Héctor Bernabé
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La exclusión ha adquirido dimensiones catastróficas y quienes más lo sienten son los niños, quienes ven vulnerados sus más esenciales derechos.
En épocas preelectorales, las huestes se preparan para la batalla. Se colocan los implementos para la contienda y curiosa y osadamente no los renuevan nunca. Siempre los mismos. La educación, la salud, la seguridad y la justicia social son inconmovibles.
A la siguiente batalla vuelven a colocarse las mismas armaduras, cada vez más deterioradas por el descreimiento y la desconfianza. La soldadesca los acompaña entre ignorantes y desconcertados. Otros, entre absortos e impotentes, esperan inútilmente “el motín”.
Más recientemente se ha dejado la coraza de la “justicia social” y se la ha remplazado por la “distribución de la riqueza” y “la inclusión social”.
Nadie sabe de qué se trata, ni siquiera sus promotores, y así se enfrentan al adversario que también usa los mismos atributos de campaña en la ofensiva proselitista, tan blandos como el telgopor, tan desconocidos como la muerte y tan nefastos como el Katrina.
Desde que se tiene conocimiento del desarrollo humano, se sabe de luchas tribales –donde se excluía a una en beneficio de la otra–, de conquistas esclavizantes, de feudos de unos pocos privilegiados con muchos sirvientes. Hasta el presente no debe haber lugar del mundo en el que no haya una imagen semejante.
Excluidos, de manera independiente de su potencial económico y como símbolo, podemos decir que a pasos de la Estatua de la Libertad, en la densa población de Manhattan, dos guetos, Bronx y Harlem, discurren distraídamente en el mismo corazón de la civilización. No solo existió y existe la exclusión a pesar del extraordinario desarrollo tecnológico y de los tantos modos de practicar la fe religiosa.
¿Acaso la exclusión es parte inevitable de la humanidad? ¿O es una deuda eterna del desarrollo humano?
Leer todo el artículoEl profesor Alejandro Roldán define al bien común como “el máximo desarrollo posible de todos y cada uno de acuerdo con su programa genético”. Desarrollo que comienza con la gestación y en los próximos 33 meses de vida se habrá desarrollado cien por ciento el sistema nervioso, que lo acompañará toda la vida.
Pero el medio condiciona el desarrollo del programa genético, o sea, el máximo de sus posibilidades biológicas.
Los factores sociales son los responsables de las enormes diferencias en la salud y expectativa de vida en todo el mundo. “La injusticia social está matando a gente en gran escala”, señala el documento de la Organización Mundial de la Salud (OMS) 2008. Y ejemplifica: “Un niño nacido en un suburbio desventajado de Glasgow, Escocia, vivirá un promedio de 28 años menos que otro que vive en un suburbio vecino, pero afluente de la misma ciudad”.
Es sabido que la riqueza de un país es un elemento para determinar la salud y expectativa de vida de la población. Pero no está claro por qué se establecen diferencias dentro de un mismo país. El informe señala que países no tan ricos tienen estándares notablemente buenos con relación a otros con mayor riqueza.
Según señala un estudio de tres años de la Comisión de Determinantes Sociales de la OMS, “los 33 meses necesarios para el desarrollo neurológico total transcurren desde el vientre materno, dentro del entorno familiar y la vivienda”. Es decir, el seno familiar condiciona el desarrollo del niño, del futuro adolescente, adulto joven y adulto mayor.
La pobreza e indigencia se oponen frontalmente a que se logren los objetivos vitales necesarios.
Según el estudio “Vigilancia del crecimiento del niño menor de 6 años en atención primaria”, realizado en el Centro de Salud Nº1 del Barrio San Martín por el profesor Alejandro Roldán y colaboradores, hay diferencias significativas en los niños si estos reciben o no atención nutricional dentro de los primeros 24 meses de vida. Influyen:
• Dietas insuficientes.
• Dietas inconvenientes.
• Mayor número de gestaciones.
• Menor nivel de instrucción.
• Hacinamiento, a veces promiscuidad.
• Sólo un aportante para una familia numerosa.
El doctor Abel Albino, presidente de CONIN (Cooperadora para la Nutrición Infantil), afirma: “Si durante la generación del sistema nervioso central el niño no recibe la cantidad y calidad de nutrientes apropiados y la estimulación adecuada, el resultado será un débil mental”.
Y si, además, consideramos que en el mundo actual, altamente tecnificado y cada vez más complejo, la exclusión toma dimensiones catastróficas, sus efectos ya están cayendo sobre el resto de la sociedad como una fuerte tormenta de granizo.
El Estado está ausente o apenas se acerca al borde del abismo. Muchos de estos niños serán los denominados repetidores, que son una “molestia” para el sistema educativo; por lo tanto, se los trata de ocultar, bajando cada vez más los niveles de exigencia para todos.
Suele centrarse toda la atención exclusivamente en la mortalidad infantil; pero, ¿qué hay del desarrollo pleno en referencia al desarrollo físico y psíquico, para obtener luego un adulto con sus capacidades biológicas y afectivas en el máximo desarrollo?
Las consecuencias de no participar o tratar con indiferencia el desarrollo humano en etapas tempranas es, en definitiva, impedir tal desarrollo y promover la “injusticia social”, o sea, “el desarrollo infrahumano”. Incapaces, inadaptados, delincuentes, definitivamente aislados y excluidos. El último censo poblacional del 2003 señala 38% de la población en estas condiciones.
Paradojalmente, se ha visto recientemente que, aun habiendo trabajo, estas personas no están en condiciones de acceder a él. Si le sumamos a esto que estamos insertos en un mundo cada vez más tecnificado y competitivo, el único camino a la vista que les queda es, irremediablemente, el destierro de la vida. Perdieron o mejor nunca conocieron dignidad alguna, pero sí están impulsados por una corriente de resentimiento y odio hacia los demás y hacia sus propias vidas.
La tan mentada distribución de la riqueza es sólo una expresión de deseos o un disfraz en esta carnavalesca fiesta de apariencias. La inflación es el parámetro que dibuja la línea de la pobreza y la indigencia. Se la debería cuidar como un tesoro nacional. No solo esto no ocurre, sino que el Gobierno la dibuja, impulsado por otros intereses. Así, entre la palabra y la acción, hay un vacío inmensamente oscuro, donde sólo se percibe un hedor a contradicciones e incoherencias.
El niño que crece sin afectos y el joven que no socializa o que es objeto de hostilidades en el seno de la familia crecerán con un vacío existencial que lo convertirá en una hoja caída del árbol, sólo impulsada por el viento ocasional y luego quebrantada por la intemperie.
Cambiar esta deuda social, ¿es posible o no? Todo depende de la determinación de los pueblos y de sus gobernantes. Hay países que nunca dejaron que llegara siquiera una situación semejante; otros, devastados por la guerra, no sólo recuperaron su economía, sino también a sus sociedades; algunos han preferido poseer armas nucleares en lugar de construir a su comunidad y otros han evadido el tema con una candidez propia de una canción de cuna.
Pero lo realmente patético es que cada uno de ellos se cree mejor que el otro.
*Doctor en Bioquímica
Diario Uno, 22 – 11 – 08
La Quinta Pata
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