sábado, 7 de junio de 2008

Memoria de un valioso hallazgo en las cuevas del Atuel

Museo Municipal de Historia Natural de San Rafael

Dr. Humberto A. Lagiglia - Museo Municipal de Historia Natural de San Rafael

En 1959, un grupo de investigadores mendocinos realizó uno de los más importantes hallazgos arqueológicos de la región. Aquí, una crónica de ese descubrimiento.

Es indudable que los avances en el conocimiento de la prehistoria de Mendoza se deben a la realización de los hallazgos de artefactos que han conformado parte del contexto de las culturas del pasado.

Corría el año 1959, precisamente el 11 de enero, cuando en una de nuestras visitas con uno de los propulsores de la Arqueología de la provincia, Juan Semper, el grupo de inquietos estudiantes que conformaba el Museo de Historia Natural se aprestaba a indagar en el suelo de una de las principales cuevas del Atuel.

Con ideas muy claras, en una época en que las excavaciones arqueológicas sistemáticas del país sólo se podían contar con una mano, se decidió impulsar los estudios en este sitio.

Ubicada a 28 km de la ciudad de San Rafael, en la zona denominada El Escorial o Rincón del Atuel, las bardas basálticas del Cº Negro del Escorial habían dejado una serie de reparos y cuevas que los indígenas prehistóricos habrían aprovechado para sus ceremonias religiosas o para dejar el testimonio del arte rupestre de sus pinturas.

El grupo discutía si valía la pena o no excavar en la gruta, dado que una zanja preliminar que habíamos realizado en uno de los sectores manifestaba haber sido excavada por buscadores de tesoros con un marcado desorden de sus materiales arqueológicos.

Sin embargo, el mayor del grupo, Juan Semper, discípulo del Dr. Salvador Canals Frau, quien habría descubierto la Cultura de Agrelo, alegaba que pese a que los buscadores de tesoros revuelven las cuevas y los sitios arqueológicos, muchas veces porque no son sistemáticos, dejan lugares sin tocar.
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Este hecho era evidente. Se inició una zanja de estudio, donde se separaba por niveles, utilizando herramientas muy sencillas y pequeñas, y los restos arqueológicos iban apareciendo. Uno de los sectores de la zona de estudios había sido alterado, mientras que los restantes, llegando a la pared de la cueva, no habían sido tocados ni excavados.

Con gran sorpresa fueron levantadas tres mazorcas de maíz completas con granos, la bolsa de cuero, curtida y bordada que motiva este trabajo y la momia infantil de una niñita recién nacida. Todos estos restos tenían más de dos mil años o eran de los alrededores del inicio de la Era Cristiana. Dos mil años de prehistoria se abrían ante nuestros ojos. Eran los principales hallazgos que conmovían a la comunidad científica mendocina.

Por su excelente conservación se pensaba que estos restos tenían una reciente antigüedad. Sin embargo, casi diez años después, cuando los medios permitieron realizar las dataciones del C-14, la sorpresa fue muy grande. Estábamos en presencia de una agricultura prehistórica, la primera de la provincia, que los pueblos de la Tierra habían producido hacía más de dos mil años.

La subsistencia de las culturas indígenas, basada en un primer término en la caza y la recolección, comenzaba a sufrir cambios con la incorporación de cultivos como el maíz, el zapallo, el poroto y la quinoa.

El hallazgo
A un metro escaso de la tumba de la momia indígena infantil, apareció enrollada la bolsa de cuero curtida y bordada. Su naturaleza y conservación eran llamativas y mantenía los colores de los ocres y de las sustancias empleadas para pintar el cuero. Desplegada en el sitio, constituyó uno de los admirables hallazgos del día.

Era la primera vez que muestras del pasado indígena perfectamente mantenidas podían rescatarse del interior de una de las cuevas prehistóricas. La bolsa había sido confeccionada con un fino cuero curtido y adquiría una forma trapezoidal. Su largo total era de 57 cm por un ancho de 24 cm.

Lo llamativo de la pieza era su técnica de confección: había sido elaborada a partir de un cuero alargado cuyo ancho era mucho menor que el largo. Se habían pintado con ocre rojo dos de ellos que conformaban parte de los costados de la bolsa.

El del centro, estaba formado por dos cueros, los que habían recibido el calado de un motivo continuo en escalones o zig-zag, del cual destacaba una estructura simbólica que estimamos daría la idea de una planta de maíz estilizada. De la parte central de ambos cueros que simultáneamente habían sido calados, se había separado cuatro partes.

Previamente, los cueros del centro habían sido pintados, uno de color marrón oscuro en forma continua; el otro, con tres bandas: verde musgo, amarillo y verde musgo. Después de separar las partes de este cuero calado, la idea reflexiva de los indígenas no era otra que la de combinar unas con otras.

Para dar una idea objetiva de esto basta pensar que si utilizamos un papel negro y uno blanco y simultáneamente calamos una figura geométrica, después de combinar sus partes podemos establecer contraste de fondo y figura. Luego de que las piezas preferidas fueron combinadas en la bolsa mediante una costura con fibras vegetales con punto cordón, se completaba la unión de los bordes de la misma destacando su contraste.

En el centro quedaba una figura de aspecto antropomorfo que, aparte de tener la costura en punto acordonado, se había hecho un bordado con un nudillo punto rococó confeccionado con el raquis de plumas de aves. Los costados estaban pintados con ocre rojo que conformaban una pieza entera, uniendo la parte central de adelante con la de atrás. La costura era realizada con fibra de tendones de animales.

Conclusión
Cuando analizamos el esplendor artístico y simbólico de pueblos que consideramos muy sencillos y que habitaron nuestros páramos, nos damos cuenta que la adaptación al ambiente y la lucha por la existencia logró la prevalencia de sus comunidades y que felizmente en muchos casos nos han dejado testimonios valiosos como estos; uno de los pocos que llama poderosamente la atención, puesto que la riqueza arqueológica de nuestro centro oeste argentino no es tan gran grande y hermosa como la de la región valliserrana del Noroeste.

Sin embargo, la cueva del Atuel puede considerarse como uno de los principales sitios donde se encuentran representados los estadios de casi toda la prehistoria de la provincia y que tiene más de 10.000 años de antigüedad. Sitio este que debiera ser considerado como uno de los principales lugares del patrimonio cultural prehistórico del país.

Los Andes, 07 – 06 – 08

La Quinta Pata

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