domingo, 10 de julio de 2011

Gregorio Manzur, de El algarrobal a París

Alberto Atienza

Gregorio
Gregorio Manzur. Es un mendocino, oriundo de El Algarrobal, residente en París. Bastaría con esas breves palabras para presentarlo. Pero ocurre que Gregorio no se quedó quieto ni un minuto en su ciudad de adopción. Tampoco antes el estatismo lo atacó en Mendoza. De ahí que se convirtió en cien hombres, o acaso más. Cuentista, actor, dramaturgo, profesor de artes marciales. Su obra y actividades comprenden un amplísimo panorama. Su curriculum impresiona por lo vasto y diverso. Y conociéndolo surgen otras virtudes que no figuran en sus antecedentes, como su hospitalidad, el cariñoso respeto con que trata a las personas. Y ahora, la magia de la tecnología nos permitió dialogar con Gregorio, miles de kilómetros por medio.

Les presento a un amigo…

- Cuando se habla de alguien que vive en París surge en el que escucha un sentimiento mezcla entre envidia y admiración ¿Qué significa para un mendocino de pura cepa, o más todavía, alguien del desierto, como vos, vivir en esa ciudad que desde hace mucho tiempo fascina a los argentinos?
- Amigo Alberto, son las cinco y media de una mañana y te respondo saboreando un amargo con la “cojuda” Rosamonte. El nuevo día de París se abre fresco, sacudiéndose el granizo que ayer la bendijo desde lo alto.

Fue uno de mis paseos por el Jardín de Luxemburgo, cuando la llovizna se fue haciendo lluvia y por fin se largó en granizada. El desbande se llevó a los paseantes, los jugadores de bochas y de tenis, los niños en columpios y calesitas. Y me fui quedando solo bajo un paraguas que dice: “París ciudad luz.”

La verdad es que quedé empapado hasta las rodillas, pero qué alegrón de ver la primavera en acción. Y me vine a casa, cantando bajito, bordeando el torrente por las calles.
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Ni bien salí de la ducha vi al sol entrar por la ventana, nubes muy naranjas deslizándose entre la torre de Montparnasse y los edificios de La Coupole, Le Dome, Le Select, cafés y restaurantes donde se daban y siguen dándose cita los letrados y artistas de esta inagotable metrópoli.

Entonces, con ropas secas me fui a degustar el crepúsculo por Saint Germain des Prés, donde se halla la iglesia del mismo nombre. Allí, ni bien entro, suena en mis recuerdos “La Pasión según san Mateo”, que alguna vez escuché viendo a Jesús, Fariseos y Romanos bajo las arcadas de aquel centenario templo.

Luego fui añorando por las calles la desaparición de cafés que fueron guaridas de Picasso, Sartre, Boris Vian, Modigliani y varios sudamericanos entre los cuales me hallé durante “Los acontecimientos del mayo 1968”. Ausencia entonces de esos “antros de locos y delirantes” que ahora rellenan los congelados maniquíes de una moda invasora.

Antes de dormir soñando con tantas imágenes, recorrí los muelles del Sena, mirando las luces bailar en sus aguas. Desde el Puente de las Artes observé la silueta en penumbras del Louvre, entré a la Cour Carrée, donde la fuente no cesa de murmurar. Más allá pasé a través de las pirámides de cristal y sus vertientes, rodeando el patio del gran museo y recorriendo las Tullerías, silbando una milonga campera, volví al rancho parnasiano.,

