lunes, 24 de noviembre de 2008

Tuerto Pérez: El bandolero más sanguinario de Mendoza

Tuerto Pérez

Carlos Campana

El curioso relato de un matrero que tuvo en vilo a la provincia. Tras una vida dedicada a la fuga, fue ultimado por un general de la Nación: José de San Martín.

Mendoza. Santos Guayama, el gaucho Cubillos y Bairoletto, han quedado registrados en la memoria de todos los mendocinos a través de sus aventuras y fechorías.
Pero existió un delincuente que superó a todos ellos y fue olvidado por la historia. Se trata de José “tuerto” Pérez, un delincuente que por muchos años tuvo en vilo a las autoridades en la primera década del siglo XIX.

Nacido en el Infiernillo
Nadie sabe en qué año nació. Algunos escritos dicen que vio la luz a fines del siglo XVIII, en una tapera del barrio llamado “el Infiernillo” -hoy distrito de Dorrego en Guaymallén-; en aquel entonces, era el lugar de prostíbulos y pulperías.
De padre desconocido, su madre le dio su apellido. El pobre niño creció entre malos tratos y humillaciones por parte de los adultos que frecuentaban la tapera. Fue así como vivió José sus primeros años de vida, con un gran resentimiento que marcaría su carácter para siempre.
Era de esperar que en su adolescencia se juntara con algunos cuatreros para iniciarse como delincuente, robando en las haciendas el ganado para luego venderlo.

Pérez, el bandolero tuerto
El joven José Pérez era un hombre de mediana estatura, más bien robusto, tez morena, ojos oscuros y cabellos negros; un detalle que sobresalía era su barba a medio crecer. Vestía con un simple pantalón de bayeta gris, camisa blanca, poncho y ojotas de cuero.
En su cintura llevaba un facón y una pistola de chispa. Siempre estaba acompañando por un buen caballo.
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Corría el año 1814 y los cuatreros liderados por González, tenían a mal traer a las autoridades.
Luego de un asalto, el jefe había tomado gran parte del botín, repartiendo lo mínimo a sus secuaces. Pérez, ante esta injusta situación, sacó su facón y ambos se batieron a duelo; la lucha se prolongó por varios minutos, los dos eran muy diestros en el manejo de estas armas.
González lanzó un certero puntazo en la cara de su contrincante dejándolo fuera de combate.
Con el rostro ensangrentado, Pérez fue asistido por sus amigos. Igualmente, perdió un ojo.

Piratas de los caminos
Tiempo después, el “Tuerto” Pérez y sus compinches, elaboraron un plan que consistía en asaltar a las desprotegidas carretas de mercancía que iban hacia Buenos Aires.
Así comenzaron con los raids delictivos. En las inmediaciones del paraje de Corocorto, los malvivientes interceptaron a uno de los carreteros, quien al resistirse fue muerto por el “Tuerto” de un disparo.
Los cuatro maleantes desvalijaron la carreta llevándose todo lo que había en ella. A los pocos días de este suceso, una galera fue abordada por estos bandidos despojando a sus ocupantes de todos los objetos de valor.
El “Tuerto” siguió con sus correrías, desvalijando varias haciendas y matando a algunos de sus dueños.

La noticia de estos asaltos y asesinatos llegó hasta el despacho del entonces Gobernador Intendente de Cuyo, un tal coronel mayor José de San Martín a quien, además de tener que preocuparse por la defensa de la ciudad, ante la posible invasión de los realistas desde Chile, se le agregaba un nuevo problema.
Inmediatamente ordenó al encargado de las partidas volantes (así se llamaba la policía), la inmediata captura de estos marginados de la ley.

A cada chancho le llega su San Martín
El despiadado “Tuerto” siguió con sus asaltos y asesinatos que engrosaron su prontuario.
Hábiles a la hora de esconderse, las partidas volantes no podían encontrarlos.
El gobernador envió un destacamento de soldados al mando de un oficial, para buscar a Pérez y sus amigos, los que se unieron a las partidas celadoras. Ambos ejecutaron un amplio operativo en la zona Este, sin resultados positivos.

En el invierno de 1816, la improvisada policía capturó a varios desertores del Ejército quienes, al ser interrogados, comentaron haber visto a un cuatrero apodado“el Tuerto” y aportaron datos concretos del lugar donde estaba escondido.
En pocas horas una patrulla salió a buscarlo y, después de un enfrentamiento, Pérez y sus compañeros de andanzas fueron detenidos y llevados a la ciudad.

Su ejecución
El “Tuerto” fue a parar a la cárcel del Cabildo mendocino. A los pocos días se lo enjuició por sus delitos y asesinatos cometidos, condenándolo a la pena de muerte.
Con la frialdad y la soberbia que lo caracterizaba, al leerse la sentencia de muerte, el acusado se burló del magistrado. La ejecución sería al día siguiente en la Plaza Mayor -hoy Pedro del Castillo-. Al amanecer golpearon su celda y el prisionero salió, marchando con paso firme y sin arrepentimiento.
Todo estaba listo para la ejecución. El “Tuerto” en silencio quedó solo, frente a los soldados del batallón N° 8, quienes apuntaron con sus fusiles al condenado. El oficial dio la orden de ¡fuego! y el cuerpo de José “Tuerto” Pérez, se desplomó al suelo.
Después de unas horas, su cabeza fue colgada en un poste en un sector de la plaza, como era acostumbrado en aquel tiempo.

Meses después de esta ejecución, el General San Martín realizó la epopeya máxima de cruzar los Andes y liberar a Chile; quizá por eso la historia del bandolero más sanguinario de la historia mendocina quedó en el olvido.

Los Andes, 23 – 11 – 08

La Quinta Pata

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