miércoles, 31 de octubre de 2007

Año 1 Nro. 5 - Moros y Matamoros en América

Cruces y entrecruces de culturas


por Abderrahman Beggar

Matamoros es el nombre de una ciudad del nordeste mexicano, Estado de Tamaulipas, altamente celebrada en "Mi Matamoros lindo" de Rigo Tovar, canción muy popular dedicada a la heroica ciudad de donde es oriundo Mariano Matamoros, distinguida figura de la independencia. Matamoros es también un apellido muy corriente en Latinoamérica. A pesar de ser moro "de toda costa" tuve a amigos con este mismo apellido, y nadie me mató. Al contrario, de los "bípedos desplumados" -como llamaba al hombre el sabio Cifran- son de la categoría muy amable. Si hablo de Matamoros es porque este nombre tiene mucho que ver con el propósito de este artículo.Leer todo el artículo - Cerrar
Que lo llamen, "descubrimiento", "encuentro", "desastre",... lo que pasó en 1492 no es en sí un acontecimiento autónomo, un evento sui generis, un punto de partida que implica sólo a sus autores (Conquistadores e Indios), un gesto preontológico (la idea de virginidad taparrabada de lo "descubierto" y, por consecuencia, de noche histórica en que deambulaba la tal virginidad) destinado a crear a partir de la Nada. La llegada de Colón forma parte de un proceso histórico que empezó en el año 711 cuando 26300 moros, bajo el mando de Tariq Ibno Zayyad, decidieron cruzar el estrecho de Gibraltar y apoderarse de Al-Andalus o Andalucía (Vandalucía: Tierra de los Vándalos). A partir del siglo VIII, la Península ibérica entró en una era de prosperidad, florecimiento intelectual y tolerancia. A los descendientes de estos moros nos gusta mucho hablar de las escuelas de traducción en Granada, del humanismo de un Ibno Hazm o un Maimónides, de la Introducción a la historia universal de Ibn Khaldún, de la sabiduría de un Averroes... En nuestros manuales escolares tenemos muy pocas referencias a la guerra de la Reconquista que empezó inmediatamente, en 722 con la batalla de Covadonga y duró hasta el año 1492. Es en esta época donde nació el modelo de gobierno militar español exportado a América Latina, que varios historiadores, con razón o no, consideran como el ancestro común de todas las dictaduras militares.

En tiempos de la Reconquista nació una filosofía del poder donde la legitimidad es encarnada por el cuerpo castrense, legitimidad que carcome la legalidad. Hoy en día, se puede observar este fenómeno cuando es cuestión de la lucha anti-terrorista, un área donde el poder se otorga una legitimidad incontestable que le permite usar a mercenarios, crear campos de detención al margen de la ley, acudir a arrestos y asesinatos extra-judiciales, financiar el terrorismo de Estado... La perfecta encarnación de estos valores en la España medieval es El Cid (del árabe assayid o el señor, equivalente del qaid o caudillo). En esa época, la definición de la entidad nacional, en sus aspectos topográficos, espirituales, políticos y económicos, dependía del factor bélico; el centro de tensión era la famosa Frontera, una línea separatoria cambiante según el ritmo de las batallas. En este período nació todo un género llamado Literatura de la frontera que nos sirve para examinar la naturaleza de las relaciones entre ambas sociedades. Uno de los mejores casos es el romancero Ibno Siraj y la hermosa Xarifa con sus versiones sefárade, árabe y cristiana, cada comunidad reivendicando su parentesco con el héroe.

¿Y Matamoros en todo esto? ¿Y el descubrimiento de América? Toda causa tiene su propia iconografía. Como todo lo sagrado, ésta llega a menudo a resistir la erosión del tiempo. La figura central de la iconografía de la Reconquista es el Apóstol Santiago, convertido, por imperativos ideológicos, en Matamoros; dice la leyenda que encabezaba a los Cristianos y no hesitaba en cortar cabezas moras. Esta creencia perdura hasta después de vencidos los Moros con la caída de Granada en 1492. El síndrome Matamoros es persistente y se puede ver, por ejemplo, en fotos de soldados españoles posando frente a las cámaras fotográficas con cabezas de marroquíes (Moros) durante la guerra del Rif (1922-1925) o de fotografías de soldados paraguayos durante la guerra del Chaco con cabezas de Indios Ayreode (llamados Moros), fotos realizadas por el periodista uruguayo Borche(1).

La figura del Santo exterminador es determinadora de las relaciones con el Otro. La imagen del enemigo moro y judío pasó a un estatuto arquetípico que la protege de los factores espacio-temporales: se trata del Enemigo, entidad que traspasa la geografía y la historia(2). Así es muy importante notar que al iniciar su primer viaje, Colón tuvo una escala en Canarias. Dos años después, en 1494, los españoles atacaron las islas sin gran éxito para luego regresar en 1496, esta vez con más hombres y armas. El lugar se convirtió en campo de experimento de las tácticas adoptadas después en América, como el uso del arma epidemiológica, introduciendo enfermedades desconocidas en esta parte del África, o el conducir matanzas masivas de civiles, hasta aniquilar por completo a los nativos Guanches.
Uno de los ejemplos de cómo el llamado Nuevo mundo integra a nivel simbólico estos conflictos afro-mediterráneos es el caso de los Indios Pueblo, originarios del sudeste de los Estados Unidos. Su baile ceremonial conocido como matachine fue introducido al actual Nuevo México a finales del siglo XVI. Este ritual es una versión india de la fiesta "Moros y Cristianos". Según Sylvia Rodríguez(3) el nombre Matachine viene del árabe Mutahuajjihine (mascarados). Los bailarines llevan máscaras, y son organizados en dos bandos, representantes de los dos grupos confesionales en conflicto, armados de espadas e instrumentos musicales.