- Hay una magia, como diría el poeta Ferrer, un “no sé que” que ingresa por los poros, ojos, recuerdos que se activan y uno se convierte en cautivo de esa ciudad tan amada por todos, en especial, por nosotros, oriundos de estos pagos del Sur…
- Me hablas de la fascinación de los argentinos por esta ciudad. Es verdad. Creo que viene desde que la República Argentina se inspiró en Voltaire, Rousseau, Montaigne, y que dejaron sus marcas en nuestro país con sus Derechos del Hombre, proclamando que todos nacemos iguales y gozamos de idénticos derechos ante la ley. También con la escuela laica, gratuita y obligatoria, que modeló tantas generaciones, sacudiéndoles el polvo de dogmas arcaicos, prejuicios raciales, atavismos y rancios despotismos de la Colonia. Luego vinieron los novelistas, pintores, arquitectos, músicos franceses, que alentaron y alimentaron la nación naciente. También las muchachas francesas, que encandiladas por cafisios franco-argentinos, llegaron a Buenos Aires donde esperaban la gloria artística, para verse confinadas en burdeles de mala muerte. Durante esas lentas agonías, las “Francesitas” con su “franchute” habrían de nutrir el tango de insinuantes galicismos.

Este capítulo tanguero, no lo olvidemos, necesitó el visto bueno de París para ser aceptado por la burguesía nuestra, que erigió, junto a Francia, a Gardel como ídolo máximo.

Todo esto y muchísimo más, hace que los argentinos nos sintamos cerquita, ahí nomás, con París. Yo mismo, tal vez, pueda decir que estoy “Anclao en París”. Pero en buen muelle, muelle elegido, cultivado, amado.

- Y el imán, poderoso canto de sirena de la que dicen es la ciudad más bella del mundo entró en tu alma…
Cuando partí de Argentina mi destino era Nueva York, donde fui recibido con brazos abiertos. Pero Europa me llamaba y al llegar a Francia, me di cuenta que “estaba en casa”. Y lo sigo sintiendo. Porque además tengo dos “guaridas”: mi departamentito y Notre Dame. Con sumo atrevimiento considero que la Catedral de París es mi segundo hogar. ¿No es acaso la vocación del gran templo de ser la casa de Dios? ¿Cómo, entonces, yo, partícula anónima de ese gran Ser, no voy a poder sentar mis reales en su morada? Así, entonces, me gusta escuchar los conciertos de órgano dominicales, contento de ver que tanta gente del mundo viene a compartir el “rancho grande” conmigo.

Ya ves, Alberto, como me he ido aquerenciando, echando alguna que otra raíz entre los empedrados, bajo los puentes del Sena, a la sombra de plátanos, cipreses y los Apollinaire, Balzac, Deleuze, Godard. Y de vez en cuando -despacito y buena letra- me atrevo a escribir cuentos, a murmurarlos mientras recorro tantas plazas y monumentos y universidades, contemplando el rostro de gentes surgidas del vasto mundo.

- A juzgar por algunos aspectos de tu extensa obra en tu interior se ha producido un fenómeno bastante extraño. Te fuiste muy joven. Te abriste camino en un medio muy difícil, lograste un lugar de preponderancia y, lo raro, en todo ese tiempo, un mundo intenso, de soledades, pasiones, de historias no registradas, de seres anónimos pero valiosos, el mundo ignoto del desierto de Lavalle siguió vivo en vos. Y generó una de tus obras, un trabajo de gran aliento en el que se amalgaman el escritor, el antropólogo y, muy importante, el amor ¿Cómo enfrentas esa dicotomía de vivir en un país distinto, hablar y pensar en otros idiomas y a la vez oír las voces de los habitantes de esos yermos?
- Amigo, gracias por llamar extensa mi obra. Ni es obra, ni es extensa. Son sólo intentos, de puro meterete me aventuro en el “duro oficio” de escribir. De muchas páginas escritas solo algunas han conocido la edición. Pero esto no me apena. El escritor vive su obra cuando la crea. Si es publicada, mejor, pero si no, ¿quién te quita lo bailado? Además, nunca he sido y ya no lo seré, una persona coherente, apuntalada en dogmas o preceptos eternos. No, las pasiones, las contradicciones, las tentativas más o menos desatinadas, es lo que caracterizan mi ánimo. De allí que haya incursionado en relatos, novelas, poesías, de manera desbaratada, con alternancias descosidas.

