domingo, 26 de octubre de 2008

Bufano a Gerchunoff: carta del pícaro al sabio

Lila Bujaldón de Esteves
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El poeta sanrafaelino le escribió al autor de Los gauchos judíos y le contó vicisitudes de su experiencia como dependiente en una librería. Una misiva fechada en 1943 muestra el clima intelectual de una época.

Las cartas entre escritores ofrecen un material de extraordinario interés para conocer más íntimamente a sus autores. En ellas corre la pluma y el alma libremente para expresarse, ya que no se trata en primer término de textos cuidadosamente elaborados y corregidos para ser publicados.

Sin embargo, a pesar de su aparente carácter marginal frente a la obra literaria definitiva (cuentos, novelas, poesía, obras de teatro, ensayos), estas cartas esconden y nos revelan circunstancias biográficas, comentarios literarios, confesiones sobre la propia obra, juicios personales acerca de libros y hechos contemporáneos, en fin, una variedad casi infinita de circunstancias que acompañan siempre la existencia cotidiana de todo ser humano.

A ello se suma el placer de acercarnos a la intimidad de un escritor a través de la lectura de escritos que llevan el sello inconfundible de su personalidad y estilo. Encontramos autores que hicieron un culto del escribir cartas y cuyas obras completas cuentan con uno o varios volúmenes para recoger esas misivas, como en el caso de Thomas Mann o Rainer M. Rilke; otros escritores, por el contrario, prohibieron la publicación de sus epistolarios o simplemente los destruyeron para proteger su intimidad o el nombre de los destinatarios, como sucedió con las cartas que Victoria Ocampo enviara al Conde de Keyserling. O fue la historia misma que se ocupó de la desaparición de importantes epistolarios, en el tráfago de las guerras, las emigraciones, los cautiverios. A veces sobrevivió solamente la mitad de la correspondencia, es decir, que uno de los dos integrantes de ese diálogo emprendido a la distancia guardó celosamente las cartas del otro, mientras las propias desaparecieron para siempre. Pensemos en las cartas de amor de Franz Kafka guardadas por sus destinatarias celosamente, cuyas respuestas sin embargo desconoceremos para siempre.
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En el archivo que guarda el legado del escritor Alberto Gerchunoff encontramos la larga carta que el poeta Alfredo Bufano le remitiera en 1943. Signo del valor que Gerchunoff le otorgara es que fue conservada por el destinatario junto con otras muchas recibidas de firmas famosas, como Miguel de Unamuno, Ramón Gómez de la Serna, Rubén Darío, Roberto Payró, Lisandro de la Torre, Ramiro de Maeztu, Samuel Eichelbaum, Juan B. Justo, Enrique Dickmann y Arturo Capdevila.

Cuando Alfredo Bufano le escribe a Alberto Gerchunoff ya es un pasado lejano la época de extrema indigencia sufrida en Buenos Aires, años aquellos alrededor de 1910 en que vivió de niño lustrando zapatos y vendiendo globos para subsistir. Hace tiempo –más de 20 años– que Bufano dejó Buenos Aires para instalarse nuevamente en la provincia de Mendoza, pero esta vez con su familia. Desde San Rafael es un poeta premiado y reconocido a través de sus libros de poesía como Poemas de Cuyo (1925), Tierra de huarpes (1927), Romancero (1932). Se desempeña como profesor de Castellano, Literatura y Geografía en la Escuela Normal de aquella ciudad sureña; en 1942 numerosos amigos y personalidades del mundo de la cultura lo homenajean en sus “Bodas de Plata” con la poesía con una gran cena, discursos y un álbum recordatorio. La firma estampada en él desde Buenos Aires que el homenajeado poeta descubre entre otras muchas pertenece al autor de Los gauchos judíos, al admirado Alberto Gerchunoff.

A partir de ese descubrimiento surgen seguramente en el poeta de Mendoza los recuerdos que relata en la carta a Gerchunoff: el momento en que lo conoció, allá por 1915, unido a una etapa muy especial de su vida, la de joven empleado de una librería porteña. Como sucede en muchas otras biografías de escritores, en diversas épocas y lugares del mundo (pienso en estos momentos en Hermann Hesse como precoz aprendiz de librero en la ciudad alemana de Tübingen o en el adolescente Heinrich Böll en una librería de Colonia), el paso juvenil por el oficio de librero posibilitó al joven Bufano el ansiado contacto cotidiano y acceso permanente al mundo de los libros, hasta entonces vedado por su pobreza.

Pero la carta de Bufano a Gerchunoff relata otras anécdotas de esta experiencia laboral que la transforman en una pequeña pieza humorística de picaresca, a la vez que permiten acercarnos al ambiente de la bohemia porteña de la segunda década del siglo XX. Es así que enumera una serie de nombres de escritores o quienes aspiraban a serlo por esos años: junto al ya consagrado Alberto Gerchunoff, José de Maturana, Antonio Aita, Ernesto Mario Barreda, Horacio Quiroga, César Carrizo. Y la admiración del joven Bufano por estos intelectuales que entran y salen de la librería ubicada en la calle Sarmiento, esquina Esmeralda, se une a su sorpresa al comprobar la pobreza en que viven. La solidaridad del joven empleado y la compasión por ellos trae aparejada, por propia iniciativa, la rebaja y aún el regalo de los tan ansiados libros. La beneficencia a costa del patrimonio del dueño de la librería termina con el despido estrepitoso del empleado “infiel”, quien sin embargo –en el balance que significa la carta a Gerchunoff– reconoce las bondades de aquella etapa iniciática: los contactos con el ambiente intelectual y artístico de la gran ciudad, la publicación del primer libro de poemas El viajero indeciso y el comienzo de su biblioteca con los libros robados en la librería, según confiesa en la carta. Quienes conocieron a Bufano de cerca destacaron su bibliofilia, esa especie de predilección y a veces también pasión insana por los libros, propios o ajenos.

Bufano cierra el relato picaresco de su paso por la librería con una especie de venganza contra el patrón filisteo, incapaz de comprender la “buena acción” de su empleado, quien no sólo es un dependiente, sino un escritor en ciernes del que en última instancia “vive” todo librero. De allí el gesto de entregarle libros propios en consignación para la venta en la librería de donde fuera despedido.

La carta de Bufano no sólo mira hacia el pasado, al recuerdo de aquel primer encuentro inolvidable para un joven que quiere llegar a ser un escritor reconocido como lo era ya Gerchunoff en 1915. En la misiva Bufano avanza hacia el futuro desde un presente en que ambos comparten una misión, una misma lucha contra el totalitarismo y antihumanismo representados en 1943 por el nazismo y la guerra mundial. La emoción final surge del sentimiento de estar defendiendo mancomunadamente la preciada libertad.

* Conicet- UNCuyo
Diario Uno, 26 – 10 – 08

La Quinta Pata

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