Rolando Pérez Betancourt
Mientras el primer busto realizado en vida a Julio César fue encontrado en la ciudad de Arlés, en el sur de Francia, los avances de la técnica permiten conocer cómo sería en realidad Michael Jackson recién cumplidos los cincuenta años de edad. En ambos casos, las imágenes establecidas conectan con lo recóndito del carácter.
A Julio César se le conocía en lo fundamental por las monedas que reproducían sus divinizadas efigies, pero incluso en Roma nunca se encontró ni un solo busto o retrato que fuera realizado en vida de él, pues todo hace indicar que tras su asesinato, y posterior confusión política, no pocos optaron por desaparecer constancias artísticas que pudieran resultar comprometedoras.
Descontando la mascarilla que se le hiciera inmediatamente después de su homicidio (o antes, según algunos entendidos), los arqueólogos coinciden en que el busto de mármol hallado en el río Ródano, cerca de Arlés, la ciudad fundada por el propio gobernante, data de los días dorados en que César agradeció a los habitantes del lugar por la ayuda prestada en la conquista de Marsella.
Los historiadores guardan pocas dudas acerca de por qué el río: el busto fue arrojado a las profundas aguas por temor durante el problemático periodo que antecedió a la coronación como emperador de su hijo adoptivo Octavio. A diferencia de las glorificadas imágenes póstumas (con una gran difusión durante el Renacimiento) en el busto de Arlés aparece un César de unos cincuenta años plasmado con toda la veracidad de la época: arrugas, cuello alargado, nuez pronunciada, frente ancha y la calvicie que, según revelara el historiador Suetonio ––que de los César parecía conocerlo todo––, hizo que Cayo Julio recurriera a la corona de laureles para tratar de disimularla.
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