sábado, 31 de enero de 2009

Impenitente celebración de buen cine

Los dioses rotos

Joel del Río

La Habana. Justo cuando el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos celebra su medio siglo de existencia, y aparecen filmes que confirman la tradición de calidad y alcance cultural y social, se estrena el 19 de febrero Los dioses rotos, del debutante Ernesto Daranas, luego de que ganara el Premio al Mejor Proyecto en el Festival Internacional de Cine Pobre de Gibara; de que más tarde, ya en celuloide, se convirtiera en uno de los títulos más perseguidos del XXX Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, en La Habana, y en diciembre reciente, la prensa especializada cubana la seleccionara entre las mejores propuestas audiovisuales de 2008.

Aunque debuta en el cine, Daranas posee vigorosas experiencias en la radio y la televisión. En 2004 elaboró el guión y codirigió junto a Natasha Vázquez el documental Los últimos gaiteiros de La Habana, ganador del Premio Internacional de Periodismo Rey de España, uno de los más importantes del mundo hispano, y del Festival Internacional de Documentales Santiago Álvarez in Memoriam. Ese mismo año, Daranas escribió y dirigió el telefilme ¿La vida en rosa?, que obtuvo el Gran Premio del I Festival Nacional de Televisión de Cuba, más otros seis, incluidos los galardones a la Mejor Dirección y Guión Original. Los dioses rotos fue primero un guión aprobado para ser producido en conjunto por el ICAIC y el Ministerio de Cultura, luego se convirtió en un filme realizado en digital, y más tarde, luego de ganar el premio en Gibara, se hinchó en celuloide.

Ya la película dejó de pertenecerles a Daranas y a sus colaboradores. Está en manos del público que la reinventará a su manera. Cada quien usándola como espejo que contraste sus propias experiencias. Pero cuando todavía se sabía muy poco sobre tan peculiar proyecto, y estábamos ávidos por escuchar de qué iba el filme, de acuerdo con la opinión de su principal creador, en tanto guionista y director, Daranas la definía asegurando (en una entrevista para Cubasí) que su película partía de la reflexión sobre “una figura emblemática y mitológica de la cultura popular: Yarini. De alguna manera el mito vive y se mantiene en este mundo, el proxenetismo y todo lo que está asociado a ello. Es la posibilidad de dialogar con nuestras raíces, con nuestro pasado y es, además, una problemática presente que debemos hablar y abordar. (…) Diálogo con el pasado y con el presente, con lo que somos. Aunque es una mirada esencialmente espiritual y humana hacia los personajes. (…) Es la búsqueda de lo identitario, de lo nacional y al mismo tiempo es una crítica tanto a los valores, como a los antivalores que se han desplegado en la sociedad actual. No obstante, no tiene una pretensión filosófica o sociológica, lo que me interesa es el aspecto humano con la mirada universal”.
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Los dioses rotosEn aquel momento de su primera proyección pública, dentro del Festival de diciembre, con el cine La Rampa colmado hasta los pasillos, y una multitud que no pudo acceder a la sala, ya se sabía que estábamos ante una gran película, en la cual sorprendía sobre todo la habilidad narrativa (con el notable manejo de un tempo fluido y el correspondiente suspense), el apasionante diseño de los personajes (siempre al borde, siempre marcados por el destino trágico), y el grandioso tratamiento visual. Al siguiente día del estreno, comentó Rolando Pérez Betancourt, en el periódico Granma: “A la manera de una bien llevada tragedia griega, sin dejar a un lado uno solo de sus componentes, arrastrando en su transcurrir narrativo la certeza por parte del espectador de que la muerte violenta será el sello purificador de tanta malaventura, Los dioses rotos corona con muy buenos resultados la llegada de Ernesto Daranas a los dominios del largometraje y con él, el equipo que lo acompañó, incluyendo los actores”.

Tampoco escapó al ojo de varios críticos la apelación del filme a un espacio dramático y sicológico, que combina pasado y presente, en una suerte de referencia compleja a cierta metafísica insular, traducible en el aforismo de que en Cuba nada cambia, y la contemporaneidad no hace otra cosa que replicar ciertos momentos del pretérito. En la crítica antes aludida, se apunta que “aunque se trata de una historia contemporánea, la dirección de arte, la escenografía y el excelente trabajo de cámara y montaje se las arreglan para tejer una atmósfera prácticamente sin tiempo. De ahí que casi todos los vehículos que aparecen sean de los años 50 y las calles y vetustas edificaciones del legendario San Isidro den la impresión de guardar todavía la elegante pisada de Alberto Yarini, allá a comienzos del 1900. Como todo melodrama que se respete, hay puntos previsibles y algún que otro tono altisonante, pero todo dentro de una coherencia narrativa que se apoya en las actuaciones (muy bien también Héctor Noas como el gigoló con mucho oficio y respetado en el ambiente, y esa bella revelación que ya es Annia Bú Maure, en el papel de la prostituta apasionada y sentimental que da pie a la tragedia)”.

