Hugo De Marinis
En tiempos recientes, la universidad – en los países opulentos – se ha convertido en uno de los reductos últimos donde tienden a guarecerse filósofos, críticos literarios, sociólogos, comunicadores, psicoanalistas y otros meditabundos y practicantes de las llamadas materias humanísticas.
Espacio paradójico el de la academia, ya que por un lado sus administradores solo ven la necesidad de resultados neoliberales, vale decir, aspiran a que cuando los estudiantes que trajinan las altas casas de estudio se gradúen, sean capaces de insertarse en el peliagudo y mezquino mercado de trabajo. Ese es el fin, qué duda, pero difícil de lograr porque la filosofía, la crítica literaria, la sociología, la comunicación, el psicoanálisis y las otras, sobre todo en sus fases teóricas más densas, no penetrarán con facilidad – ni mucho menos – ese dios mercado tan ubicuo. ¿Para qué enseñarlas, entonces?
Por el otro lado de la paradoja, las especulaciones profundas y exquisitas de estos intelectuales/profesores situados en la cumbre de la problematización del saber, rara vez ensayan la virtud de intentar divulgarse y establecerse entre las prácticas del común del pueblo. Por el contrario, perviven inexpugnables en ámbitos elitistas, inaccesibles. De nuevo: ¿de qué sirve enseñarlas?
La respuesta más sensible sería que se enseñan porque el conocimiento es necesario para vivir. Asimismo es saludable recordar que los saberes humanísticos que se imparten en las universidades no son de digestión ligera, requieren un compromiso grave del que estudia, no hay satisfacción inmediata, el proceso de aprendizaje nunca termina, etc. A propósito, el amigo sabio Abderrahman Beggar opina que la universidad es el campo propicio para pensar, lisa y llanamente. Lo asiste gran razón, a pesar de las iniquidades y presiones del mercado y de las escasas posibilidades de que su visión prevalezca.
No abundan en el mundo del desarrollo pleno lugares donde se pueda pensar sin angustias económicas, políticas (que obvio son causas de las económicas) u otras de peor signo. La universidad de los países ricos, así, se constituye en aquel refugio final para el pensamiento y para los pocos que quedan que se quieren allegar a él. Y si se dignase a intentar infiltrarse en el resto del cuerpo social concluiríamos que las humanas no solo se deben seguir enseñando sino que son imprescindibles. Como cita Evelyne Pieiller en el artículo “
En la caverna de Badiou” que publicamos en la edición de hoy, que todos seamos filósofos era la aspiración de Platón para una sociedad perfecta. Cuestión que, machaquemos – la de ser todos filósofos – no se condice con los intereses de las clases dominantes de los países capitalistas.
Leer todo el artículoAlain Badiou es un filósofo difícil, hasta impenetrable en sus obras más ambiciosas como El ser y el acontecimiento (1988). Pero en su rebelión contra la dupla “fin de la historia”/ “reino indiscutible del dios mercado” y su persistente adhesión al marxismo nos lleva a reflexionar sobre muchas cosas. Entre ellas, el asunto de la profundización de la democracia parlamentaria que es el nuevo objeto del deseo de un puñado de naciones progresistas de América Latina.
Desde ya, el tema de la profundización democrático-parlamentaria nos transporta a repensar la considerable distancia entre las luchas de la última mitad del siglo pasado en lo que antes se llamaba el Tercer Mundo – había también luchas importantes en el Primero, quizá no tan aguerridas – y las contradicciones que pujan en nuestro democrático presente. Sinteticemos: antes, revolución social; hoy, ampliación de las libertades democráticas. Lo que indica, como mínimo, que los objetivos difieren en gran medida. Por supuesto, también eran temporalidades y contextos distintos. De todos modos, estamos habilitados a poner en duda la atractiva idea de que las contradicciones sociales actuales sean, sin más, la reproducción de las luchas setentistas, aunque por otros medios.
En el artículo de marras, Pieiller también alude – entre muchas otras inquietudes del filósofo – a que Badiou alerta que la democracia representativa no admite “enemigos sino adversarios”, que suscribirse a esta forma de gobierno “es aceptar sus limitaciones intrínsecas, que prohíben pensar fuera de esos valores” y que lo único que está capacitada para realmente proponer es gestionar lo posible.
Un gran amigo correntino, Alberto Gómez, subsecretario de medio ambiente de su provincia y adherente sin cortapisas al modelo nacional y popular de la actual administración nacional explicaba en una cena reciente que ninguna de las acciones de reparaciones al desastre del neoliberalismo que su gobierno llevaba a cabo era posible sino dentro del marco de las reglas de la democracia en que vivimos. Sandra Russo en
la contratapa de Página 12 del sábado 22 de enero, se preguntaba “¿Dónde se corta el pasado? “¿Quién decide hasta dónde se repara el daño hecho”[a los pueblos originarios por las transnacionales que operaron en los noventas neoliberales y también desde bastante antes] Por otra parte, el mismo sábado por la mañana, Carlos Heller le señalaba a Eduardo Aliverti en el programa radial “Marca de Radio” que a pesar de la baja de índices de pobreza e indigencia de los últimos años en América Latina, el número actual de pobres es de 180 millones y el de indigentes de 72.
El amigo Alberto Gómez y Sandra Russo (en su artículo indica que ahora hay “un entramado de intereses muy profundos y difícil de desarmar”) suscriben a la profundización de la democracia, sin violar sus reglas. Nada que criticar en esa postura, menos aún en nuestras realidades no-opulentas. Sin embargo resta mucho para hacer – los mismos sostenedores de la democracia lo expresan a cada momento – y a estar atentos, sin dudas, y gracias Badiou por sugerir no dormirse en los laureles.
Pero volvamos a las paradojas de las universidades del mundo desarrollado, último reducto de intelectuales. Alain Badiou medra en ellas pero acordemos en que sus posiciones políticas tienen un mérito indiscutible ante iniquidades tan apremiantes como la defensa de los inmigrantes ilegales, y asimismo su voluntad de participación activa en pos de un cambio por medio de sus especulaciones filosóficas en la realidad verdadera de su circunstancia. Si habría algo que echarle en cara es en cierta medida la indiferencia a los procesos latinoamericanos en curso que están embarcados en este asunto de la profundización democrática. Como muchos de sus pares contestatarios, neutrales o liberales se tornan olvidadizos con respecto a lo que se produce en materia de pensamiento más allá de sus metrópolis. En América Latina, por ejemplo, estos procesos de democratizar la democracia están librando batallas descomunales contra una derecha poderosa, feroz y homicida – contradicción principal por estos lares – por torcer el rumbo neoliberal que impera campante – aún montado en la crisis brutal de hoy – en todos los países centrales.
La universidad rica, en el área de las humanidades, las más de las veces produce eso: refugios, displicencias, impenetrabilidades brillantes, devaneos primorosos, pero así también investigación de primer nivel, obligatoria para cualquiera que se quiera dedicar a la reflexión más intensa. Así y todo el neoliberalismo reinante en sus administraciones la agrede, la arrincona, le saca recursos y es probable que en un par de décadas la quiera hacer desaparecer por inútil – más que nada en su variante crítica – y que a partir de entonces tenga que rebuscárselas en el ampliado mundo de los nuevos excluidos.
La Quinta Pata, 23 – 01 – 11
La Quinta Pata
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