Rolando Lazarte
Esa tarde, parecía que el tiempo se había detenido. Oías los pájaros, los sonidos más distantes del barrio, el ventilador aquí cerquita. Pero la tarde, aún a eso de las cuatro y algo, parecía haberse detenido. El tiempo, que no se sabe qué es sino que se va, parecía haberse detenido.
Tanto, que repites la misma expresión una y otra vez, como si de hecho no hubiera nada más a ser dicho a no ser: el tiempo parecía haberse detenido. Esta mañana mirabas un árbol en el estacionamiento de la universidad. Pensabas, al ver su corteza gris, un poco descascarada, su tronco subiendo al cielo de la tierra, sus ramas verde claro, el cielo recortado por detrás de las salas de clase, cómo tantas veces habías estado allí y no lo habías notado.
Te diste un tiempo para parar, para estar ahí, porque sí, no para algo en especial sino solamente estar allí, mirando el árbol. Era una sensación antigua, el pasto cerca, un olor suave a tierra. Algunas voces cerca, de funcionarias de la universidad. Y esos minutos en que te detuviste, fueron como un rebobinar en el tiempo, un volver a lo primordial, pero sin proponérselo.
Tal vez por eso ahora sientas que el tiempo se ha detenido casi por completo. Intentaste emprender algunas tareas, sin éxito. Era como si todo se hubiera de hecho detenido. Así las teclas dejan también de escribir estas palabras.
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