A partir de ese punto de ambigüedad entre pasado y presente, y a la preeminencia hoy mismo de similares motines de portañuelas, y la supervivencia de idéntica moral prostibularia, delincuencial y proxenetista a la que nos habitaba hace un siglo, se refirió Rufo Caballero en la crítica que salió publicada en Juventud Rebelde: “Los oponentes de la tesis de Laura (Silvia Águila), en la película cubana Los dioses rotos consideran que la aspirante toma por pretexto el mito de Alberto Yarini para hurgar en La Habana del presente. Lo mismo podría sospecharse de la película toda. Y así es, nadie lo oculta, Daranas menos que nadie: la investigación de Laura se comporta como el resorte que ayuda a entender, más que las circunstancias de la muerte de Yarini, ciertos hilos invisibles, o visibles, que mueven el tejido social cubano de ahora mismo. Uno de los grandes valores de la película está en continuar la indagación antropológica y sociológica que ha distinguido, de siempre, al cine cubano, pero lo hace, y aquí sí que hay no pocos indicios de 'nuevo cine', sin la menor retórica, sin tener que pronunciar palabras políticas, con la agudeza de entrever, en cada sentimiento o en cada actitud, su eco o su causa social. En Los dioses rotos la propia naturaleza de la historia es social, pero no necesariamente a nivel del discurso textual, verbal, y eso protege al filme de ese otro tipo de ambición total que aspira a definir el país en cada bocadillo”.

Los dioses rotosRespecto a sus principales intérpretes, debe aclararse que Los dioses rotos es un filme que alcanza tamaña intensidad gracias, también, al majestuoso desempeño histriónico y a la experiencia de su formidable elenco. Silvia Águila fue la protagonista de dos filmes de Arturo Sotto (Amor vertical y La noche de los inocentes) y trabajó antes con Daranas en los telefilmes El hombre de Venus y ¿La vida en rosa?, en los cuales también actuaba Héctor Noas, quien actuó en filmes como La bella del Alambra y Kleines Tropicana. Carlos Ever Fonseca ha sobresalido en numerosas telenovelas y en los filmes recientes El Benny y Camino al Edén. Un papel muy especial desempeña Isabel Santos, la recordada protagonista de Se permuta, Lejanía, Clandestinos, La vida es silbar, Miel para Oshún y Barrio Cuba.

Antes, mucho antes de que saliera en pantalla, y fuera aplaudida a rabiar por la crítica y el público, el crítico y escritor Alex Fleites entrevistó al director para la revista Cine Cubano. Habida cuenta de los cauces genéricos por los que prefiere incursionar nuestra filmografía más reciente, se intentaba precisar cuáles eran las coordenadas de Los dioses rotos, una película proveniente de la colaboración entre creadores de cine y televisión, un empeño raro, afortunado y valiosísimo que demuestra la voluntad progresiva del ICAIC por superar antiguos prejuicios sectarios, y abrir sus puertas a la colaboración con otras instituciones culturales ávidas de participar en el desempeño audiovisual. Aclaró Daranas que “Los dioses rotos es una película cubana sin chistes. Así es que creo que de lo único que no tiene, al menos expresamente, es de comedia. Por lo demás, la película le debe al thriller, al melodrama, al suspense, al drama social, etcétera. Pero sobre todo, y desde el primer plano, existe la clara premonición de una tragedia explícitamente inspirada en la historia de Alberto Yarini y Ponce de León. El desafío entonces radica en cómo narrarla, en cómo regresar a nuestros lugares comunes, a nuestras obsesiones de siempre con la capacidad de atrapar, de sorprender, de emocionar”.

En esa misma entrevista, confesaba Daranas sus distancias y paralelismos respecto a la tradición del cine cubano respecto al tratamiento del tema femenino, del machismo y la marginalidad: “en Los dioses rotos dos miradas de mujer son confrontadas: la de Laura (Silvia Águila), que es una socióloga que estudia el mundo del proxenetismo habanero, y la de Sandra (Annia Bú), una joven marginal inmersa en esa zona de nuestra realidad. (…) Casi todo lo que he escrito y filmado acontece en mi universo inmediato, en mi entorno cotidiano de La Habana Vieja. (…) La verdad que nos interesa es el resultado de una pesquisa compartida por todo el equipo de trabajo, de una interpretación y, sobre todo, de los sentimientos que todo eso nos genera. El realismo es otra cosa y a menudo carece de belleza. No importa lo duras que sean las cosas que traten estas historias, igual esa belleza nos obsesiona. Desde el primer paso, coincidimos en que esta no era una película de chulos y jineteras, aunque todo eso estuviera presente en buena parte de la historia”.

Hablando de la belleza innegable de la película, algunos críticos y espectadores le imputan algo así como un exceso de glamour, una belleza en la fotografía y los efectos visuales que tiende a “estetizar” la marginalidad y la delincuencia, y convertirlas en algo hermoso, seductor e incluso turístico. Daranas explica esa voluntad hermoseadora en una película que todos esperábamos descarnada, naturalista, cruda: “Durante años, he tenido la suerte de contar con Rigoberto Senarega como fotógrafo. Pero no puede hablarse de la imagen de Los dioses… sin subrayar la pericia narrativa de Erick Grass. Su Dirección de Arte no se contenta con proponer y componer entornos visuales siempre sugestivos, él sabe muy bien cómo enriquecer a un personaje desde la propia naturaleza de ese espacio. Vladimir Cuenca, en el vestuario, fue otro gran colaborador en ese sentido. Ahora, ya en las postrimerías, el talento de Rudel Reyes en la posproducción digital le da el acabado a la imagen otorgándole el carácter que realmente nos interesa. No importa que los personajes se muevan entre ruinas, ni la aspereza de su entorno. Está muy claro que nada de eso puede ser ‘lindo’, pero también lo está que la belleza de la que hablábamos es otra cosa mucho más efectiva, emotiva y compleja. Ese es el gran desafío de la imagen de una obra como esta”.

La Jiribilla, 31 – 01 – 09

La Quinta Pata

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