miércoles, 14 de enero de 2009

Israel: lo que está en juego

Pasadas dos semanas del inicio de la agresión bélica lanzada por el gobierno de Tel Aviv contra la población de Gaza, en el resto del mundo se desarrollan fenómenos contrastados.

Por una parte, las instituciones internacionales y los promontorios de poder geopolítico –Estados Unidos y la Unión Europea, principalmente– han exhibido falta de capacidad y de voluntad para detener una masacre que se realiza a la luz del día y con amplia cobertura noticiosa; el dimitente Ehud Olmert incluso se vanagloria de su influencia en el gobierno saliente de Washington y presume de haber ordenado al gobierno de George W. Bush abstenerse en la votación en la que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas adoptó la resolución 1860, que exige el inmediato alto el fuego. La indolencia de las potencias occidentales ante un genocidio en curso pone en evidencia la falta de sustento de sus reclamos como democratizadoras, pacificadoras y civilizadoras del mundo, en tanto la pasividad de los gobiernos árabes –el caso más extremo es el del régimen egipcio, que incluso colabora con los israelíes en el férreo bloqueo de los civiles atrapados en el infierno de Gaza– muestra la descomposición terminal de los proyectos de unión e integración que florecieron hace medio siglo en esas naciones.

Sin embargo, el exterminio de hombres, mujeres, niños y ancianos puesto en práctica por Tel Aviv en Gaza no ha dejado impávido a todo el mundo. A 18 días de iniciada la brutal agresión se multiplican las expresiones individuales y colectivas que llaman a poner fin inmediato a la masacre de civiles y que denuncian la improcedencia de poner en un mismo rasero los misiles artesanales lanzados por los fundamentalistas islámicos sobre Israel y la aplastante maquinaria de guerra enviada contra la población palestina. Al mismo tiempo se pone sobre la mesa el hecho de que ningún pueblo merece ser víctima de prácticas tan bárbaras como las que se abaten sobre los habitantes árabes de Gaza, Cisjordania y la Jerusalén oriental, desde las prácticas de limpieza étnica hasta las bombas incendiarias de fósforo y el ataque a escuelas con artillería pesada, pasando por la confiscación de tierras, la destrucción de cultivos, la discriminación exasperante, la humillación regular, la separación de familias, la negación al ingreso de alimentos, medicinas y combustibles, la privación de agua potable, la destrucción deliberada de viviendas, los asesinatos, selectivos o no, y el uso criminal por los agresores de integrantes de la población agredida como escudos humanos.

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Un dato esperanzador frente a la barbarie es que un creciente número de judíos fuera de Israel y un sector de la opinión pública de ese país han manifestado su solidaridad ante el sufrimiento inaudito y la destrucción vandálica que padecen los habitantes de Gaza, y han expresado su condena a los crímenes de guerra perpetrados por un gobierno que se ostenta como representante de todo el pueblo hebreo. Por lo pronto, tal fenómeno contribuye a neutralizar los condenables alegatos de corte antisemita que, con el pretexto de abogar por la población palestina, atribuyen la culpa de la atrocidad en curso “a los judíos” y no a los funcionarios civiles y militares israelíes. Éstos, por su parte, actúan no en función de los intereses nacionales del país que gobiernan, sino con base en cálculos electorales mezquinos e inconfesables: vender a los ciudadanos de las regiones atacadas con misiles Kassam la falsa idea de que su seguridad depende de un gran número de palestinos asesinados.

Los halcones de Tel Aviv han logrado ya un elevadísimo número de muertes entre la población civil de Gaza, y es posible que puedan reducir al mínimo, así sea a costa de una merma demográfica de ese enclave, los lanzamientos de cohetes caseros contra localidades israelíes. Aun en ese caso, su victoria militar conllevaría una derrota mucho más significativa en el terreno moral: la de ser caracterizados, con propiedad, como genocidas. Más allá de la destrucción humana y material que se abate sobre los habitantes de Gaza, para Israel es catastrófico tener un gobierno que se gana a pulso la comparación con el horror histórico que la Alemania nazi perpetró contra los judíos.

