Alfredo Saavedra
El escándalo levantado por la American Internacional Group, AIG, al repartir jugosos fondos entre sus ejecutivos y empleados de confianza, en lluvia de dólares que largó 160 millones, alzó un revuelo en Washington que desembocó en airada reacción del congreso y el senado, cuyos representantes, de los dos partidos que monopolizan el poder, exigieron la recuperación de ese dinero para restituirlo al tesoro, de donde había salido para rescatar de la quiebra a esa empresa, de primera fila entre los gigantes de Wall Street.
Ante esa situación el presidente Obama se ha visto comprometido a introducir una solución resuelta entre dos aguas, pues mientras que debe respaldar la exigencia de los legisladores para la restitución de ese dinero, también no puede retorcerle el cuello a los de Wall Street, pues se considera que le sirven de puntal en la política de levantamuertos que impulsa para una recuperación económica, que los críticos afirman con pesimismo que es como arar en el mar.
Hasta el momento no existe una explicación clara que justifique ese festival de dólares promovido por la AIG en beneficio de sus personeros y empleados de privilegio, suponiéndose que la mayor tajada de ese reparto sería para los peces gordos de esa empresa. Provoca perplejidad el suceso siendo que esa corporación recibió una buena inyección de los 700 mil millones de dólares que el gobierno destinó para los llamados rescates en servicio del imperio de Wall Street, aquejado por riesgo de quiebra dentro del fenómeno total de bancarrota del sistema financiero en los Estados Unidos.
Una sucesión de hechos configuraron la explosión de la bomba de tiempo en que se convirtió el fenómeno de la crisis económica que se abate sobre la mayor parte del mundo, pero en los Estados Unidos, donde se origina el problema, buena parte de la responsabilidad recae sobre la incapacidad de la administración Bush y su obsesión belicista que llevó a esa nación a una guerra que ha consumido billones de dólares, cuyas consecuencias son la razón para que sus líderes se encuentren ahora en un callejón sin salida.
Pero también y esto fundamentalmente, el capitalismo en su desenfrenado afán de lucro resultó como el alacrán, atacándose con su misma cola. La base del sistema se fundamenta en la ganancia y para obtenerla se recurre, no sólo a la explotación del ser humano, sino a todo recurso posible donde la avaricia se convierte en una conducta regente de todo el proceso. De ahí que en la desenfrenada carrera en busca de la utilidad se recurre a toda posibilidad, por anómala que sea. Ejemplo de eso fue la promoción artificial del negocio en bienes raíces que derivó en las llamadas hipotecas basura que terminaron en la ruina de millares de individuos alucinados por la adquisición descomplicada de inmuebles.
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