Por supuesto que no a las estrategias de reconversión, al estancamiento, a los planes de ajuste, al endeudamiento externo y al abismo de la deuda que crece, a los sesenta y tres mil millones de dólares negociados con monitoreos y controles, a la entrada en el primer mundo, a las subordinaciones de costumbres y a las que vienen desde 1976 hasta la fecha, a la nueva división internacional del trabajo, al genocidio y a la democracia para los ricos, a los indultos y a los insultos, a Raúl Alfonsín y a Carlos Menem, a las estrategias de recomposición hegemónica y a la prepotencia norteamericana, a la guerra, a la estabilidad, a las concentraciones y centralizaciones y a los cuarenta grupos económicos que pasan a controlar mil noventa y una empresas en pocos años, a las regulaciones y desguaces, a la exclusión social, al consenso, a los que domestican y a los domesticados, a la plusvalía absoluta y a la relativa, a los burócratas, a los comunicadores sociales y a los intelectuales orgánicos, a la represión abierta y encubierta, a la ideología privatizadora, a las auditorías permanentes, a la realidad, a los desmoralizados, al universalismo de la modernidad y a la decadencia de los posmodernos, al desencanto de Max Weber, a los egoístas por programa y por manía, a los que bajan los brazos y no aprietan mi mano, a los que tiran los bustos de Lenin, a los que pegan fotos del Che y no lo elevan en el corazón, a los que no son del sesenta ni del setenta ni del ochenta ni del noventa, a los babiecas del paddle y Sacoa, a la ciudad de baratijas, a los que no tienen ni a Cristo ni a Marx, al modelo Puerto Rico, a los que dicen adiós al proletariado, a los que no le encuentran sentido a la vida y están monopolizados por la racionalidad instrumental, a las perspectivas de Habermas, Berger, Lyotard, Baudrillard y sus diagnósticos, a la izquierda cansada, a los pasados de moda, a los que tienen vergüenza de emocionarse, al fin de la historia, a los politiqueros y a las nuevas tecnologías informatizadas, a las crisis, a los siete grandes, al plan Brady, a las videocaseteras, al imbécil pomposo y a la mujer resignada a la rentabilidad de las empresas, a la precariedad de las relaciones salariales, laborales y personales, a los cínicos, a los socios activos del renegado Kautsky, y no también, de ningún modo, a las alienaciones religiosas, al mundo profano, al estado, a los socialismos falsos, a la mercancía y a la acumulación originaria, al saber absoluto, a los valores éticos tradicionales, al hombre que está solo y espera, a los santos oficios, a las ambigüedades, a los guarismos electorales, al conocimiento fragmentario, al culto de lo insignificante.
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