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Perder la inteligencia

Pedro Miguel

Botones de muestra: el pasado 4 de enero, en el barrio de Zeitun, a las afueras de Gaza, soldados israelíes encerraron en un inmueble a 110 civiles, la mitad de ellos, niños, y les ordenaron que no se movieran de allí. Un día después el edificio fue bombardeado por los invasores, lo que dejó un saldo de 30 muertos. El martes 6, en Jabaliya, aviones y tanques de Israel atacaron una escuela administrada por la Organización de Naciones Unidas (ONU) que se encontraba repleta de refugiados y mataron a 46 personas, y causó heridas a 150. Horas antes otros dos planteles de la ONU (en Jan Yunes y en Shati) habían sufrido el embate de la artillería, con saldo de cinco muertos. El 8 de enero la fuerza aérea de Tel Aviv mató a tres niñas de entre dos y seis años en el campo de refugiados de Jabaliya. Ese mismo día Amnistía Internacional acusó por igual a los defensores palestinos y a los atacantes israelíes de recurrir al uso de escudos humanos. “Nuestras fuentes en Gaza informan que los soldados israelíes han entrado y tomado posiciones en varias viviendas palestinas, obligando a las familias a quedarse en una habitación del primer piso mientras utilizan el resto de la casa como base militar y posición para francotiradores”, señala el reporte, y agrega: “Las fuerzas de Israel han bombardeado viviendas civiles y otros edificios con el argumento de que en ellas se escondían combatientes que disparaban a objetivos israelíes, aunque los combatientes palestinos suelen irse de las zonas en cuanto disparan. El ejército israelí sabe muy bien que los combatientes palestinos suelen abandonar la zona después de haber disparado y que en la mayoría de los casos los ataques en represalia contra estas viviendas causarán daños a civiles, no a combatientes.” El sábado 10, en Jabaliya, un tanque israelí mató a los ocho miembros de una familia.

Para el domingo, después de 60 ataques aéreos sobre Gaza, el primer ministro Ehud Olmert anunciaba que en estas dos semanas de infierno el ejército israelí ha obtenido “logros impresionantes” y que se encontraba “más cerca de su meta”. Ha de ser cierto, pero la meta no parece precisamente “restaurar el espíritu de unidad del pueblo de Israel”, como dijo el gobernante, sino lograr una merma demográfica significativa del pueblo palestino: la regularidad de la masacre quita toda verosimilitud al hipócrita adjetivo “colateral” y evidencia que el régimen de Tel Aviv no atacó Gaza para prevenir nuevos disparos de cohetes caseros sobre Israel sino para matar a la mayor cantidad posible de palestinos, ya sea con propósitos electorales, para consolidar nuevos saqueos territoriales o con el propósito de alentar la fractura política entre la franja y Cisjordania.

Diversos opinadores que alguna vez dieron la apariencia de ser lúcidos forjan ahora, a toda prisa, coberturas argumentales para la incursión armada contra la franja de Gaza: el conflicto no puede reducirse a buenos y malos, los palestinos tienen la culpa por lanzar misiles Qassam contra territorio de Israel, Hamas utiliza escudos humanos y esconde armas en escuelas, hospitales, mezquitas y casas particulares llenas de civiles. Qué bien. En alguna de sus piruetas mentales se les cayeron la noción universal de que es malo descuartizar niños, el hecho cierto de que Israel lleva muchos meses matando de hambre a la población de Gaza y la consideración básica de que si bien el empleo de escudos humanos es una infamia, disparar sobre ellos es una canallada mucho más grave.

Mario Vargas Llosa no es santo de mi devoción. Me resultó sorprendente leer, entre tanta perversidad disfrazada de opiniones doctas y lúcidas, estas líneas salidas de su pluma y que mucho le honran:

“(Los habitantes de Gaza) son esos pobres infelices, niños y viejos y jóvenes, privados ya de todo lo que hace humana la vida, condenados a una agonía tan injusta y tan larval como la de los judíos en los guetos de la Europa nazi, los que ahora están siendo masacrados por los cazas y los tanques de Israel, sin que ello sirva para acercar un milímetro la ansiada paz. Por el contrario, los cadáveres y ríos de sangre de estos días sólo servirán para alejarla y levantar nuevos obstáculos y sembrar más resentimiento y rabia en el camino de la negociación. Todo esto lo saben, mucho mejor que yo o que cualquier observador, los dirigentes de Israel, que pueden haber perdido los sentimientos y la moral, pero no la inteligencia.”

¿O será que Olmert, Livni, Barak y demás políticos genocidas, a fuerza de actuar según la consigna “viva la muerte”, ya perdieron hasta la inteligencia?

La Jornada, 14 - 01 - 09

La Quinta Pata

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