Además, no es fácil vivir en un país poderoso literariamente y seguir con la mente cuerpeando los cerros y cumbres del Ande, recorriendo a sudores el desierto, cargando la generación que te mostró el mundo cuando niño. Mujeres y hombres del Algarrobal que me inculcaron lo que a ellos les fue inculcado; para bien y para desgracia. Herencia aplastante como edificante, que poco a poco se fue desmoronando al descubrir el África, la China, la India, Suecia, Irán, Alemania, qué sé yo. Aquel Algarrobal era estable, amistoso, infiernillo eso sí, como todo pueblo chico, pero habían “palenques and’ir a rascarse”. En un rodar por la redondez de tierras y mares, los salvavidas se te escapan de las manos.

Y hay tantas tentaciones. Algunos amigos en igual “carrera”, se cayeron del pingo, o se levantaron con demasiado monte en las espaldas. El ventarrón del Mayo 68 dejó el tendal. A falta de señaleros, culturales, familiares, idiomáticos, amigos del terruño se perdieron. Fue preciso aferrarse a mugrones venidos de allá, de la patria chica. La vorágine era grande. Pero hay que ser ecuánime: varios compatriotas hicieron creaciones formidables, ocuparon y ocupan puestos de importancia en el teatro, en la plástica, las letras de Francia.

En cuanto al idioma, para mí fue un regalo. En la Escuela de Arte Escénico de la Universidad Nacional de Cuyo, amparado por doña Galina Tolmacheva, incursionamos en el alma de Chéjov, Shakespeare, Molière, Racine. Y estos dos últimos, descubiertos en traducción, en Francia me fueron develando su fuente original. Y ¡qué revelación! Qué placer fue verlos en la Comédie Française, fascinado desde un balconcito, deletreando los personajes, como si el negativo se fuese cambiando en colores con cada escena.

La Alianza Francesa me ayudó con sus cursos, pero sobre todo fue mi primera amiga “oriunda”, que con esmero y cariño abrió las puertas de esta lengua que ahora expresa mis sentimientos en igual medida que el castellano. No por algo llevo añares pensando, reflexionando, amando en francés.

La dicotomía aparece cuando se trata de un editor que te pide un texto directamente en francés; porque él no puede leer el original en español, debiendo esperar la traducción. Este es el caso actual: hace dos años publiqué mi primer libro escrito directamente en francés: “Les mouvements du silence” (Movimientos del silencio), publicado por Albin Michel. Una casi autobiografía, donde evoco las enseñanzas de un maestro en Benares, y mis dos maestros de arte marcial, de Shanghai; sumando mis retiros en Solesmes, monasterio benedictino donde se halla el más grande Taller de Musicología Gregoriana. Fue justamente mi admiración por esta joya del arte litúrgico latino, que me llevó a frecuentar sus claustros.

“Movimientos del silencio” fue un atrevimiento, pero el atropellón que le di al idioma fue apreciado por el editor. Los errores de construcción, algunos “barbarismos” y muchas expresiones “a garrotazos”, le dieron, según él, carácter a la narración.

De tal modo que ahora escribo para la misma editorial, “Las parábolas del vacío”, libro que constituye una reflexión sobre el Taichi Chuan, disciplina chino-taoísta que en la actualidad enseño.

En cuanto a la antropología, de la que haces mención, debo decirte que no tengo la menor formación de etnólogo ni de antropólogo. Mi único trabajo, cercano a estas disciplinas, es : “Guanacache, las aguas de la sed”. En este texto, fruto de muchos años de incursión por las Lagunas, trato de mostrar el cariño que siento desde niño por ese terruño, otrora lucientes “espejos de agua” y ahora un desierto. Que no es tal. Los Laguneros son seres humanos que llenarían de afecto no sólo el Sahara sino la Pampa y la Patagonia reunidas. Los chañares, algarrobos, junquillos, los raros eucaliptos y los muchos tamarindos, no hacen un desierto. Son supervivientes de un encerrón de agua; de una violenta bajada de compuerta, que los dejó sedientos, pero nunca inertes.

“Cuando el sol sale, sale para todos”, solía repetir mi padre. Este sol no salió para los Huarpes de Mendoza. Se lo llevaron los viñedos, los trigales, fincas y pastizales, se lo llevó la ciudad capital y los pueblos urbanizados.