Esto nos lleva a tratar el último punto: la presencia mora en América. Cuando se habla de los árabes en América, casi siempre se refiere a las oleadas migratorias provenientes de Medio Oriente, de estos súbditos (palestinos, sirios y libaneses en su mayoría) de un imperio otomano en pleno ocaso. La presencia árabe data de mucho antes del siglo XIX. Los moros, habitantes del Reino de Marruecos (actualmente Marruecos, Mauritania y Argelia) y de la península ibérica figuran entre los primeros foráneos traídos a la fuerza por la corona española. En este sentido, los archivos del puerto de La Habana son una excelente fuente para quien se interesa por el tema. Una de las figuras emblemáticas de esta categoría es Esteban de Dorantes, totalmente desconocido hasta en su país de origen, Marruecos. Es uno de los tres compañeros de viaje de Cabeza de Vaca en su expedición por lo que es hoy Nuevo México(4). Esteban era esclavo comprado por el conquistador Andrés Durantes de Carranca, con quien llegó en una expedición en el año 1527(5), una aventura con un final trágico. Desgraciadamente, no se puede evaluar el número de este sector de la población colonial pues sus nuevos amos les obligaban a convertirse y a tener nombres cristianos. Hay casos en que los presos son expedidos antes de su conversión. Sin embargo, la confusión es regla común, pues el criterio adoptado es absolutamente religioso: son clasificados bajo la categoría musulmán(6).

Los moros que tuvieron más impacto en América, sobre todo en el dominio arquitectónico, eran mudejares, término que muchos historiadores interpretan como proveniente del árabe mudajjane o domesticado. Los mudejares eran estos moros que escogieron vivir bajo dominio cristiano desde los inicios de la Reconquista. Pagaban un impuesto a cambio de la libertad de ejercer su culto y conservar su identidad. A partir de 1494, perdieron este privilegio y les fue prohibido hablar su idioma y practicar su religión. Hasta, se les impidió vestirse de negro en tiempos de luto, y esto por decreto real (Real Pragmática de 1494 de los Reyes Católicos). Muchos de los llevados a América practicaban en secreto su religión, un fenómeno no del todo marginal; como prueba, el rey Carlos I (1516-1556) emitió un decreto destinado a frenar los esfuerzos de islamización de la población indígena. A propósito de indígenas, el caso de los Pueblo es muy interesante para quien quiere ver cómo se integraron muchos elementos moriscos a su cultura. Aunque conocieron el uso del adobe antes de la llegada de los españoles, la historiografía muestra con clarividencia la influencia morisca en las técnicas de construcción actuales. Esta influencia se nota de igual modo en el dominio textil, precisamente en el uso de motivos geométricos y de colores provenientes del África del Norte(7), y también en el dominio de la joyería(8).
Esto nos lleva a concluir que el factor cromosómico no debe ser determinante en la interpretación de la historia. A pesar de no tener un peso demográfico significante, el moro está presente en unos de los componentes claves de la identidad latinoamericana: arte arquitectónico colonial, instrumentos musicales, arte culinario, joyería...

(1) Miguel Chase-Sardi, Augusto Brun y Miguel Ángel Enciso, Situación sociocultural, económica, jurídico-política actual de las comunidades indígenas en el Paraguay, Asunción: C.I.D.S.E.P., p. 39.
(2) Es interesante notar que en Francia, la extrema derecha sigue referiéndose a la Canción de Rolando (1090) para estigmatizar a la población de orígen norteafricano. Con referencia a este punto, cabe destacar la ausencia en los manuales escolares franceses de toda mención a la interpretación del historiador árabe del siglo XIII, Ibno Al Atir, segun la cual Rolando fue asesinado por mercenarios bascos.
(3) Sobre este punto ver: Sylvia Rodríguez. The Taos Pueblo Matachines: Ritual Symbolism and Interethnic Relations American Ethnologist, 18.2: 234-256.
(4) Hsein Ilahiane. Estevan De Dorantes, the Moor or the Slave? The Other Moroccan Explorer of New Spain, Journal of North African Studies, 5.3: 1-14.
(5) Nancy Curtis. Black Heritage Sites. An African-American Odyssey and Finder's Guide, Chicago Ala Editions, 1996.
(6) Rigoberto Menéndez Paredes. Componentes árabes en la cultura cubana, Habana: Edicions Boloña, 1999.
(7) Spanish New Mexico: The Spanish Colonial Arts Society Collection, vol. 1, Ed. Donna Pierce y Marta Weigle, Santa Fe: Museum of New Mexico Press, 1996.
(8) David E. Dear On Jewelry Made in the Contemporary Southwestern (U.S.A.) Style. Leonardo, 12. 4: 301-303

La Quinta Pata

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