domingo, 8 de febrero de 2009

Facebook, el Gran Hermano virtual

Facebook, el Gran Hermano virtual

Romina Calderaro

Facebook quiere decir, literalmente, libro de caras, pero nadie en su mundo podría pensarlo en castellano. Surgió como un medio impulsado por la CIA. Esa es la trastienda de un universo con apariencia de nuevo en el cual las apariencias están en el primer lugar.

Esta semana, Facebook –uno de los sitios de Internet más populares del mundo– cumplió cinco años. En la Argentina penetró seriamente recién a principios del año pasado. Lo sé porque mi amiga Daniela, una joven de 24 años siempre enterada del último grito de cualquier moda urbana, me habló de una red social virtual a la que se estaba sumando “todo el mundo”. Cuando le pregunté para qué servía, me dijo que nadie lo tenía muy claro, pero que la idea era subir tus fotos y ver las de tus amigos. Pensé: un fotolog en red, otra idiotez para distraer a la juventud de sus verdaderos problemas y desafíos; una nueva herramienta de supuesta comunicación que va a seguir profundizando el aislamiento humano hasta que llegue el día en el que los encuentros cara a cara directamente se supriman. Pero la curiosidad fue más fuerte que el prejuicio y un día, con cierta vergüenza, me encontré ingresando mi nombre a Facebook y eligiendo una foto para acompañar algunos de los datos personales que me pedían en el sitio. Terminé bebiendo litros del agua que había jurado no probar.

Facebook es muchas cosas a un tiempo, pero me gusta definirlo como un Gran Hermano virtual. El que entra en ese mundo quiere mirar y ser mirado, definirse y definir, chusmear al otro y exponer la propia vida para saber si interesa. Los usuarios escriben quiénes creen que son –edad, ocupación, ideas políticas, religión, intereses– eligen las fotos de sí mismos que quieren mostrar y empiezan a recibir y a enviar “solicitudes de amistad” que, obviamente, pueden ser aceptadas o rechazadas.

Facebook es una red social narcisista y si se quiere frívola, pero también es una herramienta altamente eficaz para encontrar, utilizando su poderoso buscador, personas que uno no se ha cruzado en años. También es útil para promocionar cualquier cosa, hay desde músicos y actores que difunden sus actividades y tienen clubes de fanáticos virtuales hasta campañas a favor y en contra de líderes políticos como Mauricio Macri o Cristina Fernández de Kirchner pasando por foros de aficionados a las series actuales. Y también, para el que así lo desea, Facebook es un poderosísimo canal de levante. A todas las mujeres que conozco les llegan diariamente mensajes de desconocidos como el siguiente: “Hola, soy Pepito. Vi tus fotos de Aruba y creo que sos muy linda. Me encantaría conocerte”.
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Es sabido que detrás de Facebook está la CIA centralizando la información de todos los usuarios y, aunque a muchos no nos simpatice este dato, terminamos sucumbiendo con cierta culpa a los encantos de una red social tan inteligente como invasiva, que sorprende y a veces hasta asusta.

Todos los días, Facebook te informa cuáles de tus contactos cumplen años hoy o mañana. Y siempre hay un banner que te informa la existencia de “gente que tal vez conozcas”. No es magia: es probable que por el trabajo que uno desarrolla, la información sobre nuestros propios amigos y los amigos de nuestros amigos, la gente de Facebook pueda hacerse una idea bastante acabada de quiénes son nuestros conocidos. Al principio es muy shockeante aceptar que una computadora te esté diciendo “vos tal vez conozcas a Juan y a María” y encima tenga razón. Dan ganas de contestarle “a vos qué te importa, no te metas en mi vida”, pero lo cierto es que uno habilitó esa intromisión.

Creo que Facebook llegó para quedarse, como el teléfono celular o la computadora, pero también tiene detractores, gente que con todo el derecho del mundo opina que es un entretenimiento banal y riesgoso. Tengo un amigo muy gracioso que detesta a los que “juegan a Facebook”. Su teoría es que uno se pasa la vida tratando de sacarse de encima a gente de la que por algún motivo quiso prescindir y que “la porquería esa te vuelve a poner en contacto con todos ellos, que ponen tu nombre y enseguida te mandan una solicitud de amistad y te saludan como si el tiempo no hubiese pasado”. A mi amigo también le parece temerario e inapropiado que la gente que puede darse el lujo de irse de vacaciones exhiba sus fotos de viajes como si en la Argentina no hubiese pobres. Su punto de vista es atendible, pero aun así creo que se puede hacer un uso interesante de Facebook si uno encuentra el justo medio entre el exhibicionismo y la negación total a una nueva herramienta de comunicación que puede ser productiva. Verbigracia, tengo una amiga que fue contactada para un trabajo a través de Facebook. Habían estado buscando en vano su teléfono varios días hasta que decidieron ingresar su nombre en el buscador de la red. Se contactaron enseguida.

Lo que muchos están diciendo en voz baja por estos días es que la aparición de Facebook supone un enorme riesgo para la gente que lleva una doble vida. Hoy en día, una foto que te sacan a cualquier hora, en cualquier sitio, es una foto que puede terminar subida a la red en cinco minutos. La probabilidad de que llegue a los ojos equivocados es alta. En ese sentido, la red es un peligro. También es conveniente no fiarse un cien por ciento de la identidad de los nuevos contactos que se hagan a través de este sitio porque hay muchas personas que se creen graciosas inventándose nombres y vidas que no tienen.

En lo personal, pasé por varias etapas desde mi ingreso a Facebook. Primero lo odié desde el prejuicio y después me convertí en una usuaria feliz y despreocupada. Ahora tomé conciencia de los riesgos de autorizar a cualquier desconocido a ver mis fotos y saber quiénes son mis amigos y me volví más restrictiva en la aceptación de nuevos contactos. Me consta que a mucha gente le pasó lo mismo. Pero no me voy a ir: me gusta chusmear las fotos de mis amigas, que mis amigos y conocidos vean las que a mí me gustan y reecontrarme con algunas personas que no veo hace tiempo. Estar en Facebook es una forma de existir y de relacionarse. No es la única y está lejos de ser la más meritoria, pero tampoco me parece condenable. En el excelente libro La historia del amor, la escritora Nicole Krauss cuenta la vida de Leo Gursky, un viejo cerrajero polaco que vive en Nueva York, cuya obsesión es no morirse un día en el que nadie lo haya visto. Entiendo la obsesión de Gursky, un personaje encantador, como entiendo a los millones de hombres y mujeres de todas las edades que todos los días, a través de Facebook, no hacen otra cosa que decir “Existo”.

Miradas al sur, 07 – 02 – 09

La Quinta Pata

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