Lejos estoy yo de criticar estas industrias, que son pulmón de Mendoza. Pero lo antiguos habitantes también fueron y son pulmón de la mendocinidad, de la argentinidad.

La mala suerte de los Huarpes fue idéntica a la de los Aztecas, Quechuas, Mapuches, Mayas. Un pueblo pacífico, arraigado a su entorno que los mantenía (lagos cargados de peces), posesores de idioma propio, comerciando sus productos con los Incas y Mapuches, viviendo en paz, sin meterse con nadie, como se dice.

Y bien, llegaron los Encomenderos y encadenados se los llevaron a los socavones del Ande, donde morían exhaustos, sacando oro y plata “pa loh otroh”; dejando familia y lares abandonados.

Todo esto para que grandes señores regresaran a sus predios europeos provistos de lingotes y relucientes títulos nobiliarios. Los que sobrevivieron al “Repartimiento de indios”, siguen siendo, hoy en día, subestimados, marginados, despreciados. ¿Hay justicia?

El idioma huarpe, nosotros trabajamos en París para que esa lengua, considerada “muerta”, pase a ser lengua viviente. Lo que le abrirá las puertas de las universidades y centros lingüísticos de Europa.

Cada civilización es una expresión única del género humano. Cada civilización ve el mundo con ojos propios, interpreta los astros, el tiempo, el destino, a su manera. Lo describe con una lengua creada expresamente para ello. No hay derecho a destruir una lengua por más minoritaria que sea. La Argentina, que se precia de ser un país de acogida al mundo entero, sepulta su gran tesoro indígena.

- Y de las lagunas de Guanacache, verdadero vergel productivo en los orígenes de Mendoza y ahora desertizándose cada vez más, abruptamente pasemos al tango. Y lo máximo del tango: Gardel. Interpretaste al Morocho del Abasto en el “Exilio de Gardel”, película de Pino Solanas (1985) No fue por el parecido que te eligieron. Contá. ¿Cómo llegaste a ser Gardel, el sueño de la mayoría de los argentinos?
- Qué salto del médano al asfalto, ¡eh, paisano! Es verdad. Y no lo es. El tango es una perla sacada del fondo el Río de la Plata y pulida por el sueño de indios, criollos, mulatos y miles y miles de emigrantes. Yo soy tanguero, por sentimiento y ahora, tras largos años por el vasto mundo: por admiración. Cada tango es un drama, a veces una tragedia, que dura de tres a cinco minutos. Una hazaña, ¿no es verdad? Resumir en cuatro o cinco estrofas la vida de una mujer, de un hombre, en medio de la vorágine porteña. Yo heredé, como todo provinciano, el resentimiento contra Buenos Aires. Ahora, ya pasó, como pasa todo en esta vida, y puedo acercarme con ternura hacia esos héroes que canta la gesta tanguera.

Este sentimiento, inscripto en mi manera de ser, fue tal vez lo que llevó a Solanas a proponerme el papel de Gardel en su “Exilio”.

La idea de declarar a San Martín y a Gardel, ambos héroes de argentinidad, como estandartes del exilio, ha sido y es muy criticada. Por no decir condenada.

En épocas en que muchos argentinos se refugiaban en Francia, viviendo mitad en este país y mitad en la angustia del propio abandonado, fue el tema de partida del film de Solanas.

Y es verdad que en París se veía llegar a gentes intactas por fuera y destruidas por dentro. Como si una mano sabia les hubiera roto el alma, dejándoles los huesos y la carne. Pero había que observar el brillo ausente en sus ojos, para saber de dónde salían.

Cerca de mi casa había dos monjitas francesas que trabajaban para la Cimade, organización católica de ayuda a los refugiados. Allí, junto a ellas, vi desfilar varios “casos”, los unos más terribles que los otros.

