Ramón Ábalo
Las protestas de los empleados estatales, con una fuerte incidencia en las necesidades de muchos mendocinos, el de los de la salud, tiene a mal traer desde hace una treintena de días al gobierno del Paco Pérez. Mejor dicho, desde que ascendió a jefe. La lucha por el salario es más que legítima, y la flaqueza de las arcas del estado también es una realidad. A tanto que para cubrir las obligaciones hasta fin de año, el gobierno necesita unos 700 millones de pesos, que acaba de negociar con bancos privados locales para recibirlos como préstamo.
Calculado el déficit por lo que se debe más lo que se necesitará para cubrir el presupuesto del corriente año, se habla de unos dos mil millones de pesos, los que difícilmente se puedan equilibrar con lo que se calcula que se recibirá por rentas generales. Sin embargo, gran parte de ese déficit podría estar cubierto sin sobresaltos en cuanto el fisco se decida a meter la mano en los bolsillos de quienes gozan de privilegios que generosamente les permiten algunas normas, y otros muchos más por la desidia de un estado con políticas de omisión y permisivas que privilegian a los que la tienen y les sobra, y otros con bolsillos olor a corrupción.
Y ya se sabe, allí donde hay mucho dinero, gran parte de él fue mal habido y aunque las leyes y otras decisiones oficiales estimulan y le dan pátina de legitimidad, si se escarban los antecedentes, a los tenedores de esos dineros en el marco del concepto empresarial los cubre un manto oscuro de sospechas. Simplemente con aquel concepto de cómo se forma el capital, que ya tiene más de un siglo, pero que existió desde siempre, la plusvalía, o sea lo que el capitalista deja de pagar al trabajador por su fuerza de trabajo que emplea para cumplir con su tarea, un margen considerablemente menor al salario real que percibe. Un verdadero despojo, la explotación del hombre por el hombre.
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