tono ricotero lo que allí se estaba discutiendo.
Y lo que se debatía era evidente: “La situación actual de la libertad de expresión en Argentina”. Al menos eso estaba escrito en un papelógrafo que confeccionaba Rodolfo Walsh con las ideas que se iban lanzando. El mismo Walsh sería el encargado de redactar las conclusiones para un documento final que expresara el acuerdo de los presentes.
Cristina Fernández pidió la palabra. Dijo que se estaban haciendo “todos los esfuerzos para garantizar una comunicación democrática, sin posiciones dominantes, para que todos y todas puedan hacer oír sus opiniones”.
John William Cooke recordó entonces que “el gobierno de Perón decidió promover –y yo debí fundamentarlo ante el congreso Nacional, agregó- la expropiación del diario La Prensa, que no era más que el órgano de la oligarquía”. De inmediato se escucharon aplausos y vítores. Cristina asentó con su cabeza y dijo: “Eso no… la sociedad argentina no toleraría semejante salida. Hoy contamos con una ley democrática, que respeta cada pacto internacional y que está respaldada por la gran mayoría de los argentinos”.
“¡Que se ajusten a derecho es todo lo que pedimos! Con eso recuperamos la palabra para millones de compatriotas a quienes se les ha expropiado su derecho a comunicarse”, continuó Gabriel Mariotto.
Pude deducir que el encuentro llevaba varias horas, Perón y Evita lo abrieron con un largo informe para luego escuchar con atención las alternativas del debate.
Era el turno del Che. El Dr. Guevara expuso sobre la experiencia cubana de Prensa Latina y contó las estrategias llevadas adelante por otro argentino –Jorge Ricardo Masetti- para idear una herramienta comunicacional que hiciera frente a los embates del imperio: “No podemos –señaló- creerles ni un tantito así a los que se dicen abanderados del periodismo independiente”.
“¡Cierto! –apuntó el Roberto Arlt-. Hay que crear un nuevo lenguaje que tenga más que ver con los muchachos de los suburbios, de los márgenes, a ellos hay que hablarles de frente”.
“La gente ya no les cree, fueron víctimas de su propio veneno”, añadió Natalio Botana, el fundador de Crítica. Y continuó: “la credibilidad te la ganás con coherencia y honestidad intelectual, algo que muchos de los voceros del monopolio no tienen”.
Entonces Agustín Tosco intervino para hacer una pequeña aclaración: “una cosa es la patronal y sus sicarios y otra los trabajadores, que muchas veces resisten desde las entrañas del monstruo las condiciones de explotación a las que son sometidos. El otro día el monopolio echó a un puñado grande de compañeros”. El ministro Carlos Tomada le hizo señas en ese momento para confirmarle que se estaba trabajando con esas denuncias.
Finalmente, Néstor Kirchner tomó la palabra: “Qué les parece compañeros… –¡Y camaradas!, interrumpió el Che - sí claro, y correligionarios también; que les parece, decía, si leemos lo que anotó Walsh y empezamos a redactar el documento final para luego….”.
La voz del ex presidente se fundió en ese instante con la chillona lectura que una presentadora de noticiero hacía de un hecho de último momento: “Caos de tránsito en los accesos a la Capital Federal”. El televisor ubicado a los pies de mi cama se encendió a las 7 de la mañana tal cual está programado y dejó trunca mi voluntad de conocer el final de aquella increíble historia, y la situación del tránsito en mi ciudad.
Eran las 7.05. Mientras preparaba el primer café del día pensaba: “El final está abierto, pero calma… los buenos están de nuestro lado”.
*Catedrático, director de Radio Nacional de Mendoza y referente de la CCNP
CCNP, 26 – 01 – 11
La Quinta Pata
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