domingo, 11 de enero de 2009

El terremoto que sacudió la política

Terremoto en San Juan

Felipe Pigna

Aquel verano del 44 parecía uno más en Buenos Aires. Hacía un calor asfixiante y los balnearios de la costanera estaban a pleno alegrando a las mayorías que ni soñaban con Mar del Plata, refugio todavía de las clases altas que gozaban de sus mansiones y sus playas exclusivas sin siquiera imaginar que en apenas dos o tres años serían "invadidos" por la chusma que gozaría de su flamante derecho a vacaciones pagas y llenaría los nuevos hoteles sindicales que darían una nueva fisonomía a la "perla del Atlántico".

Pero por ahora, en aquellos días de enero, el coronel Juan Domingo Perón era apenas el Secretario de Trabajo y Previsión y no asomaba aún como una figura amenazante en el imaginario de los ricos de la Argentina. El 15 de enero amaneció sábado y como tal era un día de salida obligada. Los cines de Lavalle comenzaron a llenarse desde las matinés de doble programa. En medio de la función de las 20, exactamente a las nueve menos diez, la ciudad se sacudió. Las arañas de las casas oscilaron en una forma absolutamente desconocida y las radios suspendieron sus radioteatros para pasar un boletín urgente: en la ciudad de San Juan se había producido un terrible terremoto que no había dejado piedra sobre piedra. Las noticias llegaban desde Mendoza porque las líneas telegráficas y telefónicas de la capital sanjuanina estaban totalmente fuera de servicio.

San Juan era una ciudad apacible hasta las 20.48 de aquel sábado inolvidable. La tierra tembló durante unos 40 segundos, tiempo más que suficiente para destruir todo lo que se había edificado durante siglos, incluyendo los edificios reconstruidos desde el último terremoto, el de 1894. En un área de 190 kilómetros casi nada quedó en pie.

Luego se supo que se trataba de un terremoto de 7,4 grados de la escala Richter y casi 10 en la de Mercali. Todo era desolación en aquella noche cerrada en la que la oscuridad tenía más de una posible acepción. Los sonidos de la tragedia reemplazaban a las imágenes. Se había producido la peor catástrofe de la historia argentina: siete mil muertos y doce mil heridos. Las primeras estimaciones calculaban que el 90% de las edificaciones estaban totalmente destruidas y las pérdidas se evaluaban en más de cien millones de dólares de entonces.
Por orden del presidente Ramírez, la Secretaría de Trabajo y Previsión se puso al frente de la coordinación nacional de la ayuda a los sobrevivientes. La tragedia sensibilizó al país entero, que pudo ver a través de las fotografías de los diarios, los terribles padecimientos de los compatriotas que lo habían perdido todo. Se realizaron centenares de colectas y, como siempre, la solidaridad fue directamente proporcional a la pobreza de los donantes: daban más los que menos tenían.
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El coronel Perón se dirigió al país por la cadena de radiodifusión: "La Secretaría de Trabajo y Previsión convoca para el lunes a todas las personas dirigentes o representantes de la banca, de la industria, del comercio, de las grandes entidades deportivas y culturales, del teatro, del cine y cualquier otra representación para formar la comisión de una gran colecta en beneficio de los damnificados por el terremoto de San Juan. Espero a todos estos señores en el recinto del ex Concejo Deliberante el lunes a las 18 horas, y espero también que nadie ha de faltar a esta cita de honor y de solidaridad nacional (...) Así se inicia bajo auspicios patrióticos y con el respaldo del espíritu de solidaridad del pueblo la obra de ayuda a nuestros hermanos sanjuaninos. El tiempo dirá de nuestro sentimiento y de nuestra solidaridad nacional".