Por eso, cuando leí el libreto del “Exilio”, acepté. Y allí empezó el re-descubrimiento del Morocho del Abasto. Visioné todas sus películas, escuché por enésima vez sus canciones, leí diferentes versiones de su biografía. Yo lo quería desde antes, pero luego de este zambullón en su vida, lo quise más aún. Un hombre bueno, honesto, salido de abajo, creciendo fiel a su madre y a su país, con una voz clara de zorzal, como bien se dijo.

Durante la preparación tuve el placer de conocer a Marie Laforêt, con quien bailé un tango, filmado en una noche fría y brumosa del Palais Royal.

Marie, yo la había visto y admirado en su film “A pleno sol”, junto a Alain Delon. Cuando Fernando me la presentó me dije que la vida y sus volteretas merecía ser vivida.

El tango que bailamos evoca la llegada de Gardel a París, exiliado, y ha de cantar “Mi Buenos Aires querido”.

Luego vino la escena donde se junta con San Martín para evocar la patria de duelo.

Terminada la filmación fui a Buenos Aires a rendirle culto al “Zorzal”, fumando, como se debe, un pucho con él. Junto a su estatua, entre los dedos de su mano puse el pitillo amigo. Y miramos el humo irse, como se iban nuestras vidas.

Cuando vuelvo a la Argentina, algunos periodistas me preguntan ¿que sentí interpretando al Gardel? Yo les respondo que algo quedó de su presencia entre mis sueños, alguna visión más tierna de mi país y mis compatriotas. Porque siempre es bueno codearse con gente generosa, con un artista como él, que salió limpio del manantial de la vida, para, intacto, regresar a él.

- Tu existencia se sustenta en una brillante carrera profesional, en una vasta obra. Dos preguntas, primero una de forma: ¿Cuál es tu proyecto más inmediato?
- Amigazo, ¿otra vez con “brillanteces” y “carreras”? Mi vida no es nada brillante, aunque no podría llamarla tampoco “borrón de sombras”. He hecho y hago lo que puedo. Como dice el refrán: “Lo que no se puede hacer, se compra hecho.”

Así, me he habituado a ser un buen lector: las tragedias de Esquilo, por ejemplo, el Hamlet de Shakespeare, donde interpreté alguna vez el rol de Laertes; Calderón de la Barca, cuyo Segismundo al actuarlo me llenó el alma; Solyenitsin, abriéndome los ojos a la crueldad estaliniana; Emile Zola, narrándome las vidas terribles y admirables de los pobres en la Ciudad Luz; Víctor Hugo, que me permitió incursionar en el laberinto de la Revolución Francesa; Celine, Stefan Sweig, Dante Alighieri, Maître Eckart, etc.

En cuanto a carreras, las mejores fueron las de Algarrobal, cuando se medían los pingos de Calixto Donati con los de Ramón Talquenca, allá en la pista de mil metros, parejita y bien pisada de Ezequiel Cabello.

Esas sí que eran carreras, no el obstinado trajín con las letras, palabras, conceptos, estrofas y capítulos que vivimos a diario los encandilados por la escritura.

Mi carrera en estos campos, es más bien un dilatado caminar, sin perseguir “luciérnagas doradas”, ni glorias póstumas. Cada texto es un saboreo del día que estoy viviendo. Mis personajes son mi familia, ellos viven gracias a mí, yo vivo gracias a sus pesares, sus dichas y sobresaltos.

- Y la pregunta que más me gusta a mí formularle a los artistas: ¿Tu sueño más querido, más deseado?
- Mi sueño más querido es que desaparezcan algún día las causas de las guerras. Yo sé que es un sueño irrealizable. Y sin embargo, se ha descubierto en Perú una civilización que no poseyó armas de destrucción, ni personal ni masiva.

También, que las riquezas del planeta sean mejor repartidas, ya que la pobreza y el hambre aumentan cada día.

En Francia, por ejemplo, “Les restaurants du coeur” (Restaurantes del corazón), creados por el humorista y actor Coluche, sirven miles y miles de comidas, diaria y gratuitamente, a una población sumida en la precariedad. En un país rico, reluciente, avanzado, padre de los Derechos Humanos.


La Quinta Pata, 10 – 07 – 11

La Quinta Pata

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