Ramón Ábalo
El desprestigiado Premio Nobel de la Paz se le otorgó al presidente yanqui Barack Obama en el mismo momento en que ordenaba bombardear desde el aire a las poblaciones civiles de Afganistán y Libia.
Flagrante contradicción con los preceptos que rigen para el otorgamiento de la mención, que dice: "gestión para la fraternidad entre los pueblos y la supresión o reducción de los ejércitos". Este año, el premio lo es para tres mujeres africanas que se destacan por su lucha por la defensa de los derechos humanos en sus respectivos pueblos. En 1936, dicho premio se le dio a Carlos Saavedra Lamas, diplomático argentino, que intercedió para terminar con el conflicto armado entre Bolivia y Paraguay, guerra promovida por Inglaterra por la cuestión del petróleo. Y en el 77 lo fue para el también argentino Pérez Esquivel, por su prédica y defensa de los derechos humanos en pleno genocidio. En estos casos, distinciones más que legítimas.
Hace 63 años fue aprobada por la Naciones Unidas la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el 10 de diciembe de 1948. Hasta ese momento y desde el fondo de la misma historia, se sucedían grandes y dolorosos genocidios como lo fue la Segunda Guerra Mundial, consecuencia del expansionismo del más sucio bebedero ideológico como lo fueron el nazismo, el fascismo y el franquismo, que en seis años – 1939 a 1945 – quebró la vida a 61 millones de personas, la mayoría civiles, y la destrucción de medio planeta. Gran parte de las bajas humanas y materiales las sufrieron la Unión Soviética y los países del centro de Europa. Y el Japón, en el mismo instante de la terminación de la contienda, cuando Estados Unidos dejó caer las dos primeras bombas atómicas sobre las poblaciones de Hiroshima y Nagasaki. Este genocidio atroz, sería la prosecución de la guerra por otros medios como lo fue la llamad guerra fría, que se trasladaría a todo el mundo periférico, llámense Asia, África y Latinoamérica. Llámense Brasil, Chile, Uruguay, Perú, Argentina. No obstante, la Declaración de los derechos humanos por las Naciones Unidas, fue un concreto avance en la temática, por lo que los genocidios que se desarrollaron posteriormente, como el latinoamericano, tuvo una fuerte y heroica resistencia de sus pueblos, cuya conciencia colectiva abrevó en las fuentes de aquella declaración, más el heroísmo cotidiano de familiares y víctimas, la lucha de los organismos de derechos humanos y la exigencia de verdad y justicia, que se reflejó inclusive en políticas de estado, nos encuentra, al presente, que los genocidas tienen que hocicar su prepotencia y barbarie ante tribunales que los juzga y los condena. Pero hubo que transitar el drama de la impunidad, instalada en espacios críticos de la institucionalidad democrática… Todo tiene su nombre y apellido expuestos como ejemplo mayor de lo más abyecto de la condición humana. ¡La totalidad de los jueces, camaristas y fiscales debieron jurar por las llamadas actas del "proceso"!, que sustituía a la constitución. Los representantes del derecho aceptaban ubicuamente, o por temor, la vergonzosa responsabilidad de avalar la represión. Los gérmenes de la barbarie tuvieron el abono necesario para prosperar en el terreno de la corrupción y la impunidad.
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