Clara Marcela Franco Cadavid.
La violencia y el miedo se han convertido en las mejores armas para controlar los cuerpos y mentes de los pueblos del mundo. Cada día son menos los valientes; irónicamente no es porque sean más los cobardes, simplemente son más los que se preocupan por sus familias y amigos. El tiempo en que las luchas eran a muerte pero personales quedó atrás. Ya no hay peleas justas, hay sevicia. Ya no hay duelos de caballeros hay linchamientos. Ya no hay padres estableciendo normas de comportamiento hay gobiernos aprobando leyes.
Es difícil tratar de hacer un análisis de esta situación dado que en ambos lados la balanza tiene el mismo peso. Se ven personas que pierden la identidad y los principios y no se unen, se amontonan contra todo y contra todos. Son gente llena de resentimientos, de ira, de venganza, de ganas de lastimar a todos los que piensan diferente. Incluso dispuestos a autodestruirse, laceran sus propios cuerpos sin sentido alguno, no creen en el futuro, se quejan constantemente del pasado y en el presente su único interés es exterminar la raza humana que para ellos carece de sentido.
La diversidad y la diferencia se están perdiendo, ya casi no es posible identificar las tribus urbanas, esas que eran tan diferentes unas de otras, con estéticas marcadas, únicas y fascinantes, que podían coexistir en el mismo espacio y tiempo. Hasta la fisonomía se está convirtiendo en universal. Ahora lo único que más o menos nos permite asociar a alguien a su tierra de origen es el idioma y el color de la piel. Unirse no es convertirse en una amalgama sin forma, es caminar de la mano con ideas diferentes hacia el mismo destino.
Por otro lado encontramos a quienes se preocupan por construir futuro, son respetuosos de la diferencia, creen en los sueños, aman no solo a sus familias sino a sus vecinos, lloran las muertes de extraños, se afligen con dolores ajenos, trabajan incansablemente, tienen ideas claras, principios sólidos y hondean las banderas de la tolerancia y la paciencia.
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