No todos los que concurrieron fueron señores y fue en aquellas particulares circunstancias cuando Perón y Evita se encontraron para siempre. El general recordaría décadas después:
"Entre los tantos que pasaron en esos días por mi despacho, había una mujer joven de aspecto frágil pero de voz resuelta, de cabellos rubios y de ojos afiebrados. Decía llamarse Eva Duarte, era actriz de teatro y radio y quería concurrir de cualquier manera a las obras de socorro por la desgraciada población de San Juan. Hablaba vivamente, tenía ideas claras y precisas e insistía para que le asignara una misión.
-Una misión cualquiera -decía. Deseo hacer cualquier cosa por esa pobre gente que en este momento es más desgraciada que yo".

Eva, como muchas artistas y personalidades de la época, prestó su apoyo y recorrió las calles con las alcancías que recaudaban fondos para aquella gran colecta nacional en pro de la reconstrucción de la devastada San Juan. Según Radiolandia, Evita recolectó 633,10 pesos, muy lejos del récord de Libertad Lamarque que sumó 3.802,90.

El encuentro oficial con Perón que marcaría su vida para siempre se produjo la noche del 22 de enero de 1944 en el Luna Park, cuando se realizó un festival artístico a beneficio de las víctimas del terremoto. Aquella noche, Eva actuó junto a su compañía de radioteatro y, terminada su participación, se sentó al lado de Perón. Así le contó a una amiga y compañera cómo fue aquella noche que cambiaría su vida:
"Yo no puedo decir ahora cómo me animé a hacerlo (...) Vi el asiento vacío y corrí hacia él, sin pensar si correspondía o no, y me senté. Me vi de pronto junto a Perón que me miraba con aire un tanto asombrado y empecé a hablarle. Lo real es que yo estaba allí conversando con Perón, roto ya el hielo inicial y sin que nadie hiciera nada por sacarme de ese lugar. No podían hacerlo. Ya estábamos hablando como si nos conociéramos de toda la vida. Los números artísticos se iban sucediendo, y compartimos los aplausos y el entusiasmo de la gente. Cuando el acto terminó, Perón me invitó a que lo acompañara a comer algo por ahí. Acepté y fuimos. Quedé marcada a muerte. Fue, como le dije tantas veces, mi día maravilloso. Perón dijo que le gustaban las mujeres decididas. De eso no me olvido nunca. Fue así que días después empezó mi nueva vida".

Desde esa noche la pareja comenzó a convivir para no separarse hasta la prematura partida de Evita. Por entonces, Perón vivía en un departamento de Arenales y Coronel Díaz con una adolescente mendocina llamada María Cecilia Yurbel, a la que él había apodado "la Piraña". Evita la echó "decididamente" y la despachó para Mendoza.

Perón parecía disfrutar sus apariciones públicas con Evita que eran además una respuesta a la oficialidad conservadora que cuestionaba su relación con una mujer de "pasado oscuro" como gustaban decir algunas claramente oscuras señoras de oscuros generales, almirantes y brigadieres. "Con las actitudes de Perón – decía años más tarde uno de sus camaradas de armas – la Revolución perdía su jerarquía y nosotros no podíamos permitir que en las resoluciones del gobierno gravitara una familia como la de los Duarte. Estábamos convencidos de que nuestro deber era impedir que la Nación cayera, sobre todo, en manos de esa mujer, como sucedió".

El coronel se tomaba con humor aquellas críticas y presiones que no se quedaban solo en palabras: "Solamente a un gobierno de maricones puede parecerle un defecto que al hombre le gusten las mujeres (…) los conmilitones de la guarnición de Campo de Mayo encomendaron al general Virgilio Zucal que me apretara en nombre del Ejército, pues la institución rechazaba a mi pareja, advirtiendo las graves consecuencias de la desobediencia. ¡Había que haber visto la cara del pobre Zucal, cuando le repliqué: 'Vos me querés persuadir de que elija, en vez de una señora actriz, a un señor actor!'". Los enemigos de la pareja, que todavía no se llamaban gorilas, lanzaron uno de los primeros chistes sarcásticos que reproducía un imaginario diálogo en el que Evita le preguntaba a Perón: -¿A qué Santo le debo tanta felicidad? - A San Juan, Negrita, a San Juan".

Clarín, 10 – 01 – 09

La Quinta